Las expresiones de la cara son un mensaje en sí mismo. Mucho más cuando el resultado no es el esperado en una elección y la derrota se apodera de las ilusiones y las proyecciones. Las caras del Frente de Todos describieron a la perfección el sentimiento del oficialismo en la noche del domingo. En esos rostros había resignación, sorpresa, enojo, estupor y desesperación.
La derrota del Gobierno en las PASO fue un puñal al corazón peronista que nadie vio venir. Nadie es nadie. Ni la Casa Rosada, ni los gobernadores, ni los intendentes, ni los legisladores, ni los movimientos sociales, ni los gremios, ni Alberto Fernández, ni Cristina Kirchner. Nadie. Por eso la cachetada dolió más y dejó una herida sangrante en la mejilla.
Cabeza gacha, mirada seria, falsa expresión de felicidad dibujada entre el filo del barbijo y la frente descubierta. Alberto y Cristina ingresaron por la Salida de Emergencia del Centro Cultural C, subieron al escenario y se enfrentaron a un aplauso forzado por la necesidad de más de 400 personas, entre dirigentes políticos e invitados, de entregar una caricia en el medio de la desolación.
La decisión que se tomó en el corazón de la coalición es que se subieran todos al escenario para dar la cara después de la derrota. Así estaba pensado antes del acto, aunque esperaban una victoria, y así se concretó. Arriba del escenario estuvieron Sergio Massa, Máximo Kirchner, Axel Kicillof, Victoria Tolosa Paz, Daniel Gollan, Leandro Santoro y Gisela Marziotta. Seriedad de circunstancia en todas las miradas.
Alberto Fernández fue el único orador. Así lo decidió él al enterarse de la derrota. Asumió el costo político desde el simbolismo y desde las palabras. “Tengo dos años de gobierno por delante. No voy a bajar los brazos. Evidentemente algo no hemos hecho bien, pero escuchamos el vedericto de la gente”, dijo en un discurso que apenas llegó a los ocho minutos. La Vicepresidenta se sacó el barbijo y, a cara descubierta, lo escuchó en silencio con un gesto adusto.
A las 21:35 se conocieron los primeros resultados. Con un 43% de las mesas escrutadas, Juntos por el Cambio arrancaba ganando la elección con el 38,30% de los votos frente a 33,65% del Frente de Todos. Quince minutos después un funcionario con despacho en la Casa Rosada describió la situación en una sola frase: “Se nos está quemando el rancho”.
Hasta esa hora en el Gobierno había algarabía por los datos que arrojaban los boca de urna que habían contratado y los primeros datos que llegaban desde las mesas testigo. Esos datos eran similares en Juntos por el Cambio. Tanto en el oficialismo como en la oposición manejaban números que daban ganador al Frente de Todos por entre 5 y 6 puntos de distancia en la provincia de Buenos Aires.
Sin embargo, dos funcionarios que están cerca del poder que se concentra en Balcarce 50 pedían cautela frente al triunfalismo que emitía algunos dirigentes por lo bajo. Esa línea bajó después de ver que Tolosa Paz, Gollan y Kicillof se mostraban festivos en La Plata, antes de viajar a la Ciudad de Buenos Aires para sumarse al búnker.
Las encuestas fallaron. Otra vez. Cómo ya había sucedido en las últimas elecciones. Y en el Gobierno apuntaron contra los trabajos de consultoría, aunque les resultó imposible utilizarlo como un único argumento para explicar la derrota. El peronismo perdió en 18 de los 24 distritos del país. En esa lista entran provincias donde era inimaginable la derrota, como Santa Cruz, Chaco o La Pampa.
Los funcionarios se escribían unos a otros buscando respuestas. “Los boca de urnas no hay que hacerlos más”; “A las encuestas hay que prenderlas fuego y dejar de hablar de supuestos”; “Fallaron otra vez. A todos. A nosotros y a ellos”; “A los encuestadores hay que pedirles que nos devuelvan la plata”. Las frases se repitieron en diferentes formatos en los teléfonos del peronismo. Excusas válidas para responder preguntas sin respuestas.
