Ignacio Montoya Carlotto: “Sentía una responsabilidad muy difícil de llevar por las expectativas en torno a la figura de ese nieto”

A los 36 años supo que era hijo de desaparecidos apropiado durante la dictadura y nieto de Estela de Carlotto. En esta entrevista cuenta el difícil proceso de conciliar sus dos vidas y por qué decidió no llamarse Guido

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A los 36 años supo que era hijo de desaparecidos apropiado durante la dictadura y nieto de Estela de Carlotto. En esta entrevista cuenta el difícil proceso de conciliar sus dos vidas y por qué decidió no llamarse Guido

Entrevistado por María O’Donnell y Ernesto Tenembaum para CNN en Español, Ignacio Montoya Carlotto, nieto recuperado en 2014, cuenta cómo fueron estos siete años de su vida después del gran “sacudón”. Describe el proceso de conocer a su nueva familia, de intentar construir un vínculo afectivo con sus padres desaparecidos, la satisfacción de ver la alegría de mucha gente que lo cruzaba en la calle y lo saludaba como una victoria, la culpa porque su decisión de averiguar sobre su origen complicó a los Hurban, a quienes sigue llamando “padres”.

“Es una historia muy dolorosa que enfrenta a dos maestras, dos directoras de escuela, como fueron Hortensia (Montoya) y Estela (Carlotto), de clase media, con dos peones rurales (sus padres de crianza). Eso también marca la crueldad de lo que de lo que hemos vivido como sociedad”, dice Ignacio, aludiendo al hecho de que personas que hubieran podido “convivir”, “ser amigos”, están “enfrentados por dolores” muy difíciles de superar.

— Quizás una manera de empezar a contar tu historia sea que nos digas cómo te llamas y por qué.

— Me llamo Ignacio Montoya Carlotto. Ignacio por adopción y elección. Montoya por parte de padre y Carlotto por parte de madre.

— Explicame un poquito más. Llamarte Ignacio, cuando decís yo elegí mi nombre. La mayoría tiene un nombre elegido por otro.

— Yo también en alguna medida... Cualquier nombre hubiera sido elegido por otro. Pero como es sabido yo en 2014 me entero de que mis padres biológicos no eran lo que yo pensaba. Y me encuentro con una historia realmente muy, muy, muy intensa, muy compleja. En esa historia, quienes me habían buscado, me habían buscado bajo el nombre de Guido, porque mi mamá Laura había dicho en uno de sus últimos mensajes que si yo era varón quería que se llame Guido como mi abuelo. Luego del encuentro, quienes me habían buscado naturalmente me llamaban por ese nombre. Y yo me percibía y me sentía y me siento Ignacio. Entonces, en un momento, tras una serie de cuestiones que fueron largas y ciertamente complejas, entendí como en una epifanía que yo me llamaba Ignacio y que ese era mi nombre porque lo había construido hasta ahí. Y bueno, a los 36 años decidí conservarlo. Pude tomar esa decisión. También es un valor eso.

— O sea que hasta los 36, fuiste Ignacio Hurban, criado acá, en Olavarría, donde estamos, y a partir del descubrimiento de que eras hijo de desaparecidos, preservaste Ignacio, pero tomaste el apellido de tus padres biológicos.

— Sí, hice eso. Era algo que de todas maneras iba a pasar cuando se hiciera el cambio de partida de nacimiento. Pero de todas maneras yo antes lo había decidido, lo sentí así.

— ¿Qué se juega en ese nombre?

— ¿En cuál de los dos?

— En los dos, en la disyuntiva, en el dilema.

