“La elección del 2023 es menos complicada que la de noviembre”. Un diputado que conoce la cocina del poder resumió en esa mirada irónica lo que sienten muchos dentro del Frente de Todos. La elección general del 14 de noviembre será muy difícil de dar vuelta, más allá de la nueva estrategia electoral y de gestión que se montó en el Gobierno.
En el oficialismo asumen que los cambios en el Gabinete, la batería de medidas económicas y sociales, las aperturas de actividades y el avance en el plan de vacunación sirven para recuperar la iniciativa después de la paliza electoral que sufrieron en las PASO, pero será muy complejo que se traduzcan en los votos suficientes para ganar los comicios generales.
En las primarias el Gobierno perdió en 17 de los 24 distritos. El mapa se pintó de amarrillo, el color que distingue Juntos por el Cambio. Si bien en la elección nacional pensaban que podían perder, aunque no de este modo, nunca se imaginaron la debacle en la provincia de Buenos Aires, donde sacaron un 33,64% de los votos frente al 37,99% que obtuvo la oposición.
Sin embargo, la vicepresidenta Cristina Kirchner pareció anticiparlo en su dura carta publicada un día después de que sus ministros pusieron la renuncia a disposición del Presidente y generaran, en un movimiento estratégico y de presión, un vacío de poder a Alberto Fernández.
“Señalé que creía que se estaba llevando a cabo una política de ajuste fiscal equivocada que estaba impactando negativamente en la actividad económica y, por lo tanto, en el conjunto de la sociedad y que, indudablemente, esto iba a tener consecuencias electorales”, escribió.
En las arterias del peronismo, aquellos que tienen una mirada crítica sobre lo sucedido en las PASO, reaccionaron con cierto sarcasmo frente a la idea que se instaló en los pasillos de la política sobre que la Vicepresidenta y algunos de los dirigentes más importantes del kirchnerismo habían anticipado una derrota, y que en la Casa Rosada nadie los escuchó.
“Cristina fue la primera en llegar al búnker y Máximo festejaba en La Plata antes de que se conocieran los resultados. Pero resulta que sabían que íbamos a perder. Nadie vio venir este golpe con tanta claridad”, se fastidió un funcionario que se mueve bajo el techo del albertismo.
Ese enojo oculto en las entrañas oficialistas describe la tensión interna con la que se está conviviendo en la coalición de gobierno y que se profundizó después de la derrota electoral. Convivir con las diferencias es complejo para cualquier gestión, pero mucho más para una que sufrió un fuerte revés en las urnas y que tiene un Presidente que no concentra la totalidad del poder.
El Gobierno se planteó un objetivo a corto plazo luego de la derrota electoral y la crisis política que transformó Balcarce 50 en un infierno: aprovechar el recambio de ministros para empezar una nueva etapa de la gestión, levantarse del suelo y reacomodar la vida interna del Frente de Todos.
En ese camino el Jefe de Gabinete, Juan Manzur, tiene un rol protagónico. Su agenda está cargada de reuniones, recorridas, actos y anuncios. Es un súper ministro que atiende gobernadores, intendentes, funcionarios, sindicalistas y legisladores en reuniones de media hora.
Habla con todos, se muestra con todos. Esa impronta abrumadora es la que le quiere dar a su desembarco en el poder de la Casa Rosada. Las caras conocidas de la coalición entran y salen de Balcarce 50 y desfilan por el Patio de las Palmeras marcando el pulso de la nueva etapa. Más reuniones, más temas en la agenda. Más, más y más. Lo que no saben en el oficialismo es si esa suma dará un resultado positivo.
El ex gobernador tucumano ayer tuvo su primera reunión de campaña como coordinador, tarea que heredó de Santiago Cafiero. En la casa de Gobierno mantuvo un encuentro con Sergio Massa, Máximo Kirchner, Axel Kicillof, Martín Insaurralde, Aníbal Fernández y Eduardo “Wado” De Pedro para delinear los detalles de la nueva etapa de la campaña, en la que quieren bajar al territorio con más orden y con un discurso más claro y direccionado.
