En el Frente de Todos se repite una pregunta desde hace varias semanas: ¿Qué va a pasar el 15 de noviembre, el día después de las elecciones? No hay una respuesta sola. Existen múltiples especulaciones sobre lo que puede suceder con el destino de la estructura política de la coalición que gobierna. El oficialismo es un campo minado de dudas.
¿Por qué en el oficialismo se adelantan en el tiempo y no esperan los resultados de las elecciones generales para hacer proyecciones? Porque entienden que no podrán revertir la elección nacional. Perderán en la mayoría de las provincias. Asumen la derrota con anticipación.
Aún se aferran a la posibilidad de dar vuelta el resultado en La Pampa y son cautelosos sobre la probabilidad de dar el golpe en la provincia de Buenos Aires. Para algunos es posible, para otros solo una expresión de deseo sin sustento. Lo más viable es descontar puntos en provincias donde perdieron, como la que gobierna Axel Kicillof, y sacar algunos más en donde lograron un triunfo, como es el caso de San Juan y Formosa.
Entre las especulaciones que atraviesan el peronismo, aparece un nuevo cambio de Gabinete, la profundización de la grieta que divide al albertismo del kirchnerismo, un mapa económico preocupante e incontrolable, y una conducción indefinida del Gobierno para lo que queda de gestión. Versiones que sobreviven en una coalición convulsionada que desconoce el lugar donde reside el poder político central.
Frente a ese nivel de incertidumbre, hay un sector del peronismo, donde se mueven intendentes, legisladores y gobernadores, que mantiene una relación distante con el kirchnerismo, que para la semana posterior a la elección esperan una señal clara de Alberto Fernández que defina el rumbo de la gestión.
Lo que realmente aguardan es que Fernández se empodere, tome el mando del Gobierno y decida avanzar en la gestión sin querer contentar a Cristina Kirchner a cada rato. Esa es la sensación que está impregnada en un espacio de la coalición donde entienden que llegó la hora de que el Presidente aumente su poder frente a los límites que le impone la Vicepresidenta. La futura derrota le tiene que dar el empujón final.
Entienden que la crisis política post PASO fue un quiebre en la estructura de gobierno del que será muy difícil volver. Ya nada será como antes. Y después de una derrota electoral, que es lo que estiman, Fernández debe tomar el mando para no convertirse en un presidente débil, con escueto margen de negociación interna y sin representatividad política dentro del peronismo.
¿Qué señal contundente esperan? Hay quienes creen que la más impactante sería pedir la renuncia del ministro del Interior, Eduardo “Wado” De Pedro, quién lideró la ola de renuncias de ministros tres días después de las PASO. En el peronismo que mantiene diferencias con el ala K siguen marcando al dirigente de La Cámpora como la cara visible de una jugada política que derivó en un vaciamiento del poder a Fernández y una crisis política interna inaudita. No se lo perdonan.
No es una idea nueva. En la tarde caótica del miércoles 15 de septiembre, cuando un grupo de ministros que responden a Cristina Kirchner pusieron su renuncia a disposición y rompieron la estabilidad del Gobierno, hubo ministros, legisladores y gobernadores que le dijeron, o le hicieron llegar al Presidente, que era el momento de endurecer su postura frente a la Vicepresidenta. Dar un paso hacia adelante.
Ese paso implicaba aceptar las renuncias de los funcionarios que la habían puesto a disposición, pero mantener los lugares de ese ministerio para el kirchnerismo. En definitiva, que los que fueron parte de la jugada extrema que llevó a cabo la Vicepresidenta dejen su lugar. Principalmente De Pedro. Era un camino intermedio entre el quiebre de la coalición y dar una muestra de autoridad.
Pero ese escenario posible nunca se concretó. Alberto Fernández decidió sucumbir ante el deseo de Cristina Kirchner, realizó el cambio de Gabinete que ella quería y bajó las armas después de una carta destructiva de la Vicepresidenta, que explotó en medio de una negociación de paz que llevaban adelante entre interlocutores de La Cámpora y el albertismo el jueves 16 de septiembre.
Esa misma tarde caótica de las renuncias en la que el Presidente se encerró con sus ministros de confianza en el primer piso de la Casa Rosada, hubo quienes le indicaron que era el momento para romper con el kirchnerismo. Ellos mismos se habían expuesto en una jugada brusca y burda. Había que aprovechar el desliz. Fernández tampoco aceptó. No era viable.
En los últimos días, dirigentes cercanos al Presidente empezaron a hacer correr la idea de que después de las elecciones empezará una nueva etapa en la que Alberto Fernández saldrá a jugar con más fuerza. ¿Qué implica? Que el Gobierno tendrá su impronta y que intentará fortalecer su imagen presidencial para gestionar los años que le quedan. Reconstruir la autoridad perdida y rearmar la identidad de su gobierno.
En definitiva, ese movimiento es el que le piden muchos dirigentes del interior del país y parte de su círculo desde hace tiempo. Fernández, en cambio, hasta el momento entendió que conservar el equilibrio de la coalición, sin tensar la cuerda al máximo con Cristina Kirchner, es esencial para que él pueda mantenerse en su despacho presidencial y la Argentina no se sumerja en el desconcierto.
“No hay término medio después de la elección. O juega de verdad y endurece su postura, o le entrega el bastón de mando a Cristina”, reflexionó un intendente del conurbano que desde hace tiempo espera que el jefe de Estado no quede entrampado en las presiones del kirchnerismo. Hay miradas más extremistas que otras.
El análisis se repite entre los diferentes integrantes, con responsabilidades políticas e institucionales, que tiene el Frente de Todos. Tiene que haber una señal de autoridad, fuerte, que marque el comienzo de una nueva etapa y se convierta en un faro para el peronismo. Peronismo que Alberto Fernández necesitará para caminar sobre la arena movediza en los próximos meses de gestión.
Puertas adentro del Gobierno también asumen que es necesario empoderar la imagen presidencial. Es un proceso que debe ocurrir para levantarse rápido de la derrota, dejar definitivamente atrás la crisis política interna y sentarse frente al tablero de mando.
¿Cómo recupera autoridad Alberto Fernández? Marcando el pulso del tramo final de la negociación con el FMI, realizando, en caso de que el resultado lo empuje a ese límite, cambios de Gabinete que lleven su firma y, sobre todo, mejorando la relación con los gobernadores peronistas, quienes mantienen un buen vínculo con Fernández, pero se sienten lejos de la gestión y confundidos frente a los constantes tropiezos del Gobierno.
El jefe de Estado debe buscar salir de la firma de convenios y las visitas electorales, y enfocarse en un diálogo con los mandatarios en clave política, que lo lleve a tejer alianzas más fuertes donde recostarse en el tramo final de su mandato. Ese es el camino que consideran que debe seguir.
“Los gobernadores necesitan que los cobijen, que les den juego, eso tiene que pasar”, sostuvo un dirigente de contacto fluido con Fernández, que asume la necesitad de un cambio en el estilo presidencial. Es necesario que ese vínculo tome volumen para ampliar la base de sustentación política de un Gobierno que tendrá que acordar con la oposición en el Congreso, si o sí, y que aún está sentado sobre una crisis económica que todos los días, expresada en los altos niveles de inflación, degrada el poder adquisitivo de la gente.
En el Gobierno aseguran que lo que está pactado en la cúpula es que no se repitan los movimientos riesgosos de la etapa post PASO. Tanto Alberto Fernández como Cristina Kirchner saben que el escenario actual no aguanta una nueva crisis donde se ponga en juego la autoridad presidencial. Los movimientos políticos después del 14 de noviembre tienen que estar acordados. Sin sorpresas. Sin tiros a la cabeza.
Fernández no solo va a tener que cerrar con el FMI, también tendrá que buscar acuerdos con la oposición, alinear a los propios en el campo político, convencer a los empresarios más poderosos del país que podrá generar una estabilidad económica en el corto plazo, y seguir haciendo equilibrio en su vínculo con Cristina Kirchner, determinante para el rumbo que tome la gestión en los próximos años y el respaldo que tenga ese camino en la calle.
Tiene que tomar decisiones que le den fortaleza a su conducción. Quienes lo conocen aseguran que lo hará, pero a su estilo. También coinciden en que el kirchnerismo entenderá que todos tienen que tener los pies en el mismo plato y que no pueden condicionar a Fernández a cada paso. Un presidente débil no le sirve a nadie. Ni al albertismo, ni al kirchnerismo, ni al peronismo, ni a la Argentina.
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