— Se juega quizás lo que yo entiendo que es la construcción de identidad. Y se juega también una postura mía en cuanto a un montón de cuestiones. Primero, una cuestión casi de costumbre. Soy Ignacio ¿qué vas a hacer? Que te gritan por la calle y te das vuelta con ese nombre y no con el otro. Después, pensándolo muy, muy seriamente, entendí que esa construcción mía desde que nací, con todas las vicisitudes hasta el momento en el cual en 2014 me encuentro con esa historia, el nombre estaba muy asociado a esa construcción. Yo había construido mucho alrededor de ese nombre. No como si fuera una marca, pero sí que yo me auto percibía así, Ignacio, y me resultaba muy extraño cambiarlo. No así el apellido. No me resultaba extraño, era algo que podía pasar. En un momento, en medio de todas esas dudas y de esa situación tan particular para mí, dije bueno, quiero conformar a todos, pongo Ignacio Guido. Pero después me di cuenta de que en realidad Guido iba a comerse a ese Ignacio. Y además el Guido tiene un contenido simbólico muy fuerte que yo no estaba y no estoy muy dispuesto a... sentía que no lo iba a poder superar. No tiene nada que ver con el nombre ni con negar el hecho de que mi mamá quería que yo me llame así. Para nada. Soy plenamente consciente de eso. Tiene que ver con una cuestión mía y por eso fue una decisión tan difícil. Sí, fue una decisión muy compleja, en la cual extrañamente se vio involucrada muchísima gente cercana y no tanto.

Ignacio Montoya Carlotto recibió a
Ignacio Montoya Carlotto recibió a Ernesto Tenembaum y María O'Donnell en su casa de Olavarría

— Claro, no sos cualquier nieto, sino justo el nieto de Estela de Carlotto, y en la tradición de Abuelas la idea de la recuperación de la identidad aparecía asociada también al cambio de nombre, ¿no?

— No en todos los casos. Hay cierta heterogeneidad en eso. Por suerte.

— ¿Lograste que Estela aceptara tu decisión y dejara de llamarte Guido, que te llame Ignacio?

— Sí, sí, o me dice Pacho que es como me dicen mis amigos y está bien. Yo sabía que era una cosa muy fuerte para ella, le había dicho ´vos llámame como quieras, no tengo problema, en el documento me voy a poner Ignacio´. Y ella me dice “no, no, no te voy a llamar como vos no quieras”. Ahí nos pusimos de acuerdo.

— En esa pared aparece Estela de Carlotto y también tu abuela paterna.

— Hortensia, la Hortensia.

— Y aparecen también tus padres de crianza, o de adopción, no sé como vos los llamás. Esa pared es como una síntesis de historias, como pasa con tu nombre y tus apellidos en un país en donde muchas veces es una historia o la otra. O la historia desde tu nacimiento, desde tu adopción o como cada cual lo llame, o es desde que conociste tu origen... Y vos juntás las tres.

— Porque yo las viví, no me puedo desdecir de la historia anterior porque eso sería un acto feo de mi parte. Además poco sabio. Entender que mi vida empezó en 2014 es una tontería. Pero después hay que hacer como todo un equilibrio, entre esa vida que se vivió, con lo que sabía y con lo que no sabía hasta 2014, y lo que vino después, con este subidón de emociones tan grande y tan complejo. Lo que pasa es que yo transito la historia, esa historia no me la puedo sacar de encima ni aunque quisiera.

— Muchos de nosotros nos acordamos perfectamente del día en que encontraron al nieto de Estela. Esa abuela que llevaba décadas buscando nietos ajenos y decía “no me quiero morir sin encontrar al mío”. Fue una emoción colectiva.

— Como un gol.

A los 36 años supo que era hijo de desaparecidos apropiado durante la dictadura y nieto de Estela de Carlotto. En esta entrevista cuenta el difícil proceso de conciliar sus dos vidas y por qué decidió no llamarse Guido

— Debe haber sido para vos una cosa abrumadora

— Yo lo viví desde otro ángulo completamente diferente. Tengo un recuerdo intransferible, muy lindo, de la emoción que le provocaba a una persona en la calle el hecho de verme porque se encontraba con esa historia. Como con un triunfo, una historia que, en pueblos como el nuestro, tan acostumbrados a que las historias terminen mal o no terminen, en alguna medida ésta tenía una suerte de final feliz. De esa abuela que había buscado a su nieto tanto tiempo, lo había encontrado y eso se había podido materializar en una serie de encuentros y una relación que daba sus primeros pasos. Ser el portador de esa alegría es una cosa que cuando la recuerdo me parece muy extraña. Entrar a un lugar y que la gente empezara a emocionarse.

— Imagino que también una responsabilidad porque tenías que ser el nieto de Estela.

