Alberto Fernández aún no definió los términos de la relación institucional y política que mantendrá con la Corte Suprema, tras su fractura causada por la designación como titular de Horacio Rosatti. El jefe de Estado tiene profundas diferencias personales con Rosatti y está en conflicto ideológico permanente con Carlos Rosenkrantz, que fue nombrado vicepresidente del alto tribunal.
Cristina Fernández de Kirchner también cuestiona a la Corte, más que nada por el destino procesal de las causas penales que deben tratar sus cinco magistrados. Pero su irritación personal no tendrá solución: en Gobierno, el Senado, el Instituto Patria, o en La Cámpora, no hay un sólo funcionario del Frente de Todos que pueda hacer con éxito un alegato de oído en el Cuarto Piso del Palacio de Justicia.
El Presidente sabe cómo funciona la Corte y desde el comienzo de su gestión buscó una salida que le permitiera mantener una relación política e institucional. No tiene trato con Rosenkrantz -a quien llama “El Ermitaño”-, y dialogó con Juan Carlos Maqueda para sugerir que fuera su reemplazante natural al momento de elegir nuevas autoridades en el máximo tribunal.
Maqueda llegó a la Corte por decisión política de Eduardo Duhalde y siempre se caracterizó por su olfato cuando ocupó puestos en el Parlamento y el gobierno de Córdoba. Maqueda rechazó con diplomacia el pedido del jefe de Estado.
A continuación, Alberto Fernández envió en misión secreta a Santiago Cafiero para sondear la perspectiva política de Rosatti, cuando ya se sabía en Balcarce 50 que deseaba suceder a Rosenkrantz en la titularidad de la Corte. El presidente y Rosatti tienen un entuerto personal que continúa sin resolver y que es causa eficiente de la actual relación entre ambos poderes del Estado.
Rosatti jura que renunció como ministro de Justicia de Néstor Kirchner por un presunto caso de corrupción. Y Alberto Fernández -jefe de Gabinete en ese momento- replica que es mentira. En esta oportunidad, CFK coincide con el Presidente.
La gestión de Cafiero -cuando era jefe de Gabinete- terminó en una vía muerta. Rosatti no se avino a la propuesta de la Casa Rosada, y continuó con su ofensiva para reemplazar a Rosenkrantz y evitar que Ricardo Lorenzetti asuma como titular del máximo tribunal.
Con los hechos consumados y Rosatti sucediendo a Rosenkrantz, Alberto Fernández aún cavila qué plan ejecutar frente a una Corte que está fracturada y en manos de dos magistrados que son considerados adversarios políticos del Frente de Todos.
El Presidente ordenó silenzo stampa y apenas permitió que circulara entre los ministros y secretarios de Estado un chat reservado que resume su mirada política. En esa comunicación informal no hay un sólo indicio que permita saber cómo se relacionara desde Balcarce 50 con los jueces que atienden en Talcahuano 550.
Ese chat -con la opinión de Alberto Fernández- sostiene lo siguiente: “Nos preocupa que la Corte no esté funcionando bien. Lo hemos advertido muchas veces. Dos miembros no participan del acuerdo de elección de autoridades y dos miembros de los tres restantes se votan a sí mismos para ser autoridades de la Corte. Eso solo demuestra lo que tantas veces dijimos sobre el funcionamiento complicado que exhibe la Corte”.
El ministro de Justicia, Martín Soria, jamás fue recibido por Rosenkrantz en el Palacio de Tribunales. Y pareciera que se repetirá idéntica situación con Rosatti. Soria, como Juan Manzur -actual jefe de Gabinete- aguarda la convocatoria presidencial para determinar los próximos pasos a seguir.
Es la primera vez en la historia de la democracia reciente que el Poder Ejecutivo y el Poder Judicial no tienen un canal público o reservado para resolver sus diferencias. Alberto Fernández desea continuar con el frío polar, y CFK intenta un atajo para saber qué pasara con sus causas abiertas por presunta corrupción.
Rosatti y Rosenkrantz juegan al ajedrez. Sólo moverán si llaman desde la Casa Rosada.
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