Uno de los ministros con más peso del Gabinete ensayó una explicación cuando en el búnker el clima derrotista había invadido hasta el último rincón. “La elección siempre fue pareja y al final sacamos menos ventaja de la necesaria. No pudimos romper la lógica de las elecciones de medio término”, reflexionó ante la consulta de Infobae.
Mientras esperaban que la primera línea del Frente de Todos se suba al escenario, los ministros se abrazaban entre ellos en señal de consuelo. Como quién trata de darle fuerza al que tiene a su lado frente a la desdicha del dolor incalculable. La distancia social quedó a un lado aún en tiempo de pandemia. El abrazo en la derrota se convirtió en una herramienta para reparar la pena. Perder le duele a todos. Del primero al último.
“Se perdió por la pandemia. Se perdió en todos lados. No perdonó a nadie del espacio esta derrota”, indicaron desde el entorno del jefe de Estado. Un mensaje claro. Alberto se hizo cargo de la derrota arriba del escenario, pero la derrota es de todos. El peronismo perdió de norte a sur y de este a oeste. Encontrar un solo responsable resultaría injusto.
Cristina Kirchner llegó al búnker cuando faltaban algunos minutos para las 21. Media hora después se conoció la tendencia de la votación. Alberto Fernández lo hizo casi dos horas después. El Presidente habló 23:30. En un principio los movimientos hacían prever que los resultados iban a ser positivos, luego, cuando comenzaron a correr los minutos y creció la incertidumbre, la demora empezó a explicar la derrota.
Mientras se apagaba la jornada electoral en el peronismo florecían las explicaciones y la sensaciones. No esperaban esta derrota electoral en la provincia de Buenos Aires y, mucho menos, en la mayor parte del país. “No supimos explicar la crisis”, explicó un diputado nacional a este medio. El impacto subterráneo de la crisis económica era el gran temor del oficialismo y se convirtió en una realidad.
En el peronismo tenían en claro que el operativo de vacunas no iba a alcanzar como salvoconducto para una elección ajustada y tenían muchas dudas sobre el impacto real del escándalo que se generó por el cumpleaños de Fabiola Yáñez en la Quinta de Olivos en plena pandemia. A esos dos tópicos se le sumó la degradación del poder adquisitivo de los argentinos que provocó la inflación de cada mes. ¿Impactó o no impactó en la elección? No hay una respuesta científica que lo pueda certificar.
A partir de este lunes se multiplicarán los interrogantes. En las arterias del Gobierno hay quienes imaginan una renovación del Gabinete en el cortísimo plazo. Esa renovación podría alcanzar a la cabeza del armado: Santiago Cafiero. El jefe de Gabinete es apuntado por el kirchnerismo desde hace tiempo y no conforma en el massismo.
Esta semana empezará una nueva puja de poder en la coalición de gobierno. Una más. Pero esta vez quiénes exigen cambios tendrán un argumento de peso para poner sobre la mesa. La derrota fue mayúscula y en la Casa Rosada deberán moverse con delicadeza y rapidez para amortiguar el golpe y reconfigurar la hoja de ruta. Aunque como suele decir el papa Francisco, nadie se salva solo.
Desde su casa, con voz calma y con el peso de la derrota expandido en su cuerpo, un alto funcionario del Gobierno hizo una reflexión sobre los motivos de la elección perdida. Se sinceró. Sin casette, dijo: “La política falló. Nadie se dio cuenta de esto porque esto pasó abajo de todo. Nadie se mete abajo de todo, se hace política en los escritorios. La sociedad nos castigó porque no nos ve cerca. La política se hace con la gente, no a 100 cuadras. Se hace al lado de la gente”.
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