— Sí, una gran responsabilidad a veces muy difícil de llevar por las expectativas alrededor de la figura de ese nieto. Yo no siento que nunca voy a a estar a la altura de eso que se espera porque en realidad uno es una persona en constante trabajo hasta en la profesión que elegí. Transito con mucho miedo a veces algunos pasos. Sobre todo pasos públicos, como esto, estar acá diciendo esto. Porque sé que la palabra mía tiene una reverberación que antes no tenía. Es como tratar desesperadamente de ser claro para no joder a nadie, para no hacer sentir mal a alguien que esté pasando por algún tipo de situación. En esos primeros momentos de 2014, dije algunas cosas y automáticamente me di cuenta de que era una equivocación. Yo dije en un momento que había tenido la sensación de que algo en mi vida no estaba muy bien. Y había gente que me llamaba y me decía “yo tengo la sensación de que no soy hijo de mis padres”. ¿Pero tenés la partida de nacimiento? “Sí”. ¿Sos parecido? “Soy igual a mi padre”. Ahí me di cuenta de que tenía que medir las palabras por lo que generaban en otra persona. Y esa responsabilidad me persigue un poco a veces.

— Tuviste momentos en los que la pasaste mal.

— Sí, hubo momentos realmente muy difíciles.

— ¿Y eso por qué pasó?

— Por un sacudón muy grande. En el fondo hay muchas cosas contradictorias en esta historia. Ya enterarte a los 36 años de que los que pensaste que eran tus padres, no lo son de esa forma, sino del corazón. Y hay otros padres que no conocés y con los que tenés la necesidad de hacer algún tipo de relación afectiva, y no podés porque murieron hace mucho, jóvenes además. Relacionarse con las familias, la cuestión pública.

— La presión de ser Guido.

— La presión de ser Guido, la presión de ser algo, no sé bien qué. Algo que no estaba en mis planes porque yo tenía claro lo que quería. Y en un momento también me encontré con eso, diciendo es una apariencia; creo que fue una ficción esta cosa de que se abrieron muchas puertas. No sé si se han abierto tantas puertas, pero en un momento parecía eso. Cómo esas luces de la fama, que es una gran mentira, pero decís puedo hacer cualquier cosa. Y me puse a pensar qué puedo hacer de nuevo que no haya hecho y que me gustaría hacer. Estoy haciendo mi profesión de la manera que quiero, con los músicos que quiero, bien; tengo un trabajo que me gusta, bárbaro; vivo en un lugar que me cae bien; tengo los amigos que me parece que tengo que tener y que son una familia que he construido a lo largo de los años; tengo dos familias por conocer. ¿Qué otra cosa voy a hacer si lo que hice hasta acá está bien? Y vino una etapa más de retracción y de amigarse con eso, porque también soy esa persona, porque si no, ustedes no estarían acá en la casa de un pibe que toca el piano en Olavarría. Ustedes están acá porque hay todo un valor histórico, que me atraviesa, aunque sea en un momento.

— Lo que contás es la historia de un país.

— Exactamente. Y de eso también soy consciente y por eso también lo digo, para que no la cuente otro

— Cuando decís lo que te tocó sufrir. Imagino que pensaste en tus viejos de crianza. Contanos un poco la historia de ellos, porque muchos que sospechan que son hijos de desaparecidos temen que la decisión de hacerse un ADN complique la situación de padres que los han criado amorosamente en algunos casos.

— Sucede. De hecho estamos en el medio de un proceso que es todo un tema. Yo también tuve que sacarme la culpa grande, por ejercer mi derecho a conocer mis orígenes biológicos, estoy en alguna medida complicando a mis padres.

— Los llamás padres.

— Sí, sí, sí, a los viejos los estoy complicando. La verdad es que fue para mí un brochazo espantoso. Porque además hay una condena social muy fuerte alrededor de eso.

— ¿Hacia ellos?

— Hacia mí, por haberles hecho pasar por algo malo, cuando en realidad ellos me criaron.

— Ellos trabajaban en una estancia de una familia muy rica de acá.

