Alberto Fernández ha sumado un kilometraje internacional nada desdeñable en lo que va de su gestión, con las limitaciones que impuso la pandemia del coronavirus. Casi toda la actuación en el frente externo remite a la deuda: la persistencia del mismo problema hasta ahora sin señales de solución no es un dato atractivo. Y no sólo se trata del arrastre en la agenda. Será su segunda cita con Kristalina Georgieva y también su segunda participación en una cumbre del G20. Se repiten ámbitos y temario, pero con el Presidente en situación de mayor desgaste y con la carga de la interna oficialista como síntoma político visible también para sus interlocutores en Roma.
Los días previos a este viaje fueron marcados por gestos políticos relacionados con la deuda y la negociación con el FMI. El Presidente fue el único orador del acto de homenaje a Néstor Kirchner, con consigna de dureza frente al Fondo. Martín Guzmán, el ministro que se encarga de la negociación y participó de las reuniones que preceden a la apertura del G20, también dejó declaraciones que buscaron ser ásperas. La paradoja es que puede ser vestido como un mensaje para el público propio en el tramo final de la campaña, pero no mueve la aguja de las encuestas y sí es registrado en el exterior. Más precisamente: en el círculo que compartirán hoy Alberto Fernández y su comitiva.
El objetivo del Gobierno es bastante claro: aire político. Apuesta a alguna declaración formal en las bilaterales y al esperado gesto del G20 a favor de la reconsideración de las sobretasas que el FMI aplica en los casos de deudas como las que carga la Argentina. En la misma línea, hubo conversaciones para lograr la ratificación de respaldos de administraciones “amigas”, como las de Francia y España.
El mayor esfuerzo estuvo y está puesto en lograr la consideración efectiva de Washington. Las últimas gestiones, como ya había ocurrido antes, tuvieron canales diplomáticos y menos formales. Trabajaron el embajador Jorge Argüello y Gustavo Beliz. No es un circuito que domine la conducción de la Cancillería, lo cual tampoco es nuevo en el Gobierno. La administración de Joe Biden se muestra más que cauta: espera que sea presentado un programa económico.
Existe, por supuesto, una lectura de la situación política argentina. El mensaje sobre la necesidad de que Argentina presente un plan podría ser interpretado más allá de la exigencia del FMI para avanzar con un acuerdo de facilidades extendidas. También se trataría de medir el compromiso de los distintos socios del frente gobernante.
Esa asoma como una cuestión central. Es un reflejo externo de la realidad política local, incluida la interna del oficialismo. Alberto Fernández mantuvo su primera reunión con la directora gerente del FMI hace casi seis meses, también en Roma. Desde entonces, el cuadro registró cambios significativos.
El Gobierno apostaba entonces a reforzar posiciones y llegar a las elecciones bien plantado, con la vacunación avanzada -a pesar de las críticas por los retrasos, las provisiones y la escandalosa versión VIP- y con expectativa económica en alza. En ese escenario jugaban las lentas tratativas con el Fondo. Sobrevino la dura derrota en las PASO y restan ahora un par de semanas para las legislativas, cuyo resultado definirá el reacomodamiento doméstico. El capitulo anterior, luego de las primarias, fue de crisis.
A diferencia de la anterior cumbre del G20, el encuentro en Roma permite reuniones directas entre funcionarios y jefes de Estado. La cita de noviembre de 2020, con eje en Riad, fue marcada por la virtualidad y hasta la “foto de familia” resultó una imagen artificial. En aquella oportunidad, Alberto Fernández introdujo el tema de la deuda como agravante de la situación crítica generada por la pandemia a escala global, y sin entrar en detalle sobre el manejo de las restricciones sociales.
El planteo de las asimetrías en el suministro internacional de vacunas tenía base real y por momentos también servía para subalternar la realidad local. Fue notorio en ese contexto el saludo especial a Vladimir Putin que Alberto Fernández incluyó en su discurso. La Sputnik V ya era tema de cruces en la política doméstica.
Desde entonces, el oficialismo fue escalando en la exposición de sus propias pulseadas. Los cuestionamientos de Cristina Fernández de Kirchner dejaron de ser advertencias y produjeron bajas. El resultado de las PASO agudizó el cuadro interno que sigue crujiendo debajo de una salida de compromiso.
No se trató únicamente de los cambios en el Gabinete forzados por la ofensiva de CFK. Quedaron a la vista otros dos elementos fuertes. Uno: no sólo se trata de los ministros que se fueron. En rigor, la mira del kirchnerismo duro está puesta sobre el área económica. Y dos: la campaña dejó de estar centrada en la vacunación y se endureció en temas como la deuda y el control de precios, en paralelo con la sucesión de medidas con el sello de “platita”.
En conjunto, y visto seguramente de manera menos matizada en el exterior, no se trata exclusivamente de cómo quedará la relación de fuerzas entre oficialismo y oposición. Importa cómo resolverá su interna la coalición gobernante. Por lo pronto, ya fue dañado Guzmán como principal funcionario en las tratativas por la deuda. Y el Presidente llegó a Roma con un mismo tema y mayores incertidumbres.
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