La Confederación General del Trabajo (CGT) concretó esta tarde un regreso multitudinario a la movilización callejera, en una celebración del Día de la Lealtad Peronista que la dejó políticamente fortalecida y con fuertes señales de que no practicará un oficialismo ciego.
La sola imagen de dos archienemigos como Héctor Daer (Sanidad) y Hugo Moyano (Camioneros) al frente de la columna de dirigentes que llegaron a Independencia y Paseo Colón fue mucho más que simbólica. La marcha por el 17 de Octubre fue la antesala del congreso cegetista del 11 de noviembre, donde se renovarán las autoridades y volverán a la central obrera Moyano, Sergio Palazzo (bancarios) y Sergio Sasia (Unión Ferroviaria), entre otros.
Esa unidad es la herramienta fundamental que imagina el sindicalismo para evitar que el Gobierno la siga manteniendo lejos de las decisiones socioeconómicas y que la excluya nuevamente de las listas de candidatos. Recuperar capacidad de presión es la clave para la CGT que viene. El primer paso fue la demostración de fuerza que logró en la calle luego de dos años en que la estructura cegetista, dividida, perdió dos de sus pilares: influencia y poder.
La marcha no tuvo oradores, en un reconocimiento de que definir quiénes iban a hablar podía ser motivo de fricciones. La dirigencia aún recuerda el traumático acto del 7 de marzo de 2017, en que los manifestantes le exigieron a los gritos al triunvirato que integraban Daer, Carlos Acuña (estaciones de servicio) y Juan Carlos Schmid (Dragado y Balizamiento) que le pusieran fecha al paro contra Mauricio Macri y todo terminó entre empujones, dirigentes resguardados en un edificio y el atril desde donde hablaron destruido.
Esta vez, gobierna una coalición peronista, pero con signos de ajuste económico y con una actitud de cierto destrato hacia la CGT. Esos factores precipitaron la reunificación cegetista, explican el impactante esfuerzo de movilización de los sindicatos y quedaron casi al desnudo en el frío documento que se leyó esta tarde durante la marcha.
Contrariamente a lo que se preveía, en el texto no hubo menciones a Alberto Fernández, Cristina Kirchner, al Gobierno ni al Frente de Todos, sino alusiones a Juan Domingo Perón y unos sugestivos párrafos que pueden ser leídos como una toma de distancia del oficialismo.
Por ejemplo, cuando en la declaración se menciona “la profundidad de la crisis actual requiere de señales muy claras” o se alude a “una sociedad que no se resigna a las desigualdades sociales y a la postración económica”. Lo mismo cuando la CGT advierte que “es tiempo de justicia social” y reclama “elaborar en conjunto los consensos que nos permitan poner el empleo productivo en el centro de las políticas públicas para superar la situación que hoy margina a los sectores más desprotegidos, que profundiza las desigualdades sociales y condiciona el crecimiento uniforme y equitativo de nuestro país”.
Por las dudas, la central obrera destaca que “el peronismo debe promover la alianza entre la producción y el trabajo” mediante “el diálogo social institucionalizado”. Y utiliza una frase de Perón de tono casi amenazante: “La verdadera democracia es aquella donde el gobierno hace lo que el pueblo quiere y defiende un solo interés, el del pueblo”.
¿Adónde están las expresiones de apoyo a Alberto Fernández que algunos quisieron incluir? No estuvieron en el documento ni en los estribillos de los manifestantes. Después de todo, en su origen, la marcha por el 17 de octubre también fue pensada como un gesto de respaldo al Presidente en su pelea con Cristina Kirchner, una vieja adversaria de la cúpula cegetista.
Sin embargo, la CGT pareció acentuar en su regreso a la calle un perfil puramente sindical, con señales de autonomía del Gobierno, y poner de relieve, entre otras, sus preocupaciones por “el empleo genuino” (en contraposición a los planes sociales) y “el fortalecimiento de los sistemas de seguridad social y de salud” (una clara referencia a las obras sociales, en riesgo por la reforma del sistema sanitario del kirchnerismo), como figura en el documento.
Aunque también el acto de desagravio de la CGT por la vandalización del memorial a las víctimas de Covid-19 en la Plaza de Mayo se convirtió en otra forma de diferenciarse del kirchnerismo duro. La concentración K del domingo por el 17 de octubre, con críticas contra el Presidente y la negociación con el FMI, fue interpretado por los dirigentes cegetistas como un gesto desafiante hacia ellos por parte de los sectores más afines a la Vicepresidenta.
Superada la prueba de fuego de la movilización callejera (donde la gran ausencia fue la de Pablo Moyano, de viaje en España para ver a su hijo futbolista), la CGT jugará todas sus fichas a una recomposición de sus autoridades con una apertura a la mayor cantidad de sectores posibles. Esa nueva central obrera surgirá tres días antes de las elecciones generales, en las que la mayoría del sindicalismo considera que fue marginado por el Frente de Todos.
La advertencia que quiso escenificar la central obrera con la movilización es que, pase lo que pase en los comicios, el oficialismo no podrá excluirla de sus principales decisiones, como sucedió hasta ahora. El Gobierno seguramente interpretará que la marcha de la CGT fue en respaldo a la gestión. En su documento, la dirigencia cegetista ignoró a Alberto Fernández y a Cristina Kirchner y sólo dijo: “Queremos a Perón, vivo en su legado y su doctrina”.
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