El oficialismo todavía busca una respuesta al mensaje más duro de la derrota: el voto “perdido” en Buenos Aires

Es el centro de mayor preocupación para el Gobierno y sobre todo, para el kirchnerismo. Lo desconcierta porque rompe el molde ideológico imaginado. Y genera reacción crítica de los llamados jefes territoriales. ¿Alcanza o irrita la idea de “plata en el bolsillo”?

Alberto Fernández, al hablar en la noche de las PASO

Pasaron tres semanas desde la derrota en las PASO y el Gobierno suma anuncios que buscan mostrar gestión y no aciertan a delinear un rumbo más o menos claro en el intento de recuperarse de la caída. El análisis del resultado de las primarias está concentrado en la provincia de Buenos Aires. Coincide con lo que han ido detectando distintos consultores: está en crisis el presupuesto que anota como automáticamente “propios” a los sectores de menores recursos, los más castigados por la crisis. Y también el voto joven, capital reivindicado por el kirchnerismo duro. El interrogante para el oficialismo es si se trata de desencantados que sólo no votaron en septiembre o de enojados que oscilan entre la abstención y el voto castigo.

La sorpresa inicial del oficialismo -y de inmediato, la escalada en la tensión interna- tuvo origen principal en las cifras que aportaban distritos bonaerenses considerados la base más sólida de los triunfos y un núcleo duro aún en las caídas. Los datos más perturbadores para el Frente de Todos dicen que en el segundo y en el tercer cordón del Gran Buenos Aires el descenso fue significativo. “En distritos donde la ventaja del peronismo en sus distintas versiones era de entre 25 y 30 puntos sobre el segundo, esta vez fue de unos 10 puntos”, resume un consultor experimentado.

El estudio del escrutinio hecho por el oficialismo -intendentes, dirigentes de La Cámpora, en primer lugar- en esos municipios, incluso en muestreos de mesas electorales, refleja la baja de porcentajes y el menor nivel de participación. La descripción con foco geográfico coincide a la vez con varios sondeos que exponen una fuerte imagen negativa de las principales figuras del oficialismo.

Esto ocurre en relevamientos nacionales y también en los más específicos acotados a la provincia de Buenos Aires. No calcan registros de la Ciudad de Buenos Aires, Córdoba o Mendoza, pero son significativos. Y afectan a Alberto Fernández, Cristina Fernández de Kirchner y Axel Kicillof, entre otros, antes y después de las PASO. La crisis desatada por la ofensiva de la ex presidente sobre el Gabinete habría jugado en la misma dirección.

En esa evaluación de nivel nacional y que atraviesa a distintos sectores, no podían quedar al margen los jóvenes, que como cualquier franja etaria es heterogénea. El interrogante, para el kirchnerismo, es hacia adónde drenó el capital que suponían intocable por definición. No tiene única respuesta. Hay quienes creen que fueron hacia el “no voto” o el voto en blanco, y abundan las hipótesis vinculadas con el mejor desempeño de la izquierda -el FIT, en particular- y la irrupción por derecha de grupos como el que expresa Javier Milei en el electorado porteño.

Con más pragmatismo y preocupación, la fuerte baja de votos del oficialismo es asumida como un problema grave por los intendentes peronistas del Gran Buenos Aires. Tiene un costado interno sobre todo por la disputa con La Cámpora, en algunos municipios, y por la mala relación con Kicillof, en la mayoría de los casos. Pero es un problema de supervivencia antes que de juego doméstico. La pérdida del control en el Concejo Deliberante resulta casi siempre el camino más corto para el fin de una etapa y hasta para la destitución. Frente al cimbronazo de las primarias, eso explica y recrea especulaciones sobre cortes de boleta muy trabajados.

Diego Santilli y Facundo Manes, en el acto del festejo. El escrutinio definitivo acomoda la lista

Por supuesto, el cuadro supera por mucho las internas y reconoce como fuertes pero no únicas pinceladas los efectos de la agravada crisis económica y social. Casi de manera mecánica, la respuesta fue la idea de “poner plata” en el bolsillo de la gente. Pero existen al menos dos elementos que motorizan dudas. El primero es la cuestión práctica, porque no se agota en aumentos de asistencia o la reposición del IFE en un asola entrega. El segundo tiene que ver con el resultado negativo por el uso electoral, expresión de clientelismo en sentido amplio.

Existe una franja que sufre como ninguna el deterioro provocado por la crisis. Se trata de miles de personas que viven del trabajo informal, con ingresos en muchos casos inciertos y esmerilados por la inflación. Agotados, además, por el mal manejo en la administración de restricciones por el coronavirus. Lo dice el sentido común y lo registran focus groups de consultores. Difícil generar -recrear, en la percepción kirchnerista- expectativas con medidas a las apuradas y con incertidumbre sobre el día después de las elecciones del 14 de noviembre.

El escrutinio definitivo en Buenos Aires expuso esta semana la diferencia final de 4 puntos entre el Frente de Todos y Juntos (37,3 a 33,2), y terminó de acomodar el intercalado de nombres en la lista de la principal fuerza opositora, es decir, entre los candidatos que secundaron a Diego Santilli y los encabezados por Facundo Manes. En la otra punta del recuento quedó un pelotón de una docena de agrupaciones fuera de la competencia que viene porque no superaron el 1,5 por ciento de los votos.

Ese conjunto variado de votantes también es motivo de análisis y de hipótesis en los comandos de campaña. Se trata de más de 500 mil personas en la provincia de Buenos Aires. Juntos, la lista de José Luis Espert, la izquierda y en menor medida, el Frente de Todos hacen cuentas sobre ese electorado.

Con todo, el punto singular de la batalla para noviembre es el cambio de lectura sobre el nuevo declive en el nivel de participación. En la previa a las PASO, parecía una cuestión de inquietud sólo para la oposición. Y después del 12 de septiembre, se convirtió en un tema casi exclusivo del oficialismo. Parece una simplificación, que va de la mano con “poner plata en el bolsillo” como reacción frente al voto perdido.

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