Para lograr dar vuelta la elección plantearon una seguidilla de medidas que buscan impactar en el bolsillo de la gente y cambiar el humor social. Mostrar que el Gobierno recibió una cachetada electoral y que reaccionó con más gestión.
En esa lista está la suba del piso del mínimo no imponible para el pago del impuesto a las Ganancias, el aumento del salario mínimo, la habilitación de reuniones sociales sin cupos y el levantamiento de la obligatoriedad del uso de tapaboca al aire libre a partir del 1 de octubre; la vuelta del público a los estadios de fútbol con un aforo del 50 por ciento, y la apertura gradual y cuidada de fronteras.
También la presentación del plan “Mi Pieza”, que financia a mujeres de barrios populares que realicen refacciones o ampliaciones en sus hogares, el subsidio de hasta el 50% del salario de empleadas domésticas a cambio de su formalización, beneficios para jubilados en el programa PreViaje y la apertura en la exportación de carne.
En las próximas horas se haría efectivo un anuncio para poner en marcha la jubilación anticipada para personas que se encuentren desempleadas, reúnan 30 años de aportes y les falten cinco años o menos para cumplir la edad jubilatoria: entre 55 y 60 años para las mujeres y entre 60 y 65 para los varones. Sería una nueva medida dirigida a uno de los sectores más vulnerables de la sociedad.
En el Frente de Todos creen que las medidas económicas servirán “para levantar el piso de votos y achicar la distancia”, tal como expresó un ministro de peso en las últimas horas. Sin embargo, hay coincidencia entre la mayoría de las voces que tienen poder e influencia en el peronismo sobre que la efectividad de los anuncios no alcanzará para dar vuelta los comicios.
“Tenemos muchas dudas sobre si las medidas van a impactar o no. En las recorridas por los barrios todos piden trabajo. No es un buen indicador. La economía está planchada en el territorio. Estamos complicados”, advirtió un intendente que gobierna una de los municipios más poblados del conurbano.
El líder de uno de los movimientos sociales más grandes planteó una situación similar que vivió antes de las PASO. “Los militantes nos empezaron a decir que no veían un buen clima en las recorridas. Que había gente a la que le pedían el voto y no los miraba a los ojos”, resumió, graficando una escena que describe cómo empezaron a percibir que el resultado en las elecciones podría no ser el esperado.
“La elección está perdida. El relanzamiento de la gestión y el Gabinete va a servir para controlar los daños. El Gobierno cambió de aire y se volvió a poner en marcha. Eso es lo bueno. Ya sabemos que no vamos a ganar”, fue la reflexión de un importante funcionario nacional que sigue de cerca los pormenores de la agenda de campaña. Las voces coinciden en un punto muy concreto. La tarea de dar vuelta la elección es realmente titánica.
Quien le puso rostro a los cálculos negativos fue el intendente de Escobar, Ariel Sujarchuk, un dirigente importante en el armado peronista del conurbano. Anticipó una derrota si el Gobierno no cambia de rumbo. Alzó la voz para criticar la conducción del espacio en público, en un movimiento que no suele ser normal entre los jefes comunales del Frente de Todos.
La proyección más sincera que hacen es aumentar la cantidad de votos, achicar la distancia y perder de una forma menos abrupta. Una derrota con una ventaja superior haría crujir la estructura del Frente de Todos, una vez más. De todas formas, si hay derrota, existe la posibilidad de que haya nuevos cambios en la estructura ministerial. Así lo asumen algunos funcionarios en reserva.
Los apuntados siguen siendo los mismos: el ministro de Economía, Martín Guzmán, y el de Producción, Matías Kulfas. Ambos sobrevivieron al recambio ejecutado por el Presidente e impulsado por la Vicepresidenta, pero no tienen el lugar asegurado a futuro. Sobre todo porque en el kirchnerismo creen que la clave de la derrota es la crisis económica y que deben pagar los platos rotos las cabezas del área.
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