— Claro, una familia de acá, en una estancia y eran los peones. No podían tener hijos y a través del dueño de ese campo yo llegué en una situación que tampoco está clara: Sabemos que fue a través del dueño, pero no hay mucho más claro, ni las intenciones.

— Ese hombre ya falleció.

— Sí. Una situación que ha sucedido tantas veces aún afuera de los delitos de lesa humanidad. Es esta cosa, en ese momento bastante común, de que los hijos los cría alguien como si fueran propios. Porque también hay que ponerlo en contexto. Y a partir de eso, una vida con ellos. Yo tuve una muy buena vida, ellos siempre pusieron todo su capital de esfuerzo y de trabajo para que yo me eduque, para que estudie, siempre con la educación pública, excelente, y súper agradecido de eso. Incluso tomando yo decisiones que para ellos eran incomprensibles, como tocar música. Y apoyándome en la locura de irme a vivir a Buenos Aires con lo caro que era y buscándose otro trabajo. Yo en un momento todo eso lo puse en la balanza y ahora el loco viene a saber quiénes son su familia biológica y los mete en un problema. Entonces yo también me asumí como su defensor ahora.

— Cuando alguien dice apropiadores ¿te molesta?

— No sé. Para mí es otra cosa. Pero bueno, ya no me meto más ahí. Lo importante es lo que a mí me pase con eso y cómo lo puedo llevar adelante.

— Pudiste hablar con Estela, con la otra abuela...

— Se ha podido. Es un tema delicado también. Y podemos imaginar lo doloroso que ha sido todo eso. Los hijos muertos, desaparecidos que es como muertos dos veces. El drama de la desaparición, de no saber. Esta búsqueda que le suma dramatismo, del hijo de tu hija que no sabés dónde está. Y todo lo que implicó en la vida de los que me han buscado. Entonces también entiendo que hay temas que son difíciles de hablar. Yo lo puedo hablar porque lo vivo desde otro lado. Lo puedo pensar desde otro lado. Pero también entiendo que hay otras maneras de pensarlo y las respeto. Entiendo esta parte que me toca y trato de tener empatía… Es una historia muy dolorosa que además enfrenta en alguna medida a dos maestras, dos directoras de escuela, como fueron Hortensia y Estela, de clase media, con dos peones rurales. Eso también me parece que marca la crueldad de lo que de lo que hemos vivido como sociedad. Que de golpe tipos que podrían ser amigos, que podrían convivir, están por ahí un poco enfrentados por dolores que no se pueden superar.

— Hoy tus viejos de crianza están acusados de apropiación, un delito de lesa humanidad en la legislación argentina. ¿Y si Estela no fuese querellante de esa causa?

— ¿Y cómo no podría serlo? Es una causa que ella lleva adelante como presidenta de una institución, además. Por es re complicado. ¿Por qué se va a bajar de esa causa? No podría. También la justicia tiene que actuar.

— Debe haber gente de los Carlotto y de los Montoya que se relaciona correctamente con tus viejos del corazón...

— Y gente que no, y está bien.

— ¿Pero te gustaría juntarlos o no?

— Sí, sí, tal vez sí, y ha pasado, hemos estado todos juntos, pero...

— ¿Y cuando están todos juntos se corta el aire con navaja?

— Y sí, un poco sí. No ha pasado muchas veces. Y cuando pasó éramos muchos y la multitud diluye un poco. Y cuando nos hemos encontrado, ha sido un momento de cierta tensión. Yo no quise que tuvieran que vivir esa tensión, porque no es necesario. En todo caso es un gusto que me quiero dar yo, decir tengo todo junto, ¿pero para qué? No vale la pena. En esta historia hay demasiados dolores y tengo que respetar eso. Me costó mucho entender el dolor ajeno.

A los 36 años supo que era hijo de desaparecidos apropiado durante la dictadura y nieto de Estela de Carlotto. En esta entrevista cuenta el difícil proceso de conciliar sus dos vidas y por qué decidió no llamarse Guido

— Que no solamente a uno le duelen las cosas.

