Uno de los funcionarios nacionales más cercanos a Alberto Fernández está parado frente a la Catedral, en la vereda de la Plaza de Mayo, y a una cuadra de la puerta principal de la Casa Rosada. Faltan pocos días para las PASO. Mira sin un rumbo fijo, levanta el brazo señalando la extensión de la Avenida Diagonal Norte y dejar caer detrás del barbijo una metáfora que refleja lo que hoy se piensa en el corazón del Gobierno.
“Cincuenta cuadras más allá hay otro país muy distinto al del microcroclima de la política y el periodismo. Ahí hay gente que está intentando progresar. No aparece la foto de Olivos. Es verdad que le pegó a Alberto, pero no va a cambiar el resultado. Vamos a ganar. Y si ganamos por un voto, podemos descorchar champagne. Ganar es ganar, sea cuál sea la diferencia”.
En el Gobierno están convencidos que antes de que se termine el domingo 12 de septiembre el peronismo podrá celebrar un triunfo en las urnas. Las proyecciones de las encuestas que consumen en todas las oficinas del oficialismo tiene números similares. Esperan ganar por una diferencia de entre 4 y 5 puntos en la provincia de Buenos Aires, con un piso de 40 puntos.
Saben que no será la mejor elección que puedan tener, pero parece no generarles una preocupación extrema. “Ni ellos van a sacar el 40% que sacó Macri en el 2019, ni nosotros el 48% que obtuvo Alberto. Esos números ya no están”, reconocen. En el oficialismo anticipan una pérdida cercana a los 5 puntos, respecto a la elección que se llevó a cabo hace dos años.
El panorama que proyectan a nivel nacional en los distritos electorales más importantes es ganar la provincia de Buenos Aires y Tucumán, perder por menos que en la última elección en la Ciudad de Buenos Aires, perder por una diferencia amplia en Mendoza y Córdoba, y pelearla en Santa Fe y Entre Ríos. Ganar la elección nacional por unos pocos puntos y perder en la mayoría de las grandes provincias.
Frente a ese complejo escenario, desde todos los sectores de la coalición empezaron a abrazarse a un concepto bilardista, en términos futbolísticos. Lo que importa es ganar. Por la diferencia que sea, pero ganar. Para el Gobierno, en su conveniencia lógica, no habrá segundas lecturas sobre el escenario nacional, teniendo en cuenta que es probable que caigan en las provincias más pobladas.
Es una novedad en el peronismo que el triunfo por escaso margen tenga una mirada positiva. Sobre todo teniendo en cuenta que en las últimas elecciones el actual gobernador bonaerense, Axel Kicillof, le sacó 14 puntos de ventaja a María Eugenia Vidal. En Buenos Aires, el reducto peronista por excelencia, el peronismo suele sacar buenos resultados. Los últimos negativos fueron en el 2017 y 2015, donde ganó Cambiemos.
Un margen de distancia pequeño respecto a Juntos por el Cambio podría complicar las elecciones generales de noviembre, debido a que el Gobierno le regalaría a la oposición la posibilidad de instalar en la agenda preelectoral que es capaz de igualar y hasta de ganar la elección.
En paralelo, en el oficialismo registran un enojo de la sociedad con la política que no se puede medir con fidelidad. Ese fastidio sumado al impacto del escándalo de Olivos en el denominado voto blando -aquellos que no están ideologizados y votan en base al momento actual que atraviesan- son los que mantienen anclados los niveles de incertidumbre en la Casa Rosada. Esos votos pueden definirse 48 horas antes de la elección y son complejos de detectar.
En la Casa Rosada ya está estipulado el discurso de la victoria. Si ganan, lo harán después de una pandemia y la crisis económica que les dejó el gobierno de Mauricio Macri. Además, harán que el peronismo vuelva a ganar una elección de medio término después de 16 años. Son argumentos válidos. Si pierden no harán más que dar vuelta esos argumentos.
Un triunfo en las PASO le permitirá al Gobierno hacer un relanzamiento de la gestión para empezar a transitar el camino de la pospandemia. La duda que aún sigue viva es cuál será el impacto real de la variante Delta en Argentina. Las autoridades sanitarias esperan que la circulación comunitaria masiva se dé entre los últimos días de septiembre y los primeros de octubre.
La afectación que tendrá sobre el escenario sanitario es una incógnita. En el Gobierno esperan que el porcentaje de vacunados con el que llegaría el país a ese momento se transforme en una barrera de inmunidad lo suficientemente gruesa como para lograr planchar la curva de contagios y, en consecuencia, bajar el nivel de internaciones.
La tercera ola de COVID-19 parece ser la única piedra en el camino que puede tener el Gobierno en el camino hacia los comicios generales. La posibilidad de tener que tomar medidas restrictivas preocupa a los que piensan en términos electorales. Retroceder en las aperturas por el desembarco del virus afectaría el humor de una sociedad que empezó a acostumbrarse a la nueva normalidad y está retomando, lentamente, las rutinas de la vida que se perdió el 20 de marzo de 2020.
