La dura carga de Rafael Bielsa contra el candidato ganador de la primera vuelta electoral en Chile resultó sorpresiva para el Gobierno, según se dejó trascender. Eso mismo sería un dato inquietante. La cancillería debió hacer de entrada una rápida aclaración, Santiago Cafiero se encargó después de hablar personalmente con su par de Chile y la portavoz Gabriela Cerruti reforzó todo con declaraciones locales. Se dijo de diferentes maneras que las declaraciones del embajador argentino sólo tuvieron la categoría de una “opinión personal”. La secuencia indica, al revés, que se trató de una cuestión grave. Y eso desviste la intención de agotar el tema como si fuera un episodio menor y, además, aislado.
Bielsa no podía desconocer al menos dos cosas. La primera, que el resultado obtenido por el derechista José Antonio Kast estaba en el cálculo previo de políticos, consultores y medios chilenos. La segunda, que sus declaraciones no pasarían inadvertidas para nadie: ni para el candidato aludido, ni para sus rivales, ni para el gobierno chileno. Tuvo tiempo de sobra para sopesar sus dichos y, antes, para evaluar la inconveniencia de hablar del tema en público.
Era previsible entonces la dura reacción de la cancillería chilena, que calificó las declaraciones del embajador argentino en Santiago como una “intromisión inaceptable” en los asuntos locales, un gesto que atenta contra principios básicos de las relaciones entre naciones. En espejo, la repuesta argentina tuvo que destacar que el Gobierno respeta tales principios y que la relación bilateral se mantendrá inalterable. Bielsa evaluará los costos personales, que dejan de serlo cuando el foco se amplía a la gestión en política exterior.
Las elecciones en Chile han despertado fuerte interés a escala regional. Kast con casi el 28% de los votos y el izquierdista Gabriel Boric, con dos puntos menos, irán a la segunda vuelta, el 12 de diciembre. Los dos son protagonistas de un cambio notable en la política chilena, que el tiempo dirá si expresa final de ciclo o un pico de malestar social. Los dos dejaron fueran de juego al oficialismo y al centro o centroizquierda tradicional. La reacción del gobierno chileno, en este punto, fue una respuesta de fondo. Y la de los candidatos tuvo un ojo puesto además en la disputa que viene.
Ese es un dato para el vínculo con Chile en el futuro inmediato. Las declaraciones de Bielsa y el intento de minimizarlas por parte del Gobierno abren interrogantes sobre cuál será la posición oficial cuando se produzca el cambio de Presidente. Los arranques y contramarchas hacen imposible proyectar un horizonte. Las contradicciones no limitan sus efectos al plano regional, sino que impactan el tablero más grande de la política internacional. En varios tramos, a contramano de los gestos que intenta el Presidente hacia Estados Unidos y Europa con la preocupación colocada en el FMI.
En definitiva, lo que está sobre la mesa es la estrategia, la línea exterior, y en consecuencia, la credibilidad. No se agota en los embajadores y ni siquiera en la parcelación de representaciones diplomáticas según la interna. El cambio de canciller fue fruto de la más dura batalla doméstica del oficialismo, pero sin consideración alguna sobre la posición específica en materia de relaciones internacionales. Santiago Cafiero reemplazó a Felipe Solá como consecuencia de la necesidad de cambios en el gabinete precipitados por la ofensiva de Cristina Fernández de Kirchner después de la derrota en las PASO.
Lo ocurrido con Bielsa no es algo extraordinario. Existen distancias significativas, pero el caso más notorio -no el único antecedente- es el de Carlos Raimundi, representante ante la OEA, que descolocó varias veces a Solá, pero se mantuvo en el cargo por su respaldo en el kirchnerismo duro. Fuentes del oficialismo admitían el malestar del entonces canciller y del propio Alberto Fernández.
El punto no es sólo esa especie de “autochicana” que constituye el contrapunto visible entre el argumento de la no injerencia en asuntos internos de otras naciones, frente a denuncias sobre los regímenes de Venezuela y Cuba, y los casos repetidos de críticas o tensiones con presidentes de otros países, como Brasil y Uruguay, por razones presuntamente ideológicas.
No corre el argumento de las “opiniones personales”. Nadie en funciones de Gobierno emite declaraciones que pueden ser sostenidas a “título personal” -es decir, con independencia del cargo- y menos en el más sensible mundo de la diplomacia. Peor aún, cuando tales opiniones personales generan conflicto. La aclaración del Gobierno y el contacto de Cafiero con el ministro de Relaciones Exteriores de Chile, Andrés Allamand, exponen la desarticulación de gestión.
Es grave si lo expresado por Bielsa es únicamente eso: un ejemplo más de los problemas funcionales causados por la lógica de la interna, trasladada en este caso a la diplomacia. Y si no se trata de eso, asomaría otro problema: una posición que podría complicar aún más la relación con Chile según el sentido del resultado electoral. En cualquier alternativa, difícil suponer una estrategia de Estado.