Vida y política de Leandro Santoro: del niño que soñaba ser como Alfonsín al test que le dijo que era kirchnerista

A los 13 años, el actual candidato a diputado del Frente de Todos empezó a militar en la UCR por su devoción al primer Presidente post dictadura. Su talento para armar pintadas en las paredes porteñas y el inesperado viaje a Roma con Cristina Kirchner

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Junto Raúl Alfonsín: a los
Junto Raúl Alfonsín: a los 13 años, en un bautismo Santoro pidió llamarse como el ex Presidente

Para San Gregorio Nacianceno el bautismo “es el más bello y magnífico de los dones de Dios”. El teólogo y arzobispo del Siglo IV lo llamaba “don, gracia, unción, iluminación, vestidura de incorruptibilidad, baño de regeneración, sello y todo lo más precioso que hay”. El bautismo es, en definitiva, el fundamento de la vida cristiana. A través de este, los fieles son liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios.

En eso estaba Leandro Santoro a finales de la década del 80. Pasaba el fin de semana en un campo, con sus 80 compañeros de escuela, en una jornada de retiro espiritual y estaba a punto de ser bautizado por segunda vez en su vida, a merced de las manos santas del cura que dirigía el colegio San Francisco de Sales y que la noche anterior, en una sesión de humillación colectiva que daban en llamar “corrección fraterna”, lo había criticado, adelante de todos, por ser “demasiado alfonsinista”. Leandro tenía 12 ó 13 años y, a los ojos del cura, debía ser liberado del pecado.

El bautismo incluyó el rito de imposición del nombre que, en este caso, los alumnos lo elegían para sí mismos. La mayoría evocó, como era de esperar, referencias a padres o a sus abuelos, ejemplos naturales en el camino de la vida. Sin embargo, no fue el caso de Santoro, que dijo “me llamaré Raúl Ricardo”.

El sacerdote Eduardo Meana le dijo delante de todos sus compañeros que el radicalismo era “segmentario” y lo exhortó a revisar su “perfil salesiano”. Que así como estaba, le advirtió el cura, con su participación en la UCR y su devoción por Alfonsín no iba a entrar dentro de lo que ellos buscaban en el colegio.

Quién sabe qué buscaba Leandro. Quizás el primer presidente de la Nación de la post dictadura representaba para él la figura paterna ausente en casa. O tal vez Alfonsín era para Santoro un símbolo de época, un referente social y estético al que podía aferrarse en la sinuosa senda de su vida adolescente.

Leandro Santoro en su cumpleaños,
Leandro Santoro en su cumpleaños, junto a Silvia, su mamá

Por eso el cumpleaños que más esperó y celebró Santoro fue el de los 13. Un tiempo antes le había quemado la cabeza a Silvia, su mamá, para que lo dejara ir por fin a poner la ñata contra el vidrio del comité radical de la calle Formosa. Él quería ser parte de algo que lo fascinaba por intuición y atracción mágica.

Su madre la pateó para adelante. Le dijo “no Leandrito, cuando cumplas los 13 te dejo”. Pero el nene nunca lo olvidó, contó y tachó los días los días del calendario como un preso y apenas pasó el 11 de enero de 1989, su cumpleaños número 13, el niño que amaba a Alfonsín salió corriendo y se metió en el edificio radical que, al fin y al cabo, fue su escuela y su otra casa.

Del San Francisco de Sales salió pronto. No era su lugar. No lo querían y viceversa. Repitió cuarto año, estaba desmotivado y solo en aquel colegio, era un novel radical alfonsinista en plena decadencia del alfonsinismo y expansión del peronismo neoliberal que caía simpático a la derecha conservadora y clerical. Cuando se fue de allí se desintegró también la idea, bastante concreta, de ser cura que tenía cuando ejercía como monaguillo. Sin embargo, a la vez que se apagó la chispa mística se encendió la militante.

Pintó tantas paredes que podría haber vivido de eso, cultivó ampollas en sus dedos por darles duro y parejo al bombo y al redoblante, se picanteó en las esquinas con algunas agrupaciones, confraternizó con otras, y como si se tratara de un mito homérico a finales de los 90 esperó 20 noches seguidas de frío y lluvia en la puerta del Hospital Italiano que Alfonsin se alejara del borde de la muerte.

El ex Presidente se recuperó y ahí comenzó, de verdad, la carrera política de Santoro, al lado de su ídolo, durante lo que fue el resto de la vida de Alfonsín hasta que el líder murió y él se quedó huérfano de referentes mientras la UCR volcaba a la derecha, y entonces un día se le abrió una revelación traumática, difícil de aceptar. Entendió que con el kirchnerismo le pasaba algo raro: si ellos eran sus antagonistas pero hacían en el gobierno lo que él hubiera querido hacer, ¿entonces eran realmente rivales?

