Pasaron 457 días desde ese 9 de julio de 2020 en que Alberto Fernández llamó “amigo” a Horacio Rodríguez Larreta y ese gesto político, nada inocente, se convirtió en un estilete que abrió heridas en Juntos por el Cambio. ¿Cicatrizaron un año, tres meses y un día después? No todavía. La división interna que se cristalizó a partir de entonces entre “halcones” y “palomas”, entre duros y dialoguistas, marcó el ritmo de la coalición opositora hasta hoy. Y lo seguirá haciendo seguramente hasta 2023.
Cuando distinguió al jefe de Gobierno como su opositor favorito, el Presidente no era el mismo de hoy, en que recibió una rotunda paliza electoral y admitió que había violado un decreto sobre la cuarentena obligatoria que él mismo había dictado, sino un mandatario que enfrentaba la pandemia con niveles inéditos de consenso político y una imagen positiva del 80% de la sociedad.
Era, por otro lado, la época en la que el núcleo duro de Juntos por el Cambio se radicalizaba al calor de movilizaciones callejeras de protesta que se conocieron como “banderazos”, con una Patricia Bullrich que se empezaba a convertir en el rostro más reconocible de la oposición contra el kirchnerismo, mientras Rodríguez Larreta tomaba distancia de las protestas con la excusa de garantizar su rol ejecutivo en la Ciudad.
Juntos por el Cambio tramitaba como podía la traumática derrota electoral de 2019, que fue producto de los pésimos resultados económicos, y un sector de la coalición, liderado por Larreta y María Eugenia Vidal, disconforme con el rumbo final del gobierno macrista, entendió que había que dejar gobernar sin interferencias al Frente de Todos, que había sido elegido con el 48% de los votos, antes que sostener una oposición implacable.
En ese mismo julio de 2020, la ex gobernadora bonaerense confesó en una entrevista televisiva algo que en cualquier país no hubiera desentonado, pero que en la Argentina de la grieta sin fin sonó a otra cosa: “Siempre hay alguien con quien hablar… y sí, yo chateo con Máximo Kirchner”, dijo, y lo justificó en el hecho de mantener “un diálogo institucional que tiene que estar siempre”, aunque aclaró que “el diálogo no es sinónimo de concesión”.
Más allá de algunas declaraciones y apariciones en las redes sociales. Macri, el más duro de los “halcones”, mantuvo un perfil bajo cuando asumió Alberto Fernández. Así cumplió lo que se había propuesto cuando dejó el poder y creyó que debía mantenerse alejado durante seis meses como una contribución al flamante Gobierno.
El elemento que terminó alineando a la oposición en la misma vereda fue proporcionado por el primer mandatario: durante la crisis de la policía bonaerense, en septiembre de 2020, Alberto Fernández sorprendió a su “amigo” Rodríguez Larreta con el anuncio de la quita de un punto de la coparticipación a la Ciudad de Buenos Aires, más de 30 mil millones de pesos, para dárselos al gobernador Axel Kicillof con el objetivo de mejorar los salarios policiales y solucionar un conflicto que llevó a los uniformados rebeldes a manifestarse ante la Quinta de Olivos.
“Le mandé un mensaje de texto a Larreta para que se quede tranquilo”, explicó el Presidente acerca de su imprevista decisión. La quita de la coparticipación porteña, según la Casa Rosada, estaba en discusión con el gobierno de la Ciudad desde el inicio de la gestión del Frente de Todos y se frenó por la irrupción del COVID-19.
Para colmo, Alberto Fernández declaró el comienzo de las hostilidades hacia Rodríguez Larreta durante un encuentro en Olivos: los intendentes del PRO Jorge Macri (Vicente López), Néstor Grindetti (Lanús) y Diego Valenzuela (Tres de Febrero) fueron convocados por el Gobierno ante la tensión en aumento del conflicto policial, pero se encontraron con la sorpresa del anuncio contra la administración porteña en boca de Alberto Fernández. El viraje presidencial fue una exigencia de Cristina Kirchner y su hijo Máximo para castigar al “amigo” Larreta.
A Macri, el golpe que representó el recorte de fondos de coparticipación a la Ciudad de Buenos Aires lo dejó reposicionado en el tablero opositor: “Yo les anticipé que venían por todo”, reprochaba a las “palomas”. Ante sus allegados, el ex presidente alertaba sobre la combinación de una crisis económica, social, laboral, financiera y cambiaria, que se iba a sumar a la crisis en la propia coalición gobernante. El tiempo le dio la razón.
Para Juntos por el Cambio, las diferencias internas sobre la relación con el Gobierno representaron un desafío que podrían haber enriquecido un debate sobre el tema, pero sólo multiplicaron las tensiones. No hay antecedentes de una coalición política local sin un líder explícito y cuya conducción sea horizontal. Tampoco, de dirigentes que no puedan establecer reglas de juego comunes y formas civilizadas de dirimir las diferencias que tienen.
Envalentonado, Macri rompió su silencio a mediados de octubre de 2020 en una entrevista con el periodista Joaquín Morales Solá, en la que hizo autocrítica y castigó al oficialismo: “La vicepresidenta está conduciendo el Gobierno como todos pensamos que iba a suceder. Tiene una agenda propia en la que ella necesita someter a la Justicia”.
Diez días después, Cristina Kirchner inauguró la serie de cartas abiertas en las que difunde sus posiciones con una en la que hizo su famosa alusión a “los funcionarios que no funcionan” y propuso un acuerdo con todos los sectores “políticos, económicos, mediáticos y sociales” para resolver el problema de la “economía bimonetaria”.
Ese llamado al diálogo sirvió para extremar las posiciones en Juntos por el Cambio, en medio de versiones sobre contactos del oficialismo con dirigentes opositores para pactar una agenda de temas en común. Por eso Macri pateó el tablero y condicionó cualquier contacto con el Gobierno al cumplimiento de estos puntos: la Constitución Nacional sobre la mesa, dar de baja el embate a la Justicia, al procurador, a la Corte y a la propiedad privada.
El 30 de octubre, el mismo día en que el ex presidente fijó las condiciones para el diálogo político, las “palomas” de JxC le respondieron con un encuentro de Rodríguez Larreta y Vidal con Elisa Carrió en su chacra de la localidad bonaerense de Exaltación de la Cruz. Fue una señal hacia los “halcones” y se produjo apenas días después de que la fundadora de la Coalición Cívica le puso un final a la carrera política del ex presidente: “Macri ya fue”, dijo.
Duros y dialoguistas tenían entonces otro motivo para pelearse: Carrió pidió que Juntos por el Cambio respaldara el pliego del procurador propuesto por la Casa Rosada, Daniel Rafecas, porque lo consideraba “un mal menor” ante la posibilidad de que se designara a alguien afín al kirchnerismo o que se cambien las mayorías y plazos para su nombramiento. Macri y Bullrich creían que no debían meterse en una interna del oficialismo porque el propio Alberto Fernández no había enviado el pliego de Rafecas al Senado y no daba señales de impulsarlo.
Con esa tensión interna sin resolver se llegó a fines de 2020. El nuevo año puso en el centro del escenario la debacle económica y social que ocasionó la “cuarentena eterna”, como la llamó Macri. Rodríguez Larreta se plantó contra el cierre de escuelas anunciado por Alberto Fernández, que iba a extenderse por quince días y luego se prolongó. El gobierno porteño recurrió a la Justicia para resistir la medida. Y el Presidente, que había calificado de “amigo” al alcalde de la Ciudad, pasó a considerarlo un “ingrato”. “Halcones” y “palomas” parecían volar juntos.
Cuando empezó el tiempo electoral, Rodríguez Larreta había crecido aún más en las encuestas por haberse opuesto a la estrategia sanitaria del Gobierno, que combinó los estragos de la cuarentena sin fin con los privilegios del vacunatorio VIP y un plan de vacunación casi sin dosis para aplicar. En ese momento, de todas formas, la figura de Bullrich también estaba en alza en los sondeos y su candidatura a diputada porteña parecía indetenible. El jefe de Gobierno tenía otros planes: María Eugenia Vidal como postulante en la Ciudad y Diego Santilli en la Provincia.
El resto de la historia es más conocido, pero la relación de Juntos por el Cambio con el Gobierno nunca más se encarriló. La presencialidad en las aulas y la postergación de las PASO con la excusa de la emergencia sanitaria fueron otros debates que ampliaron aún más la brecha entre oficialismo y oposición. Para el primer mandatario, Rodríguez Larreta terminó aceptando el discurso extremo que encarnan los “halcones” como Macri y Bullrich. Según el jefe de Gobierno, Alberto Fernández se radicalizó en los términos que pretendía Cristina Kirchner.
Hoy se cumplen dos años del gobierno del Frente de Todos. El oficialismo convocó a un acto en la Plaza de Mayo, por segunda vez desde que recibió una derrota contundente en las elecciones legislativas, pero esta vez la convocatoria tiene el sello del kirchnerismo. ¿Qué celebra con tanta insistencia? Fue el peor fracaso electoral del peronismo en dos décadas: se quedó sin quórum propio en el Senado por primera vez desde 1983, perdió 5,1 millones de votos respecto de 2019 y Juntos por el Cambio se impuso en 13 provincias, no sólo en los cinco distritos más poblados del país (la provincia de Buenos Aires, la Ciudad de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y Mendoza) sino también en territorios emblemáticos del PJ como La Pampa, Chubut, Santa Cruz y San Luis.
Como el año pasado, Alberto Fernández volvió a hablar del diálogo político y en forma simultánea ataca a Macri. Rodríguez Larreta vuelve a estar en la mira, esta vez por su amistad confesa con el presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa. Cristina Kirchner pareció replegarse por el revés en las urnas, pero esta tarde reaparecerá en la Plaza de Mayo al lado de Lula y con una fuerte convocatoria a movilizarse por parte de La Cámpora. Está escrito en las estrellas que le apuntará a Macri. Como en el filme “El Día de la Marmota”, oficialistas y opositores se despiertan todas las mañanas desde el 10 de diciembre de 2019 ante el mismo escenario y, hagan lo que hagan, comenzarán cada jornada igual. La única diferencia es que en la película causaba gracia.
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