Además, en ese camino que une las PASO con las elecciones generales, el Gobierno espera lograr que se vea de una forma más explícita la recuperación económica. Asumen que ese efecto no se logrará en los próximos días, pero que la situación será otra en el inicio de noviembre. El argumento que lo sostienen son los números de la macroeconomía.
Según datos que tiene el ministerio de Economía que conduce Martín Guzmán, la proyección del crecimiento del PBI para este año pasó del 7 al 8%. Además, las inversiones en el primer trimestre del año incrementaron un 6,1% respecto del último trimestre del año 2020 y 38,4% en términos reales en comparación con el primer trimestre de 2020. Otra medición tiene que ver con el crecimiento de las exportaciones. En julio fueron de 7.252 millones de dólares con un superávit de 1.537 millones.
El crecimiento de la actividad económica fue de 2,5%, desestacionalizado, en junio y 10,8% interanual. El Estimador Mensual de Actividad Económica (EMAE), que expone la evolución de la actividad económica de todos los sectores productivos, acumuló en el primer semestre del año un crecimiento de 9,7% interanual. Los mayores crecimientos se registraron en la Industria, con un 16,8%, y en el Comercio, con un 13,2%.
Para los gobernadores e intendentes, que están más encima de la vida en la calle, en el economía real de todos los días ya se empieza a divisar la reactivación. En esa ala del Frente de Todos creen que la mejora es percibida por la gente y que si bien todavía hay muchos sectores que no pueden levantarse después de la pandemia, el sector industrial y comercial evidencia un despegue desde el subsuelo al que cayeron en el 2020.
Uno de los ejes de la reactivación que marca el Gobierno es el plan PreViaje, que impulsa el ministerio de Turismo. Desde la cartera que conduce Matías Lammens hay expectativa porque en la última semana hubo un gran crecimiento en la entrada de reservas para volar a partir de noviembre.
La demanda cuadriplicó respecto a las últimas seis semanas en las que no estaba activo el plan. Se reservaron 75.000 pasajes, mientras antes del lanzamiento el pedido era en promedio de 18.000 semanales. En dos semanas recibieron la inscribieron 10.000 prestadores y el año pasado, en tres meses de duración del plan, el total de inscriptos fue de 13.000. De esos datos se agarra el Gobierno para mostrar que la recuperación está en marcha.
En los pocos días que le quedan a la campaña el foco no solo estará puesto en repasar la gestión sanitaria y la ayuda social, sino también en exponer públicamente estos datos de la recuperación económica en todo el país pero, en especial, en la provincia de Buenos Aires, donde el Gobierno juega la elección más importante. La economía es lo que mueve la aguja electoral. Hoy y siempre.
En esta última semana previa a las elecciones, el Presidente se concentrará en el territorio bonaerense, en especial en el conurbano. Salvo por un viaje a San Luis que tiene planificado para el próximo martes. En cada una de esas visitas recordará las pymes, comercios y fábricas que cerraron durante el gobierno de Mauricio Macri. Será un golpe para la oposición, poniendo primero en la fila la figura del ex presidente.
Una vez que pasen las PASO en el interior de la coalición esperan que Alberto Fernández ordene su círculo más chico de trabajo y evite volver a caer en problemas de comunicación como los que tuvo después del escándalo de Olivos. Ese ordenamiento debe incluir a sus propios soldados dentro del Gobierno, para evitar frases como “Suiza es más tranquilo, pero también más aburrido”, que pronunció la ministra de Seguridad, Sabina Frederic, días atrás.
“Regalaría bozales en vez de barbijos para que utilicen algunos funcionarios nuestros. Espero que después de las elecciones Alberto ordene su gente”, se quejó un dirigente de peso dentro de la estructura del Frente de Todos. El fastidio por las fallas en el control de daño después de la foto del cumpleaños de Fabiola sigue instalados en la oscuridad de la coalición.
En el entorno del Jefe de Estado sostienen que Fernández tiene una forma de actuar que no va a cambiar. Muchas veces no mide que sus actos puedan ser un boomerang para el propio Gobierno, como sucedió con su apoyo a la profesora K que intentó adoctrinar a un alumno a los gritos defendiendo los gobiernos del kirchnerismo y cuestionando el de Mauricio Macri. Es, por lo tanto, incontrolable.
El Gobierno llega a la última semana sin caer en más polémicas que en las que ya cayó, unidos detrás de la figura de Alberto Fernández, con reproches internos que están silenciados por la necesidad electoral, con un plan de vacunación muy avanzado y con la amenaza de la tercera ola de COVID-19.
El próximo jueves todo el gobierno nacional cerrará la campaña en un municipio importante de Buenos Aires. Será el último mensaje previo a la veda electoral. La foto de la unidad peronista. La misma que se transformó en el significado de la victoria en el 2019 y que esperan que quede grabada en la historia como la que rompió 15 años sin triunfos del peronismo en las elecciones legislativas y después de una pandemia. Tiene su costado épico.
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