“Fue como ser de River y pasar a Boca. Fue difícil”, reconoce con una sonrisa, echado para atrás en el sillón de su despacho en la Legislatura porteña Leandro Santoro, una década después de su “conversión”, candidato principal del Frente de Todos a diputado nacional en la Ciudad de Buenos Aires.

Leandro Santoro es legislador porteño
Leandro Santoro es legislador porteño y candidato a diputado nacional del Frente de Todos por la Ciudad de Buenos Aires (Maximiliano Luna)

Santoro nació y creció en el barrio porteño de Caballito, en una vida de unicidad con Silvia, con dificultades económicas que afrontaron ellos dos solos, espalda con espalda. Ni su padre, con quien pasó poco tiempo, ni su madre eran militantes. Él era peronista de derecha y ella, de ideas progresistas, seguía a Alfonsín.

Su mamá hizo de todo. Tuvo una inmobiliaria, se fundió, manejó un remís, luego armó una agencia de remises, más tarde volvió a fundirse. Cuando Leandro empezaba a ir al comité radical de la calle Formosa ella cocinaba y vendía entre los vecinos y los comercios del barrio y Leandro la ayudaba con eso, iba de local en local repartiendo la mercadería.

Pero la vocación de Leandro estaba definida desde niño. La atracción mágica por el radicalismo de Alfonsín lo determinó temprano. “Todavía recuerdo el trauma que significaba entrar por el pasillo de esa casa, los nervios que me daba, me daba vergüenza porque había gente más grande. El pasillo ese me generaba mucha angustia y además no sabías con qué te ibas a encontrar”, recuerda Santoro. Lo que buscaba aquel pre adolescente era un sencillamente un lugar. Y lo encontró ahí.

En la escuela política se aprende rápido. El primer acto al que fue Santoro ocurrió meses después de su llegada al comité, en la campaña presidencial del 89. Fue a bancar con todos a Eduardo Angeloz a Plaza Italia. Hasta las elecciones pintó paredes, repartió volantes y discutió para defender a cordobés de su partido que iba a perder con Menem. En la primera reunión después de las elecciones en el comité se dio cuenta que todos sus compañeros apoyaban al candidato sólo por obligación partidaria.

Santoro encontró en Alfonsín una
Santoro encontró en Alfonsín una referencia política y estética

Todo el mundo detestaba a Angeloz. Y durante meses a mí me lo habían ocultado, entonces cuando perdimos las elecciones me acuerdo de una reunión en el patio y todo el mundo dijo lo que pensaba, y yo no lo podía entender”, ríe ahora, con vasto kilometraje recorrido en el mundo pragmático y contradictorio de la política.

En esa vieja casa radical Santoro aprendió y dio forma a su talento para la argumentación. El ejercicio de debate era una fija allí, todos los lunes y martes. Participaban pesos pesados de la primera línea radical, como el ex ministro Jesús Rodríguez, o el ex rector de la UBA, Oscar Shuberoff. “Era una cosa muy loca, tenías a Jesús y al lado a una vieja del barrio. Me acuerdo un día que Shuberoff estaba cuando vino Gorbachov, y no fue a cenar con el presidente soviético porque había reunión con el comité”, relata.

Los sábados eran los debates de la juventud y en ese contexto fue que un día se animó a hablar ante los correligionarios. Pronto se soltó y notó que lo escuchaban. Cada tanto alguno le decía que era un fenómeno hablando y cuando él se la creía aparecía alguien que hablaba mejor. Santoro recuerda la vez que escuchó al joven de Franja Morada Facundo Maldonado: “Me humilló, y ahí pensé que tenía que ser mucho mejor, que no era ningún fenómeno y que tenía que formarme”.

Desde la calle Formosa Santoro se convirtió en un referente de la Juventud Radical y en algo así como el Messi de las pintadas de paredes, una tradición política argentina que perdió vigencia. “Puedo pintarte aun hoy 80 paredes en un día”, se jacta entre risotadas. “Tengo tanta cancha que hago la letra y la sombra al mismo tiempo con el mismo pincel, sé cómo poner el filo para que la línea sea gruesa o fina y poder dibujar y puedo escribir de atrás para adelante o de adelante para atrás”, detalla.

Pelilargo, junto a "Los Irrompibles",
Pelilargo, junto a "Los Irrompibles", en la vigilia durante la internación de Alfonsín, en el invierno de 1999

A principios de los 2000 Leandro Santoro fundó la agrupación de jóvenes radicales y alfonsinistas “Los irrompibles”, surgida tras el cierre del mítico comité de Formosa. El nombre no viene de la frase de Alem (”que se rompa pero no se doble”) sino, aparentemente, de la unidad del grupo humano que resistió a la debacle radical y al movimiento antipolítica del 2001.