— Claro, que a los demás también y a cada uno en su medida. Yo puedo pararme con cierto equilibrio, pero no está mal tener tanto dolor que no quieras ver a alguien. No veo que le baje el precio a la gente eso. Porque esto es algo tan grande que nos excede. Me excede por mucho a mí, la excede por mucho a Estela... es algo que está por muy encima de nosotros. Es una tragedia que nos pasó por arriba. Y no hay un final feliz, hay un final, que tampoco es un final. Es un punto de convergencia para empezar a hacer otras cosas. Y acá vemos cómo salimos, cómo podemos, con lo que tenemos a mano. Entendiendo también que hay cosas que no se pueden evitar, el camino de la justicia tiene que seguir y seguirá y veremos qué pasa. Trataremos de explicar nuestro punto de vista.

— Te dio curiosidad la historia de vida de tus padres biológicos, de dos combatientes, de la década del 70 ¿qué te despertó?

— Cuando todo esto pasó, me pusieron todas las fotos sobre la mesa y me quisieron explicar. En ese momento me abataté un poco porque era demasiado. Y después tuve que aprender a tener una suerte de relación afectiva con dos personas fallecidas hace muchísimo. Dos personas que también tienen un contenido simbólico muy grande dentro y fuera de la familia. Y ese contenido simbólico también me aleja, me pone otra distancia. Uno no puede sentirse hijo de un símbolo en una remera.

— Vos querés un papá y una mamá, no dos héroes

— Claro, no dos héroes. Y también esa construcción de héroes es una construcción. Porque hay muchas cosas que no sabemos. Yo no sé qué pasó con ellos en los últimos años de su vida, que fueron los primeros momentos míos aún adentro de la panza de mi mamá. Esa construcción tuvo que ir por otro lado para mí, para que sea efectiva. Las fotos hermosas, los testimonios, los libros escritos, todo bien, todo bárbaro. Pero yo empecé a poder armar una idea de papá y una idea de mamá a partir de cosas tangenciales, que no estaban armadas para la ocasión. De golpe, no sé, viajaba al sur y Mirta, una prima de mi papá, me decía “en ese tractor jugaba tu papá”, como algo cotidiano, como si estuviera todavía ahí sentado. Y eso a mí me ayudaba a armar un papá, una persona jugando ahí, pero era mi persona. Con Laura fue más difícil todavía, tanto porque es la madre y la relación con la madre a veces es un poco más compleja y porque ella estaba más expuesta en esa cuestión simbólica. Poder desarmar esa Laura simbólica y traerla a una Laura mamá fue un trabajo que tengo que agradecer a la terapia, en realidad, porque yo necesité acercarme a ella desde un lugar que me resultó muy complejo porque no tenía muchos datos que no estuvieran tamizados por la subjetividad del que me contaba, con el recuerdo agigantado. Entonces en un momento en el cual no me estaba llevando del todo bien con Estela, cosas que pasan, por suerte ahora estamos muy bien, en ese momento digo bueno, es un momento también para pensar mi relación con Laura. Entonces quizás mi relación con Laura es un poco el reflejo de la relación que hoy tengo con Estela. Y así empecé todo un trabajo, de muchísima labor terapéutica también. Traté de pensar qué estaba haciendo Laura en los diferentes momentos de quiebre de mi vida. Y empecé a encontrar un paralelo, realmente espeluznante en cuanto a lo que significaban para mí las cosas de ruptura, lo que ella era, los momentos en los cuales ella había establecido una ruptura o un punto importante en su vida.

— ¿A qué edad te tuvo?

— A los veintipico, no me acuerdo ahora bien, y la mataron al toque nomás... Dicen que la tuvieron un poco más cautiva. Y hasta esa fecha hice un paralelo así en mi cabeza. Y me di cuenta que había como una suerte de vida paralela, que ella se fue muy joven de su casa, y a esa edad yo también me fui, por otras razones. Porque vivía en el campo y no tenía colectivo para ir a estudiar, pero la cuestión es que yo a los 14, 15, 16, ya estaba viviendo solo. Por esa época ella también estaba fuera de su familia. Y así todo un paralelo. Entonces me di cuenta de que había muchas cosas que no tenía que buscarlas afuera con ella, sino que estaban en mí. En un momento dije yo soy ella y ahí la pude empezar a querer un poco más.

