La semana del Gobierno abrió y cierra con dos cimbronazos diferentes. La gestión quedó paralizada en medio de la guerra interna, después de la derrota, dura, en las PASO. Alberto Fernández arrancó con un par de actos que pretendían ser de campaña y la intención difundida de resistir cambios inmediatos en su equipo. Cristina Kirchner terminó forzando desplazamientos y designaciones de ministros. Se anota un triunfo con costo para el Presidente, camino a las elecciones de noviembre. En dos meses, entonces, enfrentarán una nueva batalla.
El nivel hasta el que había escalado la disputa entre Alberto Fernández y CFK exponía de manera dramática –con tensión añadida a una sociedad abrumada por muchos otros problemas- que nada sería igual en el oficialismo después de esta semana. Es cierto que estalló una pelea previsible desde el momento mismo de la constitución de la fórmula. Y también lo es que el sacudón electoral puso al frente oficialista ante el vértigo del abismo. Allí arrancará el nuevo capítulo. Sólo de manera ingenua podía ser imaginada una salida de equilibrio.
La idea del empate en los cambios y permanencias de ministros es en el mejor de los casos un ensayo publicitario. Cuesta imaginar cómo serían las fotos de “unidad” en la nueva etapa electoral, aunque nada impide puestas en escena. Ese no sería el tema. El rodaje de campaña y noviembre expondrán a su turno la dimensión y el sentido del impacto generado por esta ofensiva kirchnerista y el resultado de la pelea.
Por lo pronto, supera los límites estrictamente políticos. La carta de la ex presidente expuso críticas a la gestión en el área económica y la versión más brutal del cuestionamiento, en la voz de la diputada Fernanda Vallejos, fue más lejos. Para completar, las versiones sobre el veto kirchnertista a Martín Guzmán y la posterior comunicación de CFK para desmentirlo tuvieron el efecto esperable: el ministro queda condicionado.
La ex presidente impuso en primer lugar los tiempos. Los actos de Alberto Fernández, a principios de la semana, habían sido acompañados por la decisión de no discutir nombres ya mismo. En rigor, la disputa estaba apenas disimulada por la necesidad de llegar al domingo de las PASO sin más ruido público. La caída electoral repuso la discusión y CFK avanzó sin más cuidados sobre las posiciones de Olivos.
El rechazo del Presidente fue respondido con el anuncio de renuncias de ministros y otros funcionarios kirchneristas, empezando por Eduardo “Wado” de Pedro. En ese contexto, volvía a estar en la mira K Santiago Cafiero. De hecho, se trataba de la continuidad de una movida que el Presidente había logrado frenar cuando era vestida como una promoción para encabezar la lista bonaerense. CFK agregó en su ácida carta al secretario de Medios, Juan Pablo Biondi, que renunció sin vueltas para alivianar al menos un clima muy denso. Una baja difícil para el Presidente.
La lectura del gabinete luego del terremoto es elocuente sobre el nuevo avance de la ex presidente. Cafiero dejó la jefatura de ministros para ocupar la Cancillería, movida que de paso descolocó a Felipe Solá, en México. Juan Manzur ocupará desde el lunes esa oficina: el gobernador de Tucumán buscó ser el articulador de poder interno para Alberto Fernández, pero recompuso después la relación con CFK. Los dos lo respaldaron en la dura interna del peronismo tucumano.
El segundo cargo por jerarquía política es el ministerio del Interior. Y allí seguirá “Wado” de Pedro, que en algún momento había sido dado como segura baja para equilibrar las cargas. Estuvo todo el día de ayer junto a Cristina Kirchner, hasta la hora del comunicado oficial. En pocas líneas, el texto se limitaba a difundir las nuevas designaciones y no, por supuesto, las continuidades en los cargos.
El kirchnerismo duro sólo perdió en la batalla a uno de los ministros recunciantes –Roberto Salvarezza- y además mantiene en sus manos otros cargos de peso, en particular la Anses y el PAMI. Hubo otras movidas con oleaje propio. La designación de Aníbal Fernández en Seguridad deja afuera a Sabina Frederic, muy cuestionada por su pobre gestión. Y en general, anticipa volumen y sectarización del discurso oficial. El cambio en Educación, con la salida de Nicolás Trotta, expone la admisión del desgaste sufrido por la increíble batalla contra la presencialidad en las escuelas.
Alberto Fernández se recuesta naturalmente sobre el círculo más estrecho de confianza. Poco antes de ser difundidos los cambios, era destacado en la Casa Rosada el papel en esta crisis de Juan Zabaleta y Gabriel Katopodis. También, de Julio Vitobello y Vilma Ibarra. En paralelo, se exponía el intento de un armado con los gobernadores peronistas. Hubo conversaciones con una decena de ellos, con prevenciones para dejar sus provincias frente a los sondeos para aportar al gabinete.
También como dato político el Gobierno confirmaba que el Presidente viajará hoy mismo a La Rioja para mantener un encuentro con jefes provinciales del PJ. Fuentes cercanas al círculo de Olivos lamentan que en casi dos años de gestión no hubo una decisión fuerte y práctica para construir ese polo interno, lo cual expuso a los jefes provinciales de manera individual frente al juego del kirchnerismo en cada distrito.
Lo que pueda anudarse a partir de ahora está teñido por ese antecedente y los resultados de las PASO, aunque sin reproches, al menos en público. En todo caso, es una señal en la perspectiva de las elecciones del 14 noviembre. Esa es la prueba que viene, también en la interna.
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