La derrota electoral y la crisis de Gabinete precipitada por la interna dieron paso a un esquema de campaña que borraba buena parte de lo hecho hasta el 12 de septiembre, día de las PASO. Corrieron un par de semanas y parece que la tendencia es reponer la fórmula que resultó perdedora, es decir, la polarización dura con Juntos por el Cambio y si es posible con Mauricio Macri. Un esquema elemental que, en la práctica, terminaría de consagrar a Cristina Fernández de Kirchner y no a Alberto Fernández o al oficialismo en general como contracara de la disputa. Los tuits de la ex presidente en los últimos días exponen su marca en ese giro.
El fenómeno es más visible porque se produce en paralelo con el desdibujamiento del Presidente. Ese corrimiento de Alberto Fernández fue presentado no como adjudicación del costo de la derrota, sino como parte de una “estrategia” de revisión amplia de la campaña. Y su primera expresión fue tratar de salir de la polarización y su consecuencia habitual, el sentido de plebiscito que se le imprimió a las elecciones primarias. El resultado, medido de ese modo, desaconsejaba insistir: más de dos tercios del electorado acababan de votar en contra del Gobierno o, si se prefiere, habían optado por distintas versiones opositoras.
El papel más acotado del Presidente en la campaña y, lo más llamativo, en la actividad oficial con sentido electoral sobrevino luego del desgaste generado por la disputa interna que forzó la modificación del Gabinete. A partir de entonces, cualquier actividad de Alberto Fernández pasó a ser medida en función de la pulseada doméstica. Eso podrá ser advertido hoy mismo en el acto organizado por los movimientos sociales. Y algo parecido ocurre con las concentraciones previstas por el Día de la Lealtad. Las presencias en los escenarios y el grado de asistencia de referentes kirchneristas también terminarán constituyendo datos de interés.
Hacia afuera, la movida es más compleja. La idea de cambiar el eje de campaña expresa por momentos nuevos interrogantes sobre el rumbo. Las primeras señales posteriores a las PASO fueron fáciles de advertir. Mostrar gestión con anuncios y un nuevo gabinete activo, encabezado por el tucumano Juan Manzur. Los nombres incorporados no muestran un aporte en materia de imagen. Más bien al contrario, según encuestas que circulan en los últimos diez días.
Todo partió de una lectura parcial de los resultados de las primarias, básicamente centrada en la economía y sin atender a la dimensión más amplia de la crisis. Y la respuesta fue resumida como asistencia directa o indirecta en materia de ingresos, que en algunos casos -IFE, jubilados- podrían ser concretada más adelante, con las elecciones de noviembre más a la vista. La peor definición fue aportada por la frase de “platita en los bolsillos”.
Para completar, el protagonismo dejó de estar restringido a las fotos de “unidad”, con el Presidente, CFK, Sergio Massa, Máximo Kirchner y Axel Kicillof junto a los candidatos, muy relegados hasta hora. Se decidió territorializar la campaña, con los intendentes en Buenos Aires y cada gobernador en las provincias que maneja el peronismo. Ese también pretendía ser un punto de equilibrio con la campaña nacional, girada en torno de la vacunación y el fin próximo de la pandemia, para generar a la vez expectativa económica y social. Los resultados pusieron en crisis ese esquema, con duras críticas internas de los jefes locales y del kirchnerismo duro, en especial sobre el área económica, como ajeno a lo sucedido.
De hecho, ahora comenzaron a ser advertidos síntomas de falta de tono político por la imposibilidad de sostener anuncios de interés en continuado. Y ese contexto, pasó a ser destacada cualquier actividad que, en el escritorio de campaña, fuera imaginada como mensaje de empatía con alguna franja social. Por ejemplo, la foto del Presidente con L-Gante.
Los gestos de CFK impactaron con mayor intensidad. Y no fueron episodios aislados en ningún sentido. Volvió a la carga contra Macri. Dijo que JxC sólo busca ampliar su peso legislativo para “garantizar la impunidad” del ex presidente y lo acusó de querer “burlarse” de la Justicia. Volvió a confrontar con la oposición en el Senado, con gestos y frases descalificantes que sin demoras circularon por las redes sociales. El punto es cuánto suma fuera del voto considerado propio.
Por lo pronto, está claro que polariza. Y que no es una anécdota. Ayer mismo, en esa sesión del Senado -la primera presencial desde la primera cuarentena-, el oficialismo decidió no convalidar una ejecución presupuestaria de la anterior gestión y fue notoria la puesta para embestir contra Macri, algo que por razones obvias y cálculo electoral no se dejó pasar desde la otra vereda.
Un día antes, Máximo Kirchner había tratado de imponer una sesión especial en Diputados, con temario encabezado por el proyecto de etiquetado frontal de alimentos. Se trata de una iniciativa con cierto consenso, jugada esta vez en la primera disputa legislativa después de las PASO. El jefe del bloque oficialista fue a la carga contra JxC -exclusivamente, y no contra otros sectores que tampoco dieron quórum- y puso el foco en la disputa con el macrismo.
Es llamativo, porque algunos referentes de JxC consideran que pueden aprovechar una disputa en esos términos, frente a la competencia en simultáneo con terceras fuerzas. Creen que el voto que los volvió a acompañar en las primarias está asegurado -una idea siempre en zona de riesgo- y que la prioridad ahora es mostrarse como única fuerza capaz de ponerle un límite al kirchnerismo y en especial, a CFK. Una manera de disputar cada centímetro a otras opciones, desde Javier Milei y José Luis Espert a Florencio Randazzo. Un esquema también sencillo.
En el oficialismo no faltan cálculos defensivos y en esa perspectiva, recuperar votos podría ser interpretado como sostener el núcleo propio, al menos como primer objetivo. Pesan esas especulaciones y seguramente también el viejo reflejo de elegir el enemigo. El antecedente inmediato -las PASO- expone que no siempre funciona.
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