Santiago Cafiero inició una agenda diplomática que implica reconstruir la relación política entre Alberto Fernández y Jair Bolsonaro, aplacar las diferencias geopolíticas en el Mercosur y trazar una estrategia de intercambio comercial que permita aumentar el ingreso de divisas a la Argentina.
El canciller tiene previsto viajar a Brasilia para encontrarse con su par Alberto Franco, en la intención política de reconstruir la relación institucional que protagonizan Alberto Fernández y Jair Bolsonaro. Cafiero tendrá una tarea compleja: ambos presidentes se desconfían mutuamente y sus perspectivas ideológicas están en las antípodas.
El Presidente argentino detesta a Donald Trump y considera que Lula da Silva fue objeto de una persecución política a través de la justicia. En cambio, el jefe de Estado brasileño considera que Trump fue un extraordinario líder mundial y que Lula es el paradigma de la corrupción política.
Cafiero recibió esta tarde a Daniel Scioli, embajador argentino en Brasilia. Scioli tiene excelente relación política y personal con Bolsonaro, y será una pieza clave para lograr un acercamiento entre los dos mandatarios. Si Alberto Fernández y Bolsonaro no se llevan bien en términos diplomáticos, el Mercosur no podrá atravesar la crisis estructural que sufre como consecuencia de los planteos económicos que hacen Brasil y Uruguay.
Bolsonaro y Luis Lacalle Pou, presidente de Uruguay, proponen una flexibilización de los aranceles del Mercosur y la posibilidad de cerrar acuerdos bilaterales al margen de los restantes socios del foro regional. Alberto Fernández entiende -y hasta comparte la estrategia de Brasilia y Montevideo-, pero considera que ahora no es oportuno por las consecuencias económicas causadas por el COVID-19.
Cafiero conoce las diferencias del jefe de Estado con Bolsonaro y Lacalle Pou, y tiene la instrucción presidencial de encontrar un punto de inflexión que permita acercar a las partes y evitar que el Mercosur se transforme en un fósil geopolítico.
Desde esta perspectiva, el canciller argentino almorzará mañana con su colega uruguayo Francisco Bustillo. Será un encuentro privado que tendrá una ventaja a favor de Cafiero: Bustillo es amigo personal de Alberto Fernández -duerme en Olivos cuando visita Buenos Aires- y sabe que resortes tocar en ambas márgenes del Río de la Plata para lograr un acercamiento de Lacalle Pou con el presidente.
Además de una agenda diplomática concentrada en el Mercosur, Cafiero puso foco en las relaciones bilaterales de la Argentina. Su estrategia es fácil de explicar: en un escenario de asfixia en la balanza comercial, con fuerte restricción de ingresos de divisas, la clave consiste en mejorar las relaciones diplomáticas y facilitar las exportaciones nacionales a los mercados internacionales.
En este contexto, el canciller recibirá a los embajadores extranjeros acreditados en la Argentina -miércoles- y un día más tarde se encontrará con la cúpula de la Unión Industrial Argentina (UIA). Cecilia Todesca Bocco, vice canciller, conoce todo el entramado económico del país y junto a Cafiero planteará a la UIA que prioridades tiene el Palacio San Martín para los próximos dos años.
Hacia fines de octubre, Roma organiza la Cumbre del G20. Alberto Fernández tiene la intención de reforzar su posición política vinculada al Cambio Climático, la cesión de derechos intelectuales en la fabricación y producción de vacunas y la necesidad de reformular las normas básicas del Fondo Monetario Internacional (FMI) al momento de conceder sus créditos a los países con dificultades económicas.
Con este objetivo presidencial, Cafiero viajará hacia la capital italiana para una reunión de cancilleres del organismo multilateral. La cumbre del G20 reúne a los principales líderes mundiales -desde Estados Unidos a China-, y en esta oportunidad la agenda estará centrada en la pandemia, la crisis económica, la situación en Medio Oriente -tras la caída de Kabul- y el Cambio Climático.
Si hay tiempo, sólo si hay tiempo, Joseph Biden, Xi Jinping, Vladimir Putin, Emmanuel Macron y el eventual sucesor de Ángela Merkel, se abocaran a tratar la situación económica de un país de Sudamérica que debe 45.000 millones al FMI y aún no decidió cuándo pagará y de qué manera.