“Luego de asumir, Raúl Alfonsín reunió a un grupo de intelectuales y entre ellos estaba Borges, que le dijo: “Señor Presidente, los argentinos no sólo tenemos el derecho sino el deber de la esperanza”. Y hoy estamos en lo mismo: los argentinos tenemos el deber de la esperanza. Las sociedades o se paralizan o se retraen o tienen, como decía Obama, la audacia de la esperanza”.
Facundo Manes arrancó con esa frase la entrevista con Infobae, en su pequeña oficina del instituto que fundó en 2005. Tiene el guardapolvos de médico puesto. “Más tarde tengo que atender a mis pacientes”, explicó en estas horas de transición entre su condición de neurólogo a tiempo completo que desempeñó hasta ahora y su flamante debut político como precandidato a diputado nacional de la UCR por la provincia de Buenos Aires, donde competirá contra el PRO en las PASO.
¿Este especialista en la neurociencia quiere encarnar esa esperanza de la que habla? “Yo no lo tomo como algo personal -afirmó-. Creo que la Argentina necesita un proyecto colectivo, un gran acuerdo que nos lleve al progreso. Como fue la reconstrucción democrática, que fue un gran acuerdo no sólo de Alfonsín sino de todos, y, de hecho, décadas más tarde no es perfecta la democracia, pero todos los argentinos defendemos esa política de Estado. Fue el último sueño colectivo. Hoy, la Argentina necesita un acuerdo, incluso un acuerdo parlamentario, un gobierno de coalición. Debería hacerlo ahora el Presidente. Estamos viviendo la crisis más importante de la historia argentina. La pandemia es una crisis multidimensional en un país frágil y necesitamos la construcción de una Argentina hacia el progreso. Hoy no estamos yendo al progreso”.
Manes es la gran esperanza del radicalismo para salir del segundo plano al que quedó condenado (o se condenó a sí mismo) tras su alianza con el PRO, todavía abrumado por el traumático final del gobierno de Fernando de la Rúa. A la UCR le cuesta encontrar un líder carismático y convocante con la impronta de Alfonsín y la dirigencia del centenario partido apuesta a que este médico pueda repetir y superar en la política lo que logró en su vida profesional: charlas en estadios ante 20.000 personas para hablar sobre los secretos del cerebro. Más convocatoria que cualquier político.
Antes que al Gobierno, al que critica siempre con su estilo moderado, deberá enfrentarse en las primarias a la lista liderada por el ex vicejefe porteño Diego Santilli y detrás de la cual está el proyecto presidencial de Horacio Rodríguez Larreta. Manes lo sabe, pero advierte: “Me gustaría debatir con Rodríguez Larreta y Santilli porque no tengo claro el proyecto de país que quieren”.
-Usted no cree que estemos yendo hacia el progreso. Parece evidente, pero ¿por qué lo dice?
-El problema está en el cuadro sistémico, no en los síntomas. Los síntomas son reflejos. La inflación, el dólar, la fuga de capitales, son reflejos de la enfermedad sistémica de la Argentina, que es no tener un proyecto de desarrollo. Este año vamos a tener el ingreso per cápita en promedio y ajustado por inflación casi similar al del 74. Cincuenta años perdidos. Es algo excepcional que un país tenga el mismo ingreso per cápita que hace casi 50 años. En 1975 había un 5% de pobres. Hoy, casi la mitad de la población está en condiciones vulnerables si tomamos la pobreza en forma multidimensional. Hace unas décadas la economía argentina era más grande que la economía brasileña. Hoy, el Estado de San Pablo y sus alrededores es más grande que la economía argentina. Yo tengo 52 años y viví 21 de contracción económica. Entonces no va más. Si seguimos con las mismas prácticas y discutiendo los síntomas, en unos años vamos a tener más pobreza, más desigualdad. Ya es inviable este país.
-¿Por eso decidió saltar a la política?
-El desafío no es mío, es colectivo. Es una reconstrucción de la modernidad, como fue la reconstrucción democrática. No lo veo entre los fanáticos, ni de un lado ni del otro, y por eso creo que este germen que se está agigantando, y me sorprende gratamente, es una dinámica de una gran parte de la sociedad que quiere discutir el progreso y dejar de mentirse. Acá nos mentimos. Pensamos que somos un país rico. Somos un país potencialmente rico, pero los recursos naturales, que son buenísimos tenerlos, no son la economía del mundo hoy. La economía del mundo está en lo que puede innovar una persona, crear el valor agregado. Y, además, no somos tan ricos en recursos naturales: per cápita, somos el país 47. Y aunque fuéramos el primer país en recursos naturales per cápita, hoy los recursos naturales no alcanzan para darles bienestar a 50 millones. La otra mentira es que estamos en vías de desarrollo. La Argentina está en vías de “des-desarrollo”.
-¿Podemos seguir así?
-Sí. Pero vamos a tener un país con mayor pobreza, con mayor desigualdad. Y hay una gran parte de la sociedad que no quiere resignarse, que no quiere renunciar a la Argentina.
-De todas formas, si usted quiere solucionar estos dilemas tendrá que hacerlo asociado con un partido que también ha sido parte de las frustraciones de la Argentina. ¿Siente que lo comprenden y que lo apoyarán? ¿Hay un cambio de mentalidad en la dirigencia política?
-Yo no soy un outsider: la política es la mejor herramienta de transformación social. Hay políticos buenos y malos. Es como en la medicina o como la ciencia, hay buenos y malos. Creo que hay que renovar y oxigenar la política. Y la Argentina que estamos planteando necesita de todos los argentinos, gente con experiencia, con gestión, pero necesita algo nuevo. Hace dos meses, yo no tenía pensado ser candidato. Acabo de sacar “Ser humano”, un libro que lo escribí durante toda la pandemia, con Mateo Niro. ¿Qué pasó en el medio? Vino la máxima dirigencia del radicalismo a verme para que sea candidato en la provincia de Buenos Aires. Tuve ofertas hace años en la política, pero nunca entendía bien para qué. Yo les planteé eso que me pregunta usted y les dije: tenemos que hacer un cambio de paradigma en la Argentina con los desafíos del siglo XXI y para eso tenemos que darle identidad a la oposición. Hay que reconstruir la identidad opositora al kirchnerismo. Necesitamos enfrentar a una maquinaria electoral importantísima como es la del PRO, experta en ganar elecciones, con muchos recursos. Pero tenemos que plantear un nuevo paradigma como lo hizo Tony Blair con el nuevo laborismo. Vi un nuevo radicalismo, un radicalismo que se quiere poner de pie, que quiere liderar, que quiere una coalición grande de centro popular. ¿Qué significa esto? Racionalidad económica, calidad institucional y sensibilidad social. Y no alcanza con el radicalismo, hay que hablarle a la sociedad, al peronismo, al socialismo, a los liberales, al PRO. Pero hay que cambiar la dinámica de una oposición liderada por unas pocas personas y que aporta siempre lo mismo, sin autocrítica.
-Su propuesta parece lejana de alguna dirigencia que sólo piensa en el corto plazo.
-Hay que dar un salto de calidad en la oposición, pero esto no es un proyecto personal. Justamente el problema de los argentinos es que votamos proyectos personalistas y narcisistas. Mi incursión en la política es para debatir una nueva agenda, que es la agenda del desarrollo. Y necesitamos empatía, que es la habilidad de ponerse en el lugar del otro, de sentir lo que siente el otro. Y yo creo que cuando empezamos a debatir empezamos a encontrar más puntos en común de lo que pensábamos con nuestros prejuicios. Uno de los mayores desafíos de los próximos liderazgos en Argentina es unirnos. Porque esta grieta nos embrutece, nos empobrece, y no nos deja pensar el desarrollo.
-Usted es visualizado por el radicalismo como una especie de salvador que lo va a reconciliar con sectores más amplios de la sociedad. ¿Cómo afronta ese peso alguien que no es político?
-Mi vida fue luchar contra el viento en contra, porque cuando vine a estudiar a Buenos Aires no conocía a nadie. O sea, tenía que recibirme y volver a Salto a ser médico. Y hoy generamos un ecosistema de más de 600 personas que trabajan en INECO (su instituto) y aportamos a la cultura de las neurociencias cognitivas modernas. Toda mi vida fue subiendo cuestas. Por eso la educación no es algo que suene lindo, un slogan, sino lo que cambió mi vida. La educación es bajar los prejuicios, es una brújula confiable en un mundo dinámico, cambiante, difícil. Y mi historia personal es lo que yo espero del país, un país basado en la educación, en el esfuerzo colectivo.
-Cuando usted estudió este era un país con un 15% de pobreza. ¿Cómo imagina que puede alcanzarse ese objetivo cuando hay tanta gente con dificultades para alimentarse?
-Excelente. Gran pregunta porque es lo que trato de decir desde hace años. Cuando usted y yo estábamos en el secundario había un contexto implícito que nos hacía sentir, sin que lo dijera nadie, que si estudiaba, trabajaba y honesto iba a progresar en tu vida. Había un contexto de país que hoy no existe más. Hoy, hay datos que muestran que solamente el 5% de los argentinos piensan, y sobre todo los jóvenes, que la educación es sinónimo de movilidad social ascendente. ¿Sabe qué piensa hoy la gente? Que la plata en la Argentina se hace por la corrupción, por la política, por el fútbol o por herencia. No tenemos futuro aunque bajemos la inflación. Por eso propongo el cambio paradigma. Lo digo como neurólogo y como neurocientífico. El cerebro aprende de tres maneras: por algo que nos inspira, que nos motiva y que nos parece un ejemplo. Por eso hay que cambiar un clima de época. Y no me lo pongo en la espalda yo solo, es un trabajo colectivo.
-Usted acaba de debutar en política y ya recibió críticas, como las de Elisa Carrió...
-Hay una gran parte de la sociedad que está cansada de discutir las mismas cosas. No quiero discutir si un político habló mal de otro, si habla mal de mí. No voy a atacar a nadie. Yo me entrené para ayudar y para curar. La sociedad va a reclamar esto. ¿Por qué la democracia fue un éxito? Porque la sociedad en el 83 quería la democracia y quizá unos años antes miraba el Mundial de Fútbol. Hay dinámicas sociales que no se sabe cómo van a ocurrir. Hay una película muy buena, “Lawrence de Arabia”, en donde el protagonista le dice a Omar Sharif, que era un general árabe: Nada está escrito, el destino depende de nosotros. En el 78 la gente miraba el Mundial. No quería ver la dictadura.
-¿Y ahora dónde está la gente?
-La veo con ganas de discutir un proceso de modernidad, de progreso. Es evidente que la decadencia argentina nos va a llevar a más decadencia con las prácticas de siempre. Estamos en el 81/82, donde la gente dice basta. Podemos desarrollarnos. No estamos condenados al fracaso.
-Usted habla más como un candidato presidencial que como candidato a diputado.
-No estoy pensando en 2023, sino en el 2021. Esta es una elección importante donde se definen muchas cosas en la Argentina. Por ejemplo, si queremos seguir con este rumbo de decadencia o queremos discutir la modernidad. Al no tener un proyecto de país, discutimos los parches.
-¿Se siente más cerca de moderados del PRO como Rodríguez Larreta o Santilli?
-Me gustaría debatir con Larreta y con Santilli porque no tengo claro el proyecto de país que quieren. Me encantaría debatir semanalmente en esta campaña qué hacemos con el proyecto de país, dónde vamos, cómo nos desarrollamos, cómo nos educamos, qué hacemos con la ciencia, con la tecnología, con la Argentina en el mundo moderno. Quiero debatir para que la sociedad tenga una oposición con una visión clara de la Argentina. Que no sea marketing. La sociedad merece que la oposición discuta el proyecto de país para sacar al país de la decadencia.
-¿Hablará con Santilli para evitar que haya una campaña sucia?
-Yo soy un hombre de diálogo. Mi campaña va a ser por una nueva agenda y para unir. Lo que más me preocupa es debatir con él las ideas que tiene él de la Argentina. Estoy entrenado para hacer el bien, así que de buena fe entiendo que no hay que acordar nada. Espero que él no me ataque.
-¿A usted le caben los mismos cuestionamientos que recibió Santilli por ser un candidato bonaerense que llega desde la Ciudad de Buenos Aires?
-Yo soy de la provincia, yo nací y nunca me fui. Nací en Quilmes, en el Hospital Iriarte. Tengo a mi familia en Quilmes. Voy a Salto semanalmente. Estoy en Salto. Soy bonaerense y voy a representar a los bonaerenses. Estoy orgulloso de serlo. No me parece bien que el vicejefe porteño en ejercicio en una pandemia vaya a la provincia ni que María Eugenia (Vidal) haya venido a la Capital. Eso desprestigia a la política y hace que la gente crea menos por la especulación electoral.
-¿Cómo concilia su discurso de modernidad con el hecho de que en su lista hay un clásico barón del conurbano como Jesús Cariglino, que fue del viejo aparato del PJ bonaerense?
-Estoy orgulloso de la lista. Hemos construido una lista plural, diversa, y para encarar la Argentina moderna justamente necesitamos de la diversidad y gente con experiencia en gestión, que conozca el conurbano y que acepte la modernidad. Todos los que están en la lista aceptan el modelo de país que el líder de la lista tiene. Toda la gente que está ahí quiere el desarrollo argentino.
-Como un debutante en la política, ¿qué le llamó más la atención de sus nuevos colegas desde que decidió lanzarse como candidato a diputado?
-Vi altos índice de psicopatía. Y necesitamos más empatía.
-¿Qué significa?
-La psicopatía, a veces, es el poder por el poder en sí mismo. La empatía es funcionar como un todo, pensar en el otro y fusionarlo con un todo para el bien común, y esto es lo que hace falta.
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