— Uno escucha este relato y piensa que tuviste un primer momento de shock, un cierto encantamiento con esa situación de ser tamaño símbolo. Después te asustaste, te metiste para adentro, se te ve bastante amigado ahora. Pasaron siete años...

— Se cumplen en agosto.

(NA)
(NA)

— ¿Volverías a…?

— Sí, a pesar de todo. Lo volvería a hacer, sí. Volvería a hacerme las mismas preguntas.

— ¿Y si alguien te pide consejo?

— Ahí es más difícil. Lo único que puedo explicar es lo que me pasa a mí. Qué sé yo si puedo decirle a alguien qué hacer. Cuando dije voy a tratar de averiguar mi origen biológico lo hice desde un deber cívico si se quiere. Hay personas que están buscando a gente como yo, hace 30 y pico de años, imaginé el dolor y dije vamos, que sea lo que tenga que ser. Después lo que vino, lo que fui narrando, fueron cosas que tuvieron muchos claroscuros. Básicamente todo se potenció, las cosas que fueron felices, fueron tanto más felices y las cosas tristes, tanto más tristes de lo que eran antes. Pero para mí es muy importante conocer los orígenes biológicos. Con todo el precio que eso lleva. Porque hay un montón de cosas que uno completa también. Si bien yo cuestiono mucho la frase “recuperá tu identidad”, como si uno nunca la hubiera tenido, como si uno no supiera quién es por no saber sus orígenes biológicos. Sí sé que la identidad está construida sobre...que uno de los ladrillos, es eso. Que uno puede no tenerlo y está bien, construir una identidad arriba de eso sin ningún problema. Pero si lo sabés mejor, es lícito, es importante y es sanador. Porque todo el tránsito que hemos hecho familiarmente, ya no lo digo desde mí, no soy yo solo, es un tránsito de mucho cerrar, cerrar heridas, decir a pesar de todo estamos acá juntos, riéndonos con los chicos, ahora que empiezan a aparecer. Nuestros hijos nacen y crecen y empiezan a preguntar. Sé que esta duda que yo tenía, o esta cosa inconclusa, no se la voy a heredar a mi hija. Mi hija ya sabe que ella tiene sus abuelos que están acá, sus abuelos que están en el cielo, sabe la historia y eso es súper importante. Y en un punto mucho más grande, también desde la construcción de una cuestión nacional, es fundamental cerrar estas cosas. Desde todos los puntos de vista, de encontrar a los que faltan; después lo que se hace con esto ya es una cuestión que depende de uno, pero nos da la posibilidad de elegir. Puedo elegir qué hago, si sigo viendo a mi familia o no, puedo elegir, pero antes no, porque no sabía. El no saber es dramático.

— ¿Vos fuiste papá después de...?

— Hace cinco años fuimos padres. Mi hija vino a oxigenar mucho porque me sacó del centro de la escena, dijo correte ahora vine yo y ahora yo soy lo importante.

— ¿En qué país querés que viva tu hija?

— Me gustaría que viva en el país en el que va a vivir mi bisnieta. Porque todas estas cosas van a pasar, cuando pase el tiempo. Y no sé si las cosas que ahora me angustian del país, que son muchas por cierto, como creo que a todos, estas cosas que nos angustian van a pasar rápido. Como yo estoy viviendo un proceso personal, que en la vida de la humanidad no es nada y sé que esto demora, pienso que los procesos de los países, por lógica, deben durar muchísimo también. Y creo que nosotros vamos a superar como país los dolores que tenemos, que son muchos, auto infligidos en algunos casos, en otros no, pero va a tener que pasar tiempo. A mí me gustaría sí que no nos inventemos dolores nuevos.

— O sea que si tu nieta vive con su hija en Argentina va a querer decir que está todo bien

— Quizás, quizás. Y si no, también. Si elige vivir en otro lado. Pero yo le tengo mucha fe a este país, más allá de todo. Algunos me dicen “pero vos tendría que estar enojado” y capaz a veces me enojo. Pero para mí tenemos todo para poder estar en cierta paz. No hablemos ya de volar, sino de poder vivir en paz, que parece que cuesta. Pero bueno, esto que nos pasa también son síntomas de otras cosas que no podemos resolver evidentemente.

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