Con Alfonsín como faro, Leandro y sus irrompibles construyeron una identidad propia. Santoro más que ninguno. A esa altura, a fuerza de voluntad y determinación, el joven de Caballito que daba sus últimas materias para recibirse de licenciado en Ciencia Política en la UBA sabía que su destino estaba en la galaxia de la política.

- Siempre supe que me iba a dedicar a esto, yo soy un obsesivo. Viste que muchos dicen que comunico bien, es lo mismo que hacía cuando era pibe que pintaba paredes, perfeccionaba la letra para que comunicara el mensaje. Mi obsesión porque la letra de la pintada fuese prolija, no chorreara de rojo, la sombra fuera perfecta y el blanco tapara la pintada de atrás, era para que la gente pasara y en cinco segundos leyera una consigna política. Era la obsesión por comunicar.

Los irrompibles tiñeron la Capital de rojo y blanco. Tenían una ley primera. No pintaban apellidos ni nombres, pintaban consignas. Algunos hits: “Sólo es política si transforma”; “A Macri las únicas clases que le importan son las altas” y el célebre “Señoras Enfermeras: ahorren energía, desenchufen a Massera”, en una pared frente al hospital Naval donde el almirante genocida estaba internado.

Con la muerte de Néstor
Con la muerte de Néstor Kirchner, Santoro vio que el kircherismo transmitía los conceptos que él siempre había militado (Grosby)

A Santoro siempre le importó el mensaje. “Yo no soy un tipo talentoso. Yo no soy muy inteligente, soy muy laburante, soy muy persistente, trabajo mucho, todo lo que digo lo tengo pensado de muchas horas y años”, se autodefine.

El candidato del FdT asegura que lee “todo”, los que coinciden con su ideología y los que no: “De Durán Barba leí todo y tengo todo anotado”. De las lecturas saca conclusiones y le da forma a su opinión, a lo que luego dirá en una sesión legislativa o en un programa de televisión. Anota sobre los propios libros y en hojas sueltas que después manda a anillar con rasgos obsesivos: “Ahora que estoy más profesional tengo carpetas por temas, ciudad, coyuntura, política, economía, pandemia. Y estudio todo, y lo tengo que leer en papel, porque dibujo la hoja, todos mis libros están escritos. Yo anoto el concepto del autor para después releer, todos los libros los releo dos o tres veces. Y anoto conceptos”.

Aquello que el niño Santoro añoró finalmente ocurrió. En junio de 1999 la camioneta en la que viajaba Alfonsín por Río Negro volcó y el ex presidente quedó en grave estado durante varias semanas. Cuando su salud se estabilizó lo trasladaron al Hospital Italiano. Leandro se enteró en Mar del Plata, a donde había ido a ver a Los Redonditos de Ricota. Desde allí convocó a Los Irrompibles a una vigilia permanente en la puerta del hospital hasta que el líder radical “nos dé la mano a todos”.

Santoro pasó noches eternas bajo el cielo del húmedo invierno porteño, a la espera de que sobreviviera su prócer, con pasacalles que alentaban a Raúl. “Y el viejo creo que a la noche número 20 se despierta y le cuentan que había un grupo de pibes en pleno invierno. Y el tipo nos manda a llamar por Margarita Rouco, que era su secretaria, a decirnos que nos vayamos, pero nosotros le decíamos que hasta que no nos diera la mano nos quedábamos ahí. Llovía y estábamos ahí sin carpa, sin nada, con reposeras. Cuando salió, lo primero que hizo fue pedir una sala en el Hospital y nos dio la mano a los 20″.

Leandro Santoro nació el 11
Leandro Santoro nació el 11 de enero de 1976 en el barrio porteño de Caballito

A las dos semanas alguien los contactó y les dijo que Alfonsín los quería invitar a comer. “Yo no lo podía creer, lo agasajamos en la casa de uno de los pibes con unas lentejas que preparó mi mamá. Y estuvo cuatro horas comiendo con nosotros y desde ese día hasta que se murió no paramos de verlo, y me terminé haciendo amigo de Raúl. Hacía reuniones los jueves a la noche en el Club El Progreso y nos invitaba a comer, y como era caro nos pagaba el cubierto a los tres todos los jueves. Y ahí empezó la relación con Raúl”.

Desde ese momento, Santoro se pegó al cuerpo de Alfonsín y exprimió experiencia y sabiduría hasta el momento de su muerte. Los Irrompibles le armaron un escudo anti escrache en 2001 y lo acompañan a donde se moviera. Leandro recuerda un viaje en avioneta a Tucumán y que al llegar lo reciba todo el peronismo de la provincia. O un viaje a Córdoba cuando Raúl lo vio mirar con nostalgia o un sentimiento parecido por la ventana y le preguntó qué le pasaba. “Y le dije: ‘Es que soy consciente que usted es un prócer’ y él se reía, era muy humilde”.

