Alberto Fernández incluyó una frase breve y casi perdida en uno de sus recientes discursos para decir que las medidas que el Gobierno viene tomando en estos días estaban previstas antes de las PASO. En otras palabras, que no serían una reacción precipitada por el impacto de la derrota. “Teníamos previsto tomarlas de antemano”, dijo, apenas. Tal vez advertía que no tendría mucho efecto la aclaración. En definitiva, el problema no es únicamente el sentido electoral de los anuncios sino además su concepción. Todo nace de la mirada reduccionista -hasta ofensiva- sobre el mensaje electoral y especialmente, sobre las causas de la pérdida de votos considerados “propios”.
El Presidente ensayó esa aclaración en el acto de jura de los nuevos ministros. Un dato fuerte en sí mismo: era la postal que resumía el estado de cosas después de la última ofensiva de Cristina Fernández de Kirchner, que tuvo correlato en el gabinete de Axel Kicillof y que repuso tal vez tardíamente el intento de recostarse en los gobernadores del PJ por parte de Alberto Fernández. Después del 14 de noviembre, seguramente sobrevendrá la próxima batalla.
Los cambios y reacomodamientos de ministros constituyen junto a las nuevas medidas la primera respuesta de campaña. La lectura del oficialismo sobre lo ocurrido en las elecciones primarias de hace diez días incluye elementos obvios, como el efecto corrosivo de la agudización de la crisis económica y social junto al deterioro más amplio generado por la mala administración de las restricciones frente al coronavirus. El cimbronazo fue profundo por las cifras nacionales de la derrota, por la caída en la provincia de Buenos Aires y por la significativa pérdida de votos en comparación con 2019 e incluso con 2017. Eso parece restringir el foco sobre votos descontados como propios.
Hay consideraciones internas que asoman muy atadas al propio microclima, como si no tuvieran impacto amplio y más allá de los límites del poder. Se habla mucho, por ejemplo, del “volumen” que podría aportar cada nuevo ministro. Eso alude a su condición de veteranos en la función pública, lo cual supone también que no son desconocidos, para bien o para mal. Hay además interpretaciones que recomiendan no hacer una lectura lineal sobre alineamientos o juego propio entre el Presidente y CFK. Eso refiere sobre todo a Juan Manzur y Aníbal Fernández.
Esas consideraciones, en rigor, quedan subordinadas a una señal más amplia en términos de imagen. Su ingreso al gabinete fue consecuencia de un cambio que Alberto Fernández prefería postergar hasta después de las elecciones de noviembre y que la ex presidente forzó la semana pasada, después de desgastantes horas críticas para el oficialismo en general y particularmente para Olivos. Quedó coronado otro avance de CFK, que condiciona de hecho la gestión del área económica y que, a la vez, genera incertidumbre a la espera del efecto que pueda tener la próxima elección.
El oficialismo ajusta ahora la campaña de manera elemental. Lo exponen los anuncios que parecen indicar el fin de la pandemia y las decisiones sobre salario mínimo, modificación de la escala de Ganancias para trabajadores en relación de dependencia, bono para jubilados y posiblemente una nueva entrega de IFE.
Tales decisiones, en la lógica que se deja trascender, apuntaría no a la disputa con la oposición -en sentido amplio, es decir, a los dos tercios del electorado que no votó al oficialismo-, sino básicamente a recuperar a una franja que había optado por el Frente de Todos hace dos años y que esta vez engordó el “no voto”. Por supuesto, la baja participación es al mismo tiempo un dato inquietante para Juntos por el Cambio.
La mirada del oficialismo apunta, en el plano territorial, a los ocho distritos que renuevan senadores nacionales y a la provincia de Buenos Aires. Pero quedan expuestas además dos señales de subestimación. La primera, ofensiva, expresa que la respuesta para reconquistar voluntades es “poner plata en el bolsillo”. Hay datos prácticos y no exclusivamente conceptuales que han puesto en crisis ese criterio. La segunda, limitada, no valora otros elementos que pueden haber determinado el desencanto o el rechazo de votantes que habían optado por el Frente de Todos hace dos años.
En ese último terreno, podría estar pesando el desvanecimiento cada vez más notorio de la imagen inicial del Presidente. La candidatura de Alberto Fernández y el aporte de Sergio Massa fueron decisivos para armar un sentido de moderación como agregado al núcleo duro de CFK. Una combinación que resultó exitosa en la elección presidencial.
Ese esquema se fue alterando de manera cada vez más veloz. El avance de la ex presidente en temas sensibles, como el frente judicial, y la ofensiva sobre el gabinete son ejemplos a la vista. También, el giro del discurso del Presidente, la decisión de no construir poder propio y la ruptura de puentes con la oposición, después de la etapa inicial de la cuarentena. No se agota allí el tema. Se pueden añadir los gestos de privilegios del poder, sobre todos los más vinculados a la pandemia: las vacunas VIP y la actividad en Olivos.
El rechazo a tales exposiciones del poder y la pintura de la interna explican al menos en parte el resultado de las PASO. También sería uno de los factores de peso en la baja de participación. Frente a ese cuadro, la imagen que deja el cambio de gabinete después de la ofensiva de CFK y las medidas que anuncia el Gobierno irían a contramano de la historia que intenta revertir el oficialismo.
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