Hay pocas cosas más tradicionales en la política nacional que el acto para celebrar la Declaración de la Independencia en Tucumán. Sin embargo, el viaje de Alberto Fernández asomaba como un dato fuerte en sí mismo, después del dardo de Cristina Fernández de Kirchner al gobernador anfitrión y ex ministro, Juan Manzur. Hubo contactos para distender el clima. Y parecía claro que el discurso iba a estar centrado en la bastante definida línea de campaña: vacunación y esperanza propias contra desánimo y herencia opositoras. Pero Máximo Kirchner descolocó las piezas con advertencias que resonaron en Olivos y la respuesta presidencial fue el punto destacado de la exposición.
Es llamativo el contrapunto entre lo que se define como “estrategia” del oficialismo y estos cruces en público, muy sonoros. El oficialismo entiende que es vital mantener la imagen de unidad que dio origen al Frente de Todos, más allá del desgaste de aquella postal que apuntaba a difundir moderación y equilibrio. Ese es un pilar, junto con la apuesta a la vacunación y a cierta mejora económica, con mensaje optimista hacia afuera y varias incertidumbres en reserva.
En paralelo, y en el plano funcional, esas tensiones de entrecasa también tuvieron expresión en malestares kirchneristas por los “tropiezos” discursivos del Gobierno junto con la inquietud del círculo presidencial para trabajar sobre la alta exposición de Alberto Fernández. También en este rubro el acto del 9 de Julio dejó un saldo preocupante para el círculo presidencial.
El Presidente hizo un ejercicio histórico con notables simplificaciones, discutibles en boca del jefe del Estado y seguramente atribuidas a las necesidