Algunos candidatos reconocen sin rodeos el escaso interés que despiertan las actividades callejeras de campaña en el común de la gente. Es una campaña pobre frente a una realidad dura, cruzada en mayor o menor escala por la larga crisis y la huella de casi un año y medio de restricciones frente al coronavirus. La receta que asoma a poco más de dos semanas de las PASO es conocida: polarizar. Esa tensión resulta atractiva para las principales fuerzas, aunque el remedio resulta riesgoso especialmente para el Gobierno. El oficialismo necesita oxigenar la figura presidencial, dañada –así es percibido internamente- por el festejo en Olivos, y eso mismo repone el tema de manera inquietante si la apuesta es más o menos plebiscitaria.
En rigor, al menos en un tema existe consenso en el circuito político y de consultores: hasta ahora pesan relativamente y más bien poco los candidatos. Dicho de otra forma, no agregarían mucho al sello de cada alianza. Es un dato central porque si bien el Frente de Todos y Juntos por el Cambio concentran las mayores adhesiones, en las dos veredas asoman prevenciones por terceras fuerzas. De manera lineal y con el foco en la provincia de Buenos Aires, Florencio Randazzo de un lado y José Luis Espert del otro. Tensar la disputa, se supone, podría acotar ese margen.
Las elecciones de medio término, sin competencia por la Presidencia, las gobernaciones y las intendencias, son terreno por lo general allanado para cierta mayor soltura en la evaluación de la gestión. Para apoyar o reprobar, aún sin llegar al punto del voto castigo. Polarizar con el Presidente como eje es, para el oficialismo, una partida difícil en un marco crítico, porque se asocia estrechamente con el clima social de arrastre. El interrogante gira en torno a la posibilidad de que el desinterés pueda convertirse en reprobación.
Por lo pronto, la preocupación del Gobierno sigue atada a los efectos que podría generar el caso del cumpleaños de Fabiola Yañez si se impone como imagen del poder. Y la idea de polarizar va entonces de la mano con la intención de correr el foco y recuperar protagonismo presidencial. El caso de Olivos por ahora resulta persistente. Y la necesidad de bajarlo del cartel se convierte en centro implícito de la campaña.
El impacto de la difusión de aquel festejo terminó de mostrar cierto desconcierto en el armado de la campaña. Venía dominando el concepto resumido en avanzar con discurso positivo, para lo cual se encargó a todas las áreas de Gobierno acercar papeles con anuncios a los escritorios de campaña. Las dificultades para generar sensación concreta de mejora –más allá de los anuncios sobre esta nueva versión de “brotes verdes”- provocaron una reformulación del discurso para concentrarlo en las expectativas. En esa línea, la letra sobre un muy cercano final de la pandemia y la consecuente mejora económica y social.
Las fotos y los videos sobre el cumpleaños en la residencia presidencial, durante la cuarentena dura, hizo temblar el rediseño de campaña, que ya venía tocado por algunas improvisaciones. Igual, buscaba recrear algo de la ecuación exitosa del 2019, con mayor exposición de los candidatos, el Presidente en actos de gestión y Cristina Fernández de Kirchner con apariciones acotadas y básicamente en Buenos Aires.
El cimbronazo referido y sus estribaciones domésticas demandaron “fotos de unidad”, con la ex presidente colocada en lugar destacado de jefatura, como garante de contención interna a la vista de todos y cuestionamientos duros menos visibles al equipo presidencial y a la actividad de Olivos.
La mayor preocupación del oficialismo gira sobre Buenos Aires. Se deja trascender una evaluación según la cual el caso de Olivos no habría dañado el voto propio. Pero a la vez, se manejan sondeos que no marcarían una diferencia significativa a su favor en la provincia. En la vereda de la oposición, los operadores más cautos hablan de cuatro puntos de ventaja para el Frente de Todos, aunque menos que hace un mes. Se verá. Por lo pronto, el dato político parece ser la preocupación del oficialismo antes que la expectativa opositora.
Las estimaciones bonaerenses se anotan en una planilla que contiene datos negativos para el Gobierno en otros distritos. No se trata sólo de la Capital o de Mendoza, en manos de Juntos por el Cambio, y de Córdoba, con el peronismo tradicional y JxC como protagonistas. Inquietan Santa Fe y últimamente, Entre Ríos. Por cuestiones de calendario se suma además Corrientes, que el domingo próximo elige gobernador con claras chances, aseguran las encuestas, para la reelección del radical Gustavo Valdés.
El Presidente empezó a desplegar una agenda de visitas a diferentes provincias. De momento, anotó distritos sin alteraciones a la vista para el peronismo. Arrancó por San Juan, siguió ayer por Catamarca y tiene previsto para mañana viajar a La Pampa. El discurso fue ajustado al esquema de polarización: reivindicó su gestión –en especial, sanitaria-, reclamó no volver al pasado y castigó especialmente a Mauricio Macri.
Los primeros escenarios provinciales y las consignas muestran así al Presidente trabajando sobre el voto propio y enfilado a la confrontación dura. Hubo alguna pincelada del intento de generar expectativa pospandemia. De nuevo en Buenos Aires, lo espera su primer paso concreto en la causa por el festejo de Olivos. Y la incertidumbre sobre los efectos de su especial sentido de la polarización.
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