Entre 1950 y 1955 el general Juan Domingo Perón se vio obligado a modificar su programa económico y su política exterior adoptando medidas verdaderamente pragmáticas y realistas. Según el especialista en historia y relaciones internacionales Mariano Caucino, el viraje respecto a la primera etapa de su gobierno -que hoy podría ser calificada como populista- estuvo motivado por un repentino cambio en el contexto internacional.
El Perón que no miramos: Política, Diplomacia y Economía en tiempos de escasez (1950-55) (Ediciones Areté) explora aquellos tiempos en que movido por una alteración de la realidad, Perón demostró sus mayores cualidades como estadista.
-El período del 50 al 55 es probablemente el menos analizado de la historia política del peronismo. ¿Por qué decidió enfocarse en esos años?
-Cuando cae Perón, el propio peronismo lo ocultó. Porque era un tiempo en el que tuvieron que hacer un programa económico adaptado al complicado momento que se había generado en el triángulo económico entre Argentina, el Reino Unido y Estados Unidos. Hoy se lo calificaría como un ajuste. Durante ese tiempo, Perón hizo un acercamiento evidente a los Estados Unidos. Pero cuando lo derrocaron, el peronismo y el propio Perón comenzaron a tener un discurso muy antiimperialista, por eso les convenía ocultar ese período. Obviamente, el antiperonismo también lo negó, porque no quiso aceptar que el gobierno de Perón no había sido únicamente populista -aunque en esos años no se usaba este término- sino que había aplicado un enfoque realista.
Caucino recordó que las circunstancias económicas favorables desaparecieron hacia 1949. El triángulo entre Argentina, Estados Unidos y el Reino Unido, había dejado de arrojar un saldo virtuoso. El extinto Imperio Británico, exhausto tras la guerra, se vio obligado a decretar la inconvertibilidad de la libra. La moneda en la que precisamente la Argentina era acreedora.
Los hechos tuvieron inmediatas consecuencias en la Argentina, cuya economía era complementaria con la británica pero competitiva con respecto a la norteamericana. Advirtiendo esta realidad, Perón no dudó en introducir drásticos cambios en su equipo económico. El “mago” de las finanzas peronista Miguel Miranda sería reemplazado por un elenco de funcionarios que hoy llamaríamos “ortodoxos” entre los que se destacaría Alfredo Gómez Morales, entre cuyos colaboradores estaría el joven Antonio Cafiero.
-¿En algún punto hubo una mala administración?
No, cambió el contexto internacional y eso hizo que cambiara la ecuación económica de la Argentina. Tuvo una especie de estrangulamiento externo. La inconvertibilidad de la libra explicó la nacionalización de los ferrocarriles, por ejemplo. Como era un político muy hábil, Perón convirtió una realidad económica desfavorable en un discurso político favorable a sus intereses. Pero en realidad lo hizo porque no le quedaba otra.
A través de una serie de medidas, que luego se condensarían en el Segundo Plan Quinquenal, el gobierno justicialista aplicaría políticas de ajuste y restricción para ordenar las cuentas públicas y revertir el déficit acumulado. En los años que siguieron, esas intenciones se profundizarían con las leyes de atracción y protección de inversiones extranjeras, el Congreso de la Productividad y la concesión de explotación de petróleo nada menos que a la Standard Oil de California. El esfuerzo rindió sus frutos. La economía argentina volvería a crecer en 1953, 1954 y 1955, al punto que al momento en que fue derrocado, Perón había logrado revertir en gran medida el deterioro material de años anteriores y había conseguido atraer inversiones norteamericanas para explorar y explotar hidrocarburos. En definitiva, era un Perón “proto-desarrollista” que de alguna forma anticipó la obra modernizadora y transformadora que desplegaría Arturo Frondizi entre 1958 y 1962.
-El análisis de ese período también permite una relectura de la actualidad política.
Totalmente. Hay que valorizar ese período, porque la dirigencia del peronismo tiene que entender que existen las restricciones económicas y que tiene que tener una política realista. Después de la muerte de Perón, en algunos momentos el peronismo aplicó políticas realistas y en otros insistió con pretender ignorar el mundo. Eso es lo que yo creo que estamos viviendo ahora. Este es un libro que fue escrito pensando en la dirigencia del peronismo del futuro. Ignorar el contexto internacional fue el mayor error que cometió Cristina Kirchner. Perón en ese sentido fue un estadista, porque se dio cuenta de que no podía seguir más por ahí e hizo cambios. No se aferró a Miranda y al primer equipo económico. Cristina Kirchner y ahora Alberto Fernández están aferrados a tipos que tienen ideas totalmente equivocadas. Ni hablar en política exterior.
Normalmente se cree que Perón recién se alineó con Washington recién a partir de la llegada a la Casa Blanca del general Dwight D. Eisenhower en enero de 1953. Sin embargo, una lectura correcta del devenir histórico ofrece otras realidades. En rigor, Perón buscó mantener relaciones amistosas con los EEUU apenas poco tiempo después de acceder al poder formal en 1946. Una prueba de esa vocación la ofreció su actitud en junio de 1950 al intentar enviar tropas a pelear a Corea del lado de los norteamericanos. La ratificación del TIAR, la misión del ministro Ramón Cereijo en Washington en procura del crédito del Eximbank, la búsqueda de inversiones extranjeras, el cortejo a los enviados norteamericanos y la fastuosa recepción a Milton Eisenhower y la misma firma del contrato con la Standard Oil son tan solo algunos de los hitos de este “Perón que no miramos”.
A lo largo de su larga carrera pública, Perón mostró ambigüedades y zigzagueos. Pero hay dos elementos centrales que mantuvo incólumes durante toda su vida. Uno de ellos es su carácter de militar y de hombre de Estado. El segundo, sin lugar a dudas, fue su firme anticomunismo.
Acaso esta convicción se vio reforzada en aquellos años. Una atmósfera que hoy resulta lejana pero cuya evocación resulta imprescindible para comprender aquellos acontecimientos. Resulta necesario recordar en qué circunstancias tuvieron lugar tales desarrollos. En 1949, dos sucesos habían conmovido a los EEUU y a las potencias occidentales. La Unión Soviética alcanzó su anhelada categoría de potencia nuclear, quitando a los norteamericanos el monopolio que en la materia habían conseguido un lustro antes. En tanto, al otro lado del mundo, el país más poblado del globo había caído en manos del comunismo cuando, tras derrotar al Generalísimo Chiang Kai-Shek, Mao Tse Tung fundó la República Popular.
Los años que van desde 1950 hasta 1955 mostraron a un Perón dispuesto a corregir sus desvíos iniciales (“pecados de juventud”, en sus propias palabras) y a introducir políticas de gran realismo en el manejo económico y en la política exterior. Circunstancias que con los años serían ocultadas en buena medida por el propio peronismo. Y, naturalmente, por la histeria anti-peronista, para la que todo lo relacionado con Perón y su movimiento es malo per se.
En el Perón que no miramos Mariano Caucino procuró revivir las enseñanzas de aquellas reformas económicas y la política exterior pro-norteamericana llevada adelante por el gobierno peronista en la segunda mitad de su administración. Porque la distorsión de los hechos históricos no implica solamente una falsificación de los sucesos del pasado. También contribuyen a comprender equivocadamente los acontecimientos y a confundir la interpretación del presente y el futuro.
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