Santoro piensa que a partir de ahí el devenir de su carrera política fue natural. Nada de lo que vino después lo sorprendió como su relación de amistad con Alfonsín, que tanto había imaginado de adolescente o en el 91, cuando post crisis la gente dejó de militar y él quedó solo en un comité abandonado. “Un día me llamó el Cuervo Larroque para decirme que Cristina quería invitarme a ver al Papa. Viajábamos al otro día. De repente yo estaba con Cristina en el avión presidencial, vimos al Papa y después fuimos a Naciones Unidas y para mí fue hermoso, pero sentía que lo máximo que me podía pasar, ya me había pasado”, explica.

Para su sorpresa, Santoro fue
Para su sorpresa, Santoro fue invitado por Cristina Fernández de Kirchner para visitar en Roma al Papa Francisco junto a otros "líderes jóvenes": todavía no se había "convertido" al kirchnerismo

La partida de Alfonsín le abrió las puertas al kirchnerismo de una manera inesperada. No había pasado un año de la muerte de Raúl (ocurrida en 2009) y una compañera de Los Irrompibles llevó un test de perfilamiento ideológico.

- Me acuerdo que me dio kirchnerista y yo no lo podía creer. Yo lo detestaba al kirchnerismo. Imaginate que tu adversario hace lo que querés hacer vos, no te cae simpático.

- ¿Y qué le empezó a cautivar de eso?

- Cuando se murió Néstor y vi los pibes que iban, creo que ahí me empieza a pasar algo en serio. Y eso me empezó a llamar la atención y después empezó (Leopoldo) Moreau a decirme que hablaba con Cristina, que se respetaban mucho.

- Y no pasó mucho para aquel viaje con Cristina, donde todavía eras un joven radical sin contacto con el peronismo. ¿Qué le pasó durante esa experiencia por Roma y Nueva York?

- Primero la vi a ella interactuar, vi una militante. Lo que me sorprendió fue el sentido de pertenencia a un partido político. Había habido un cacerolazo en el Obelisco, y alguien le contaba cómo había reaccionado la gente. Y ella muy preocupada por las y los compañeros, yo la tenía como una torre de marfil y me encontré a una militante política, que trataba de igual a igual a la militancia. Ahí me di cuenta de que estaba equivocado, que la había caracterizado tan mal, era otra cosa completamente diferente. Después es ella, se viste distinto, habla distinto, es diferente, pero al mismo tiempo es igual.

"Mi vieja era más cercana
"Mi vieja era más cercana al radicalismo, nunca fue peronista, entonces cuando me empezó a hablar bien de Cristina me llamaba la atención"

Pero fue su mamá la que le abrió los ojos y las puertas definitivas al kirchnerismo. “Ella, que había laburado siempre de manera irregular, nunca le pusieron sus aportes, finalmente gracias a Cristina se pudo jubilar. Mi vieja era más cercana al radicalismo, nunca fue peronista, entonces cuando me empezó a hablar bien de Cristina me llamaba la atención, porque es culturalmente difícil, disruptivo. Una cosa es que vos no tengas identidad política, otra cosa es que vengas de un partido que compitió contra el peronismo, es raro eso”, admite.

- ¿Y lo que hacía el kirchnerismo era lo que usted quería?

- Se pierde de vista que Alfonsín representaba un proyecto de país orientado hacia una democracia con sentido social, con muchas posiciones muy parecidas a las que hoy asume el kirchnerismo: la integración latinoamericana, la autodeterminación de los pueblos, la prescindencia de injerencia en los asuntos internos, la mirada heterodoxa de la economía, la búsqueda de un Estado activo que intervenga el proceso económico para garantizar mayores niveles de discusión, todo eso era parte de la visión de Alfonsín de la democracia y la vida.

Lo que siguió es historia conocida. Santoro encontró el camino de su vocación alfonsinista en la ruta de las convicciones kirchneristas. Fue candidato a vicejefe de gobierno porteño junto a Mariano Recalde, uno de los fundadores de La Cámpora, en el medio se hizo amigo por Twitter de un Alberto Fernández todavía enojado con Cristina, a quien el día que fue elegido presidente le llevó de regalo un libro de Alfonsín. Y la actual candidatura.

No entraba en la cabeza radical de Santoro “hacerse” peronista. Pero sucedió. “Lo empecé a ver como posible, para mí era como River y Boca. Irme del radicalismo no me entraba en la cabeza, era impensado. Yo le di mucho al radicalismo, muchas horas de mi vida. Muchos se fueron, se llevaron la banca, como Carrió, o cargos partidarios. Yo me fui y no jodí a nadie y no los traicioné. Me fui e hice mi historia y no sabía si me iba a salir bien o mal”.

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