“El triunfo en el conurbano nos dio una sobrevida. El resultado es más de lo que esperábamos”. La definición pertenece a un encumbrado ministro del Gobierno que en la noche del domingo intentaba decodificar, con pleno optimismo, el triunfo del Frente de Todos dentro de la derrota. Porque la coalición oficialista perdió en 15 de los 24 distritos electorales y, si bien achicó la diferencia con Juntos por el Cambio, también cayó en la provincia de Buenos Aires.
Por eso en el búnker oficialista, montado en Chacarita, resultó extraño escuchar al presidente Alberto Fernández cerrar su discurso como si el Gobierno hubiese ganado la elección. “El miércoles, que se celebra el día de las militancias, llenemos la Plaza de Mayo y celebremos este triunfo como corresponde”, aseguró.
Cerca del jefe de Estado aseguraron que la expresión incorrecta “fue un desahogo” frente a “las proyecciones que se habían hecho antes de la elección” y “ante una oposición que instaló que comenzaba un proceso de transición”, en referencia a la polémica frase que pronunció el ex presidente Mauricio Macri cuando fue a votar. Justificaciones.
El triunfo en el conurbano del que habló el ministro al caer la noche del domingo tiene que ver con el crecimiento que tuvo el Frente de Todos en distritos claves de la primera sección electoral, como es el caso de San Martín y Hurlingham, las bases de poder de dos ministros albertistas, como Gabriel Katopodis y “Juanchi” Zabaleta, respectivamente.
En San Martín el oficialismo había perdido por 5 puntos en las PASO y en las generales ganaron por 2. En Hurlingham habían ganado por un punto y ayer lo hicieron por 4. Esas diferencias en cada municipio son las que le permitieron lograr un empate técnico en la primera sección y ampliar la ventaja en la tercera, las dos secciones que tienen los municipios más poblados del conurbano.
La lectura del Gobierno fue que lograron un triunfo en la derrota, ya que el escenario que proyectaban hasta el cierre de los comicios era mucho peor al que se encontraron cerca de la noche. De mínima auguraban perder por 4 puntos y creían que esa diferencia podía extenderse. Así como en las PASO los sorprendió y desconcertó la derrota, en las elecciones generales la sorpresa fue perder por un punto.
En gran medida lo que cambió el impacto político del resultado fueron las expectativas. El Gobierno pensaban ganar por 5 o 6 puntos en las Primarias y perdió por cuatro. Fue como caer de un octavo piso. La derrota fue seguida de una crisis política destructiva y de una renovación de una parte del Gabinete. Este domingo la ilusión de una remontada no tenía demasiados adeptos y terminó haciéndose real, aunque no haya alcanzado para un triunfo.
Antes de los comicios en el Frente de Todos había mucha preocupación sobre el día después. Un funcionario del Gobierno lo explicó con exactitud. “Este lunes se había planteado un escenario de ingobernabilidad, de crisis, de pelea entre Alberto y Cristina. Este resultado lo impidió”, reflexionó. Quizás en ese punto esté la importancia de perder por menos en la provincia más poblada del país.
Alberto Fernández siguió los resultados y la jornada electoral desde la Quinta de Olivos. Pasó gran parte del día junto a su círculo más reservado. Estuvieron Santiago Cafiero, Gustavo Béliz, Julio Vitobello y Vilma Ibarra, que son sus dirigentes de máxima confianza. También compartió la tarde con el asesor catalán Antoni Gutiérrez Rubí y con el ministro de Economía, Martín Guzmán.
Cerca de las 21, antes de salir rumbo al búnker, grabó el discurso que se emitió a las 22, al mismo tiempo en que estaba arriba de una camioneta dirigiéndose a Chacharita, donde le habló a la militancia en una intervención más escueta. Según revelaron desde su entorno, esa idea estaba pautada de antemano, más allá del resultado que se obtuviera.
¿Por qué habló dos veces? Porque con su primera exposición buscó dar un discurso más institucionalizado dirigido enteramente a la oposición, a quién la convocó a un diálogo más fluido a partir del comienzo de esta semana. Su última intervención, más efusiva y con otra impronta gestual, fue para emitir un mensaje a los propios. Dos públicos y dos formas diferentes de expresarse.
En el Frente de Todos sentían que en esta elección, sobre todo después de la dura derrota en las PASO, estaba en juego la capacidad de reacción y movilización del peronismo bonaerense. “Esa prueba se rindió bien, más allá de ganar o no ganar la provincia”, sintetizó un intendente importante y con llegada a la Casa Rosada.
La sensación de triunfo atravesó a toda la alianza política. En el búnker la militancia festejaba como si realmente hubiese sucedido y dejando de lado que el oficialismo perdió en la mayor parte del país, y se quedó sin quórum en el Senado. Aunque desde la Casa Rosada aseguraron que no tendrán problemas para conseguirlo con aliados de otras provincias. “No va a ser un problema”, diagnosticaron.
En gran medida, ese clima triunfalista, es explicado por la dificultad que atravesaron intendentes y gobernadores para poder recuperar votos. Se sintieron en el fondo de un agujero negro sin salida. Pensaban que era irremontable y se lanzaron a los barrios a repartir boletas y tratar de convencer a los enojados. “Recuperar votos en ese contexto parecía imposible. Cada voto valía una vida”, reconoció uno de los jefes comunales que cosechó un triunfo.
Y a ese clima positivo que la coalición buscó instalar después de los comicios, le seguirá el planteo público del comienzo de una nueva etapa del gobierno. Alberto Fernández siente que mañana empieza su gobierno. El que no pudo llevar adelante por la pandemia y que se fue enmarañando por una relación compleja e intermitente con Cristina Kirchner.
“Alberto tiene en su cabeza que este lunes arranca su gestión. Está con fuerza para encarar esta etapa. Es momento en que se empodere. No hay destino en los próximos dos años si Alberto no se empodera”, indicó a Infobae uno de los dirigentes de mayor confianza del Presidente.
En ese círculo chico que lo rodean creen que durante la semana habrá algunos gestos y hechos puntuales que le permitirán recuperar su rol de Presidente y empezar a reconstruir la autoridad perdida a lo largo de la gestión. Uno de ellos será la movilización que la nueva CGT, más unida y compacta, organizó para este miércoles en la Plaza de Mayo.
Fue una movida anticipada, ya que se sabía desde la semana pasada, para blindar el poder del Presidente frente a una posible derrota más amplia. La central obrera dio claras señales de apoyo a la gestión de Fernández en los últimos meses y la de esta semana marcará ese inicio de una nueva era que quiere imponer el Jefe de Estado.
En el Gobierno también consideran determinante, en función de ese proceso de empoderamiento, que avance el acuerdo con el FMI y que termine siendo un logro que lleve impresa la cara de Fernández; que se abra el diálogo político con la oposición como parte de su iniciativa y que ponga en valor el rol de los gobernadores peronistas dentro de la alianza de gobierno.
Un ministro entusiasta describió ese proceso como el diseño de un mapa nuevo donde los intendentes del conurbano, los gobernadores y la CGT deben aumentar su influencia en la gestión. En esa hoja de ruta falta establecer reglas claras dentro de la coalición y tratar de despersonalizarla. Para eso necesita que la figura todopoderosa de Cristina Kirchner relegue lugar y presencia. Parece una utopía.
En el gobierno nacional creen que este lunes es “el primer día de la pospandemia”. Lo inscriben en el calendario como el punto de partida de una nueva era dentro de la misma gestión peronista. Una mirada ambiciosa teniendo en cuenta que la mayor parte del país quedó en manos de Juntos por el Cambio y de un puñado de partidos provinciales.
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