Era uno de los matrimonios más consolidados de la política argentina, pero fue uno de los tantos que llegó a su fin durante la pandemia. Por más de 45 años, Luis Barrionuevo y Graciela Camaño constituyeron una pareja unida indisolublemente por el peronismo, aunque cada uno había logrado mantener autonomía del otro y siguió un camino propio, más allá de los lazos familiares.
Por esas vueltas de la vida, en estos días aparecen virtualmente enfrentados por las elecciones del 2 de diciembre en la Unión de Trabajadores Gastronómicos (UTHGRA): él apadrina una lista opositora para desplazar a su cuñado, Dante Camaño, de la jefatura de la Seccional Capital del sindicato, mientras que ella se puso del lado de su hermano y publicó en Twitter una foto en la que están juntos: “Visité la Sección CABA de Gastronómicos -escribió-. Rememoramos lindos tiempos con mis queridos amigos. Toda la fuerza para el próximo proceso electoral, ustedes son buenos y honestos dirigentes sindicales. No dudo de que los afiliados sabrán apreciar el esfuerzo”.
Pasó mucho tiempo desde se conocieron a principios de los años setenta en la delegación del Ministerio de Trabajo del partido de San Martín. Eran veinteañeros. Ella había llegado a Buenos Aires desde Presidencia Roque Sáenz Peña, Chaco, y vivía en Los Polvorines, en territorio bonaerense. El había nacido en Catamarca y cuando llegó a Capital hizo de todo para vivir, incluso trabajar de mozo (aunque dicen que sólo durante dos años). El deslumbramiento fue mutuo.
Según el diario La Nación, Barrionuevo “hizo una apuesta para conquistarla”. La ganó. Graciela confesó que se había enamorado de Luis porque “era muy lindo”. Se casaron y tuvieron dos hijos, Melina Eva y José Luis. El saltó de la seccional San Martín del sindicato textil a liderar la seccional San Martín del gremio gastronómico y ella fue designada en una gerencia de la obra social.
Quienes los conocen aseguran que sus orígenes fueron muy humildes. Camaño estudiaba en la escuela secundaria y trabajaba de operaria en una fábrica de zapatos. Luego se recibió de maestra y también tuvo un negocio en San Martín. Barrionuevo fue cadete, lavacopas, verdulero y cafetero.
El autor de frases célebres como “Nadie hizo la plata trabajando” y “En la Argentina hay que dejar de robar al menos dos años” fue ascendiendo en el sindicato. Cuentan que tomó por la fuerza la sede de la UTHGRA de Catamarca luego de que fue intervenida por Ramón Elorza, titular del sindicato a nivel nacional. En 1979, durante la dictadura militar, lo designaron al frente de la obra social. Tras el regreso de la democracia, Barrionuevo llegó a la titularidad del gremio en 1985.
Para la diputada nacional de Consenso Federal, la militancia en el peronismo la llevó a ocupar por primera vez una banca en la Cámara Baja por la Provincia de Buenos Aires en 1987. Su marido la apoyó siempre, pero sus carreras empezaron a seguir andariveles paralelos, sin tocarse. Cuando hablaba sobre él en las reuniones políticas, ella lo llamaba “Barrionuevo”, a secas.
Ambos se subieron al proyecto político de Carlos Menem en 1989. Ella resultó elegida diputada nacional por el PJ y él se convirtió en el confeso “recontraalcahuete” del Presidente que llegó desde la provincia de La Rioja prometiendo el salariazo y la revolución productiva, aunque cuando asumió se acercó al liberalismo y designó en el Ministerio de Economía a directivos de Bunge y Born.
En esos años noventa, en el pago chico del matrimonio Barrionuevo-Camaño, la actual diputada apadrinó políticamente a un joven que venía de la Ucedé: Sergio Massa. “Era un chico que criamos nosotros en San Martín. Graciela lo afilió al peronismo. Un chico impetuoso”, recordó el sindicalista.
En las elecciones de 1995, Camaño compitió con el duhaldismo por la intendencia de San Martín, pero perdió la interna del PJ con Carlos Libonatti, mientras Barrionuevo regenteaba la ANSSAL, el organismo que distribuía los fondos de las obras sociales, un cargo que le brindó mucho poder.
Tras la crisis de 2001, Eduardo Duhalde llegó a la Presidencia de la Nación y demostró que no le guardaba rencor a esa mujer que lo había desafiado: gracias a un acuerdo político con Barrionuevo, la designó ministra de Trabajo. Camaño hizo una gestión que fue valorada por los sindicalistas de todos los sectores, con equilibrio entre todos los sectores y sin beneficiar al sindicato de su esposo.
Con los años, el matrimonio se mantuvo firme, aunque se profundizó la brecha profesional. Mientras Barrionuevo confesaba que odiaba leer, Camaño se recibió de abogada en 2011, en la Universidad de Morón, en sólo dos años. El se siente cómodo en su papel de dirigente intuitivo y de acción, con la calle como escuela. Ella, aunque con un perfil distinto, siempre tuvo un carácter fuerte: muchos todavía se acuerdan cuando le pegó un cachetazo al diputado kirchnerista Carlos Kunkel en la Cámara de Diputados. “Estoy harta de que me digan que soy la señora de”, protestó.
En sus pasos políticos estuvieron en sintonía. Apoyaron a Menem y tomaron distancia del kirchnerismo. Ambos se alinearon con el Frente de Renovador de Massa, su antiguo protegido, y luego, en 2019, fueron promotores de la candidatura presidencial de Roberto Lavagna.
“Lo que yo tengo con Luis es una familia. Políticamente a veces chocamos, pero eso no influye en la familia ni en uno sobre otro. Somos dos personas en todo sentido, no una. Nuestro matrimonio es sobre la base del respeto a la libertad de cada uno”, dijo Camaño hace unos años, cuando nada hacía prever que su relación con Barrionuevo, una sociedad conyugal llena de diferencias, pero con años de tanta militancia política como amor, podía terminar en una separación de hecho como la actual.
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