Una clase televisada de debate electoral protagonizaron anoche María Eugenia Vidal, Leandro Santoro, Javier Milei y Myriam Bregman, a un mes de los comicios legislativos que pueden implicar una derrota histórica para el Frente de Todos y colocar a Juntos por el Cambio en camino hacia la Casa Rosada en 2023.
Los cuatro candidatos a diputados nacionales que serán electos en la Ciudad de Buenos Aires, no se movieron un centímetro de su guión partidario y respetaron con gracia militar los consejos impartidos durante días por los asesores de marketing que trabajaron a destajo.
Vidal pegó primero, y sorprendió a sus adversarios. Reclamó que los cuatro candidatos exigieran la renuncia inmediata de Aníbal Fernández y solicitó justicia por Lucas Cansino, el adolescente que fue asesinado en Quilmes cuando iba al colegio. En la tribuna de Juntos para el Cambio aplaudieron a la candidata respaldada por Horacio Rodríguez Larreta, que llegó sobre la hora y jamás se sacó el tapaboca.
Santoro tiene una capacidad natural para los discursos. Enfrenta sin dudar a la cámara, su discurso fluye y todo lo hace con una media sonrisa. El candidato oficialista nunca mencionó a Alberto Fernández -que pujó con La Cámpora por su nominación-, y convirtió a Mauricio Macri en su presa política.
Vidal defendió al expresidente con tenacidad cuando Santoro cuestionó su negociación con el Fondo Monetario Internacional para acceder a un crédito de 44.000 millones de dólares. Pero la candidata opositora -y ex gobernadora bonaerense- calló y miró a su rincón cuando el adversario oficialista recordó ciertas operaciones de inteligencia ejecutadas en la Provincia cuando Macri estaba en Balcarce 50.
Milei creyó que protagonizaba un stand up político. Histriónico, casi a los gritos, el candidato liberal hizo una extraña interpretación de la historia que protagonizaron Harry Dexter White y John Maynard Keynes -durante la conferencia de Bretton Woods- y trató de explicar su aporte intelectual a la actividad legislativa del general Antonio Domingo Bussi, un ícono del terrorismo de Estado que transformó a Tucumán en un campo de concentración.
“La República está acabada”, “soy peligroso”, los políticos son delincuentes”, enfatizó Milei cuando tocó su turno. Vidal y Santoro usaron la estrategia de ignorar al candidato que fue sorpresa electoral en las PASO. Sólo Bregman, que se ubica en el otro extremo ideológico de Milei, le prestó atención y le contestó.
La candidata de la izquierda porteña fue la antítesis de Milei, cuando su estrategia de debate tenía como finalidad básica confrontar con los referentes de las coaliciones mayoritarias en la Ciudad. Bregman intentó mezclarse en los sucesivos debates que protagonizaron Vidal y Santoro, pero fue ignorada y quedó emparejada con el candidato que hace recordar los años dorados de Álvaro Alsogaray, el referente liberal que al final fue cooptado por Carlos Menem.
Vidal defendió su gestión en la Provincia, rechazó las acusaciones de corrupción con Rodríguez Larreta y cuestionó con dureza el Vacunatorio VIP montado por Gines González García y la fiesta de cumpleaños de Fabiola Yañez que Alberto Fernández permitió en la quinta de Olivos.
Santoro defendió la política sanitaria del Gobierno Nacional, hizo un guiño a los votantes independientes alegando que no era peronista, criticó la estrategia de los espacios públicos que ejecuta Rodríguez Larreta y defenestró los programas educativos en la Ciudad.
Milei llamó a terminar con el Estado, repitió una y otra vez el adjetivo “casta” para referirse a la clase política, y confundió las normas vigentes cuando hizo referencia a la necesidad de reformular la Ley de Coparticipación Federal. Intentó usar conceptos de Platon y Aristóteles para explicar su programa legislativo, y sobre el final apeló a un concepto académico de 1927 para explicar su posición sobre la Pandemia.
Bregman, por último, desplegó consignas que la caída del Muro de Berlín transformó en añejas lecturas de la ciencia política, planteó un extraño método para crear empleos y cuestionó al jefe de Gabinete, Juan Manzur, y al ministro de Seguridad, Aníbal Fernández.
Los cuatro candidatos hablaron a su propio público. No hubo una sola señal al porteño indeciso, o al votante desencantado. Fue un debate que apuntó al ombligo, y que terminó en un juego de suma cero.
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