Desde la semana que viene, la CGT tendrá sus 30 días más decisivos de los últimos años. El lunes 18, marchará al Monumento al Trabajo como una demostración de fuerza ante el Gobierno. El jueves 11 de noviembre elegirá una nueva conducción para encarar una etapa distinta en su relación con el poder. Y 72 horas después esperará que el resultado de las elecciones la ubique en una posición de privilegio para el armado socioeconómico que necesitará Alberto Fernández, gane o pierda, para garantizar la gobernabilidad hasta 2023.
La vieja maquinaria del sindicalismo peronista se está aceitando para comenzar a funcionar nuevamente. La CGT no se moviliza desde hace dos años: el 5 de abril de 2019 salió a la calle por última vez para protestar contra el gobierno de Mauricio Macri con la consigna “Por la unidad, la producción y el trabajo argentino”. Ahora, bajo un lema similar, “Desarrollo, produccion y trabajo”, la central obrera se concentrará en las avenidas Paseo Colón e Independencia con la excusa de conmemorar el Día de la Lealtad Peronista.
La movilización se decidió el 18 de agosto pasado como una forma de exteriorizar el malestar de la CGT por haber sido marginada de las listas de candidatos. Luego, algunos de sus dirigentes imaginaron que podía convertirse en una expresión de apoyo a Alberto Fernández en medio de las tensiones con Cristina Kirchner. Hoy, la cúpula cegetista se propone convertir la manifestación en una muestra de que su poder de convocatoria sigue intacto y de que la coalición gobernante no puede desconocer su relevancia.
La actual conducción de la CGT fue elegida en agosto de 2016, donde se consagró un triunvirato integrado por Héctor Daer (Sanidad), Carlos Acuña (estaciones de servicio) y Juan Carlos Schmid (Dragado y Balizamiento) para mostrarle los dientes al gobierno de Macri, pero en marzo de 2017 tuvo su primer conflicto cuando realizó una movilización callejera para descomprimir a las bases y sus líderes fueron increpados por los manifestantes para que le pusieran fecha a un paro. Schmid, moyanista de perfil duro, renunció en septiembre de 2018 en disconformidad por el perfil ultradialoguista de la CGT. En marzo lo había hecho Pablo Moyano, secretario gremial de la central obrera, por los mismos motivos.
Desde entonces, la CGT terminó piloteando con altibajos la lucha contra el gobierno de Cambiemos, adhirió con fórceps a la estrategia de su adversaria Cristina Kirchner para ganar las elecciones, se abrazó a Alberto Fernández como esperanza de una resurrección peronista con autonomía del kirchnerismo y terminó adosada al Frente de Todos, aunque el Gobierno no reconoció el peso de la sigla ni le abrió las puertas para sentirse parte del poder.
Pese la voluntad de los gobernadores y del sindicalismo, el Presidente nunca quiso que naciera el albertismo para conformar una fracción que desafiara a Cristina Kirchner. Hoy, los gremialistas sueñan con una nueva CGT que les brinde autonomía de cualquier gobierno, basada en la fuerza que le otorgará la unidad interna: divididos, ninguno logró demasiado (excepto un kirchnerista como Sergio Palazzo, el gran favorito de la Vicepresidenta, privilegiado como cuarto candidato bonaerense a diputado del Frente de Todos).
Así como Daer no logró demasiado con un oficialismo a ultranza, a partir de una amistad personal con Alberto Fernández que no le dio ventajas a la CGT, Hugo Moyano tampoco puede exhibir enormes logros gracias a su fuerte alineamiento con el Gobierno, más allá de los elogios presidenciales o algunos encuentros privilegiados en la Quinta de Olivos.
El desafío de la futura CGT será ensamblar todas sus partes para que el conjunto tenga incidencia en las decisiones del Gobierno. Ese objetivo coincidirá con el peor momento del oficialismo, donde perdió las PASO y una nueva derrota en las elecciones generales le quitará peso en el Congreso y condicionará su gestión en los próximos dos años, en medio de una crisis socioeconómica profunda, una pobreza récord y peleas internas que siguen intactas.
En ese sentido, la central obrera puede salir bien parada. Alberto Fernández la necesitará para gobernar sin sobresaltos y si logra recobrar fuerza en las bases puede servirle para compensar el amenazante poder de los movimientos sociales, que avanzan con una agenda propia y señales de que quieren expandir su fuerza más allá del gobierno de turno.
La primera mala noticia para el Presidente es que el lunes 18 marcharán juntos la CGT y agrupaciones sociales como el Movimiento Evita, de una fuerte capacidad de movilización, y que la nueva central obrera creará un “observatorio social” para integrarlos a su estructura, aunque desde la periferia. ¿Podrá desconocer Alberto Fernández o quien lo suceda en 2023 a semejante polo de poder? La cúpula cegetista y sus “nuevos” aliados, como el moyanismo, apuestan a llenar la calle para advertir que nadie podrá seguir ignorándolos.
La segunda mala noticia para el primer mandatario es que la futura CGT tendrá predominio de dirigentes que buscan independizarse del Gobierno. Salvo el caso de Daer, el último de los mohicanos del albertismo, estará en primer plano el incontrolable Pablo Moyano, de un Sindicato de Camioneros herido por haber sido excluido de las listas de candidatos.
Alberto Fernández, en modo proselitista, tuvo que acercarse a un sindicalista hípercrítico del Gobierno como Luis Barrionuevo: la foto de ambos para la firma de un convenio dirigido a reactivar al sector hotelero y gastronómico congeló la sangre de algunos dirigentes que, pese a practicar un oficialismo ciego, nunca lograron gestos semejantes. Milagros de la campaña. O un indicio de la desesperación por captar votos de donde sea tras la debacle en las PASO.
Al líder del sindicato de gastronómicos, la visita del Presidente no sólo le permitió recuperar oxígeno político: se estima que, gracias a los acuerdos firmados, en un año podrá recuperar los 100.000 puestos de trabajo perdidos por el parate económico que causó la pandemia.
La CGT que viene tendrá nuevamente un triunvirato o un cuarteto de conducción. Hoy no existe un sector sindical que pueda imponerse de manera contundente a los otros ni un dirigente que inspire la suficiente autoridad como para convertirse en único líder.
Todo indica que seguirá en el nivel máximo de la central obrera Héctor Daer, quien acaba de ser reelegido al frente de ATSA Buenos Aires por 22.724 votos ante de una lista opositora de izquierda que alcanzó apenas 1970 sufragios. Integrante del sector de “los Gordos”, como Armando Cavalieri, de Comercio, es apoyado por “los independientes” (Gerardo Martínez, de la UOCRA; José Luis Lingeri, de Obras Sanitarias, y Andrés Rodríguez, de UPCN).
Compartirá posiciones con Pablo Moyano, cuyo papá, Hugo, se anotó la semana pasada un triunfo en la Confederación de Trabajadores del Transporte (CATT), donde impuso al ferroviario Sergio Sasia como su jefe y se repartió los principales cargos, pese a que no pudo evitar una ruptura: se fueron dos antimoyanistas como Omar Maturano (La Fraternidad) y Roberto Fernández (UTA) para reflotar la UGATT (Unión General de Asociaciones Sindicales de Trabajadores del Transporte), que se había formado en 2013 contra el jefe de Camioneros.
Otro candidato para sumarse al triunvirato o cuarteto de conducción de la futura CGT es Antonio Caló, el titular de la UOM. Algunos de sus colegas, con malicia, aseguran que se autopostuló, pero tiene chances porque encabeza un poderoso sindicato industrial.
Es más incierta la continuidad de Acuña como cotitular cegetista: es el representante del sector de Barrionuevo, quien sostiene -con razón- que los triunviratos en la CGT nunca funcionaron y que por eso debe haber un solo líder. ¿No hay candidatos potables? Algunos recuerdan que, a fines de los años setenta, Lorenzo Miguel encumbró como jefe cegetista a Saúl Ubaldini, un dirigente poco conocido, porque no había consenso para un único secretario general y, sobre todo, para poder manejarlo en las sombras (algo que nunca logró).
Más allá de la danza de nombres para la cúpula, en la nueva CGT hay dirigentes cuya continuidad nadie discute: Gerardo Martínez en la Secretaría de Relaciones Internacionales, José Luis Lingeri en la de Acción Social o Sergio Romero (UDA) en la de Políticas Educativas.
¿No habrá una mujer en el principal esquema de conducción de la central obrera? Nadie está pensando en una “compañera” para el triunvirato o cuarteto. Todos están de acuerdo en reformar el estatuto cegetista para aplicar la Ley 24.012 de cupo femenino y permitir que la mujeres ocupen al menos un tercio de los puestos del Consejo Directivo de la CGT.
Sin embargo, se avanza en un enmarañado sistema por el cual se duplicarán los 25 cargos para que en cada uno se elija un hombre y una mujer por sindicato, de manera que se vayan alternando en el ejercicio de sus funciones. No es lo que prefiere la rama femenina del gremialismo, pero para sus colegas varones será una revolución porque permitirá que deje de estar sola una dirigente histórica como Noé Ruiz (modelos) en representación de las mujeres.
Esta innovación de la CGT no opacará, de todas formas, la novedad más impactante que surgirá del congreso cegetista del 11 de noviembre en Parque Norte: la presencia de casi todos los sectores en el Consejo Directivo, a partir del regreso del moyanismo, los kirchneristas de la Corriente Federal de Trabajadores, el Movimiento Acción Sindical Argentino (MASA) y Sindicatos en Marcha para la Unidad Nacional (Semun), que encabeza Sasia.
¿Debería preocuparse Alberto Fernández por el nacimiento de una CGT unida y representativa de todos los matices internos? ¿Cómo logrará que una central obrera que se perfila como más díscola se integre a un trazado económico que requerirá de concertaciones? Son algunas de las preguntas en medio de una recomposición sindical cuyo telón de fondo es la decisión de volver a convertirse en un factor de poder.
En Córdoba, donde suelen gestarse movimientos de impronta combativa como el Cordobazo, la CGT provincial tomó la iniciativa de salir este viernes a la calle para protestar contra el gobierno de Juan Schiaretti y oponerse a la eliminación de las indemnizaciones que impulsa Juntos por el Cambio. Parece casi un espejo que refleja con anticipación el rol que adoptará la CGT nacional, que se perfila para estrenar una autonomía política que puede convertirse en una pesadilla para el actual gobierno y para el que lo suceda en 2023.
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