Espalda contra espalda, Alberto Fernández y Martín Guzmán se juegan esta semana una cuota importante de poder político en la negociación técnica que protagonizará una delegación técnica del Palacio de Hacienda y el Banco Central con influyentes funcionarios del staff del Fondo Monetario Internacional (FMI) que responden a las órdenes directas de Kristalina Georgieva.
La derrota del Frente de Todos en Buenos Aires y la pérdida del quórum propio en el Senado, forzaron una retirada táctica de Cristina Fernández de Kirchner que el Presidente utilizó a su favor para fortalecer un esquema de poder propio apoyado por la Confederación General del Trabajo (CGT), los movimientos sociales, ciertos intendentes del conurbano y una liga de gobernadores que no comulgan en el Instituto Patria.
Desde la perspectiva política de Alberto Fernández, este esquema de poder se podría convertir en un sistema de balance interno en el Frente de Todos, si la negociación con el FMI no implica un plan de ajuste y obtiene la ratificación en ambas cámaras del Congreso.
El objetivo presidencial no será un pic nic servido con gracia en DC. Los funcionarios de Economía y el Banco Central, liderados por Sergio Chodos, enfrentan una larga semana de negociaciones con final abierto. No habrá contactos con Yanet Yellen, secretaria del Tesoro, ni con Kristalina Georgieva, directora gerente del FMI.
Sólo Martín Guzmán accede a esas posiciones de poder institucional, y el ministro de Economía no tiene previsto volar a Washington en las próximas semanas. “Martín (por Guzmán) va para el cierre del acuerdo, y eso aún no está en el agenda”, se comentó en las cercanías del jefe de Estado.
La instrucción de Guzmán a los funcionarios que volaron a Washington es fácil de explicar: no se aceptará un plan de ajuste, se buscará una negociación que ponga a la Argentina cerca del Memorándum de Entendimiento y todas las medidas acordadas deben estar orientadas a promover el crecimiento.
El ministro de Economía repitió a los técnicos de Hacienda y el Banco Central, las mismas instrucciones políticas que recibe a diario de Alberto Fernández. El Presidente no tiene intenciones de ejecutar un plan de ajuste y tampoco desea abrir un flanco político que le permita a Cristina recuperar la iniciativa adentro del Frente de Todos.
En el primer piso de la Casa Rosada juran que CFK está emboscada y reconocen que en el último encuentro con Guzmán -miércoles a la tarde- todo fue frío y apático. Ella lo recibió en el Senado, y el ministro explicó la negociación técnica que comenzará mañana en Washington.
Sin embargo, el trato de Cristina a Guzmán no es la única preocupación en Balcarce 50. Asumen que la vicepresidente puede montar una contraofensiva sobre un concepto político que Alberto Fernández hilvanó en su discurso del 9 de julio en Tucumán -”La Argentina arrodillada”- y que ella posteó y reivindicó hace unos días en sus redes sociales.
“Todos los días peleo porque la Argentina se ponga de pie, y todos los días peleo contra los que quieren ver de adentro a la Argentina arrodillada. Y no paro, y sigo, y acordamos con los acreedores privados, estamos negociando con el Fondo. ¿La Argentina sabe que este año, de acá a fin de año, tenemos compromisos por casi 5 mil millones de dólares que afrontar con el Fondo, tomado por un gobierno que asumió ese compromiso hace dos años atrás? ¿La Argentina lo sabe? Y además me reclaman que arregle rápido. Mi modelo no está en los que mandan balas de goma a Bolivia. Mi modelo sigue siendo San Martín, Guemes y Belgrano. Nunca esperen de mí que firme algo que arruine la vida del pueblo argentino, nunca, nunca. Y espero que me entiendan, porque si alguien espera que yo claudique ante los acreedores o que claudique ante un laboratorio, se equivoca. No lo voy a hacer. Antes me voy a mi casa, porque no tendría realmente cara para entrar en esa sala si hiciera algo semejante”, señaló el Presidente en Tucumán.
El Presidente desea que los negociadores técnicos que volaron a DC cierren un acuerdo que no conceda la mínima interpretación política a la Vicepresidente. San Martín, Guemes y Belgrano son héroes del siglo XIX, y el FMI es una creación multilateral que se coronó después de la Segunda Guerra Mundial.
En este contexto histórico-político, es imposible compatibilizar la concepción de “Argentina arrodillada” que tenían los próceres nacionales con el sentido económico-financiero que podría implicar un acuerdo posible con el Fondo. Y en definitiva, su interpretación dependerá del respaldo político que encuentre Alberto Fernández en el Frente de Todos y en Juntos por el Cambio.
Habitualmente, la historia es escrita por los vencedores.
Hasta hora, la partida de ajedrez tiene un desarrollo clásico. Alberto Fernández espera que todo salga bien en DC para ocupar el centro del tablero y luego desplegar los flancos para dar jaque. CFK aguarda un error en Washington para recuperar la iniciativa, condicionar al Presidente y decidir la suerte de Guzmán.
La negociación de la deuda externa siempre estuvo vinculada a las conspiraciones políticas. Raúl Alfonsín cayó en la trampa de Michel Camdessus, Fernando de la Rua ya era historia cuando se reunió con George Bush en New York y Mauricio Macri sacrificó a su amigo Luis “Toto” Caputo a pedido de Christine Lagarde, por entonces a cargo del FMI.
Estos casos políticos son los antecedentes históricos de una pulseada silenciosa con Cristina que Alberto Fernández y Guzmán pretenden zanjar a favor. Para ello, el Presidente y su ministro de Economía necesitan un acuerdo sin ajuste y un aval político de Juntos por el Cambio en las dos cámaras del Congreso.
El 20 de marzo de 2022 se deben pagar cerca de 3.000 millones de dólares al FMI. Si no hay acuerdo, habrá default. Hasta ese día de marzo, Alberto Fernández y Guzmán -espalda contra espalda- tienen plazo para cerrar con el Fondo y lograr que la oposición apoye un programa sustentable que todavía no existe.
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