Alberto Fernández definió el rechazo al Presupuesto 2022 como un “problema inesperado”. El Presidente eligió esa calificación para referirse al revés en Diputados y lo hizo en diálogo con Kristalina Georgieva. Fue un primer reflejo para tratar de amortiguar el impacto en la negociación con el FMI. Puede además que la evaluación como “inesperado” aluda a la magnitud del resultado en la Cámara baja, con 132 votos en contra del proyecto -indefendible, mezcla del texto original de Economía y decenas de arreglos- y 121 a favor. Sin embargo, era esperable que el resultado electoral de hace apenas un mes tuviera proyección en el Congreso: la negación de la derrota tiene límites. El resto fue un juego perdido en el tablero de las internas.
Lo ocurrido ayer en Diputados sacudió al oficialismo. El foco estaba puesto en los motivos que precipitaron la actitud de Máximo Kirchner. Y las especulaciones iban desde la falta de experiencia y muñeca para manejar la situación -después de casi veinte horas de sesión- hasta un deliberado encendido de la mecha para hacer fracasar el Presupuesto y mostrarle a Olivos poder político efectivo, no puras declaraciones.
Esa mirada hacia el plano doméstico explicaría no el desconcierto sino el malestar fuera de las filas del kirchnerismo duro. La derrota del 14 de noviembre tuvo estribaciones diferentes a la crisis doméstica posterior a las PASO. Alberto Fernández tuvo un acto de apoyo y desde sus cercanías hablan de reconstrucción de poder -la “centralidad”, según repiten algunos voceros- y una nueva etapa con proyecto propio para el 2023. Cristina Fernández de Kirchner también tuvo su concentración en Plaza de Mayo, con mensaje de condicionamiento, no sólo respecto de las tratativas con el FMI. Hasta ahora, el efecto de los resultados electorales parecía restringido a la interna.
El ensimismamiento doméstico potencia las prevenciones y disputas. Cada vez de forma cada vez más visible, el Presidente repuso a Santiago Cafiero en el primer casillero de su confianza. Y eso sacude incluso el armado, supuesto, de su proyecto. Piezas consideradas centrales son afectadas. Por ejemplo, gobernadores como Juan Manzur, jefe de Gabinete, y Omar Perotti, que era el más cercano de los cuatro grandes distritos. En paralelo, nadie termina de descifrar con claridad la relación con intendentes del GBA, muchos de los cuales afianzan las alianzas con Máximo Kirchner.
El oficialismo veía con cierto alivio las internas, patéticas, desatadas en la vereda de los ganadores de las PASO y de las elecciones generales. Y apostaba a explotarlas en Diputados. Es al menos lo que exponían las intensas negociaciones encabezadas por Sergio Massa para mantener con chances el Presupuesto. Se ha dicho: hay diferentes interpretaciones, algunas más contemplativas y otras más conspirativas, sobre lo que expresó Máximo Kirchner. Por lo pronto, derrumbó la posibilidad de una derrota que podía ser menos dramática.
Antes del fracaso en el recinto, había asomado una muestra de la nueva realidad del Congreso, que no es sólo numérica -como antes, ningún espacio político domina la Cámara- sino además de clima, de cambio de etapa. Se impuso la jugada de Juntos por el Cambio para avanzar con el tratamiento de las modificaciones a Bienes Personales, resistida por el Frente de Todos. La propuesta fue acompañada por buena parte de los otros bloques opositores o independientes.
Estaba claro a esa altura que el oficialismo no reunía número para aprobar el Presupuesto. También, que las tensiones en JxC no habían desaparecido. Todavía no está claro cómo terminará siendo la organización del interbloque y había discusiones sobre cada paso a dar en el recinto y en las conversaciones con Massa y Máximo Kirchner. Asistían los jefes de cada fracción: PRO, UCR, Coalición Cívica, radicales disidentes y otros, según el caso.
La movida para pasar a un cuarto intermedio y rediscutir el tema en comisión abría la especulación sobre posibles fisuras en el conglomerado opositor. No era seguro, pero al menos sugería una chance para el oficialismo. Significaba un reconocimiento del revés -la imposibilidad de garantizar la aprobación del Presupuesto- aunque dejaba un margen de expectativa. El discurso de Máximo Kirchner terminó de precipitar un rechazo en bloque de JxC y de otros sectores.
Se trata de una derrota potente que desdibuja incluso la idea previa de contraatacar acusando a Juntos por el Cambio de obstruccionista y, más aún, de destituyente. La caída fue a manos de un arco más amplio que JxC. El bloque del Frente de Todos dijo que se trató de un “golpe a la recuperación de la economía”. Y Martín Guzmán advirtió que impacta negativamente en las conversaciones con el FMI.
Eso último apunta al análisis externo sobre las complicaciones para cerrar un acuerdo de facilidades extendidas con el Fondo. El ministro apuntó a minimizar el impacto de la interna del oficialismo. En esa perspectiva, tal vez lo más inquietante sea la exposición de las dificultades del Gobierno para avanzar en el Congreso. Y sobre todo, la falta de voluntad o temple para allanar el camino a un acuerdo político.
El estreno de la nueva realidad en el Congreso expresa un mensaje que va más allá del tema específico del Presupuesto. Es una señal más amplia hacia el Gobierno y el kirchnerismo duro. Cierra las puertas a los proyectos judiciales ya congelados -reforma del fuero federal y modificación de la normativa para los fiscales- y deja a la intemperie el intento de avanzar sobre la Corte Suprema.
Eso último y otras declaraciones -como la genérica propuesta de traslado de la Capital, sin proyecto concreto- suenan por momentos a intento de cambio de agenda política. No parece mucho frente a las estribaciones del resultado electoral de hace apenas un mes.
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