En este segundo tramo de la campaña electoral Alberto Fernández empezó a dedicar parte de su tiempo a recuperar la autoridad que perdió como consecuencia del desgaste de la gestión, el escándalo de la foto de cumpleaños de Fabiola Yáñez, la dura derrota electoral y la decisión de ceder frente a la presión de Cristina Kirchner para realizar cambios en el Gabinete.
Hace pocas semanas Fernández comenzó a recibir asesoramiento del catalán Antoni Gutiérrez Rubí, el consultor que estuvo detrás de la campaña de la actual Vicepresidenta en el 2017 y que guió a Sergio Massa en su movimiento estratégico para cerrar un acuerdo con el kirchnerismo y conformar el Frente de Todos.
En ese camino de reconstrucción de autoridad, el Presidente cambió completamente sus actividades de campaña y empezó a alternar discursos moderados con otros más críticos. Uno para cada público. Según aseguran desde su entorno, la idea central es tratar de mantener cierta moderación discursiva y evitar protagonizar los actos tradicionales del peronismo, cargados de simbolismos históricos, movilizaciones masivas y unas piscas de mística.
El Presidente sigue un camino sinuoso en materia electoral. Esta semana fue un buen ejemplo de esos cambios de dirección. El miércoles, durante un acto de la Cámara Argentina de la Construcción en La Rural, apeló a un discurso moderado, destacando lo que “sí” quiere hacer en su gestión y lo que “no” está dispuesto a tolerar. Un sello del asesor catalán para sembrar optimismo. Una concepción positiva que busca alejarlo de la letra con carga ideológica tan característica del kirchnerismo y que parece no enamorar al electorado, más allá de los propios.
El jueves participó de un acto multitudinario en la cancha de Nueva Chicago que fue organizado por los movimientos sociales. Allí se adaptó, cual camaleón, al contexto y rompió la moderación para volver a apuntar contra la oposición, en especial contra Mauricio Macri, y subir el tono para darle más volumen a su arenga. Siguió el recorrido inverso al que transitó solo 24 horas después.
Fueron dos versiones de Fernández para recuperar centralidad, credibilidad y autoridad. Tanto frente a la militancia y la política, como ante el electorado, que el último 12 de septiembre le dio vuelta la cara. ¿Sirve? ¿Le dará reedito electoral? Nadie lo tiene tan claro en la Casa Rosada, pero de lo que están seguros es que ayudará a mejorar la imagen presidencial después de los sucesivos golpes que sufrió.
En el Gobierno insisten en que hay que pensar en la construcción de una nueva identidad de gestión que traspase la barrera de las elecciones generales. El mundo no se acaba el 14 de noviembre, advierten. Deben seguir gobernando dos años más y gran parte del trabajo que está haciendo el Jefe de Gabinete, Juan Manzur, los ministros y el propio Fernández tiene que ver con inyectarle vértigo, voracidad y adrenalina a un Gobierno que había quedado nocaut luego del sorpresivo triunfo de Juntos por el Cambio en las primarias.
“Es muy difícil que podamos levantar la elección. Hay que achicar la diferencia, pero si nos toca perder, nuestra coalición tiene que salir ordenada después de las elecciones. Que todos vean que vamos a gobernar hasta el 2023 y que no será un tiempo de sálvense quien pueda”, analizó, con crudeza, un importante funcionario que tiene despacho en la Casa Rosada.
La gran preocupación que hay en el Frente de Todos está vinculada al rumbo del Gobierno, teniendo en cuenta los cortocircuitos que existen entre Alberto y Cristina respecto al rumbo de la gestión. ¿Hacia dónde va el Gobierno después de los comicios? ¿Cuál es el Gabinete que sigue? ¿Habrá más cambios? ¿Hay garantía de que la relación entre el Presidente y su vice no vuelva a tensarse al máximo y destruya lo que hasta aquí se ha podido de rearmar? Las respuestas no aparecen en ninguna oficina del peronismo.
Un importante intendente del conurbano explicó con pragmatismo las posibles consecuencias de una nueva interna explosiva. “Tenemos que empezar a convivir en el Frente de Todos y mirar para adelante. Ni Alberto ni Cristina son personas fáciles, pero se tienen que convencer que si no acuerdan, nos vamos a la mierda y la gente no nos va votar”, precisó.
El temor de una ruptura sobrevuela el oficialismo, aunque la mayoría reconoce que ninguno de los dos está realmente dispuesto a quebrar la coalición. La gestión resulta inviable si la guerra interna permanece encendida en las arterias de la coalición. Lo mismo sucede con las elecciones. Si las diferencias brotan cada semana en forma pública, de cara al electorado, el Gobierno queda como una estructura agrietada y sin destino claro.
Para que esa fractura no suceda y el Frente de Todos levante cabeza rápidamente hay sectores que se mueven entrelazando acuerdos. Los movimientos sociales unificados apuestan a dejar de lado, al menos por un tiempo, la interna territorial que tienen con La Cámpora y los intendentes, para ponerse en el frente de batalla, ofrecer la otra mejilla en los barrios y pedir el voto casa por casa.
Los sindicatos trabajan para lograr la unidad del movimiento antes de las elecciones generales, cuando se tengan que renovar las autoridades de la CGT. Los popes de la central obrera acercan posiciones con los Moyano y el Frente Sindical para armar un gran bloque sindical en el país. Más poderoso y heterogéneo. Además, se muestran en forma permanente como un sostén del gobierno de Fernández.
Los intendentes y gobernadores son más tiempistas. Juegan su propio juego y están preocupados por dar vuelta las elecciones en sus municipios y provincias. Advierten que con la unidad sola no alcanza y son los que reciben la cachetada de los vecinos que se quejan por la falta de trabajo, los precios de los productos y la inseguridad que sufren en las calles. Se sacan fotos en Balcarce 50, reciben fondos y vuelven a sus provincias para alejarse de los contrapuntos entre la Casa Rosada y el Senado.
Ambos jugadores del tablero político tienen una mirada crítica de la gestión de Fernández y de los movimientos estratégicos de Cristina Kirchner que cuestionan por lo bajo. Son conscientes de la necesidad de pacificar las internas, pero hay quienes trazan hipótesis sobre cómo podría seguir el Gobierno si se rompe la alianza. Fantasean con un peronismo sin el kirchnerismo. Una ilusión que, a la luz de los hechos, resulta ser una utopía.
En el Frente de Todos la consigna que está presente cada día es sellar las grietas internas y trabajar para acercar posiciones entre los diferentes sectores. Y, sobre todo, hacerlo cuanto antes para mejorar la imagen del Gobierno en la antesala de las elecciones. Con una coalición quebrada pierden todos.
Que no aparezcan desencantados que coqueteen con cruzar de vereda, que no se desmotive la militancia que tiene que pedir el voto, que los que tienen bastón de mando no miren para otro lado y carguen con la tarea de evitar que se derritan los cimientos que mantienen en pie la coalición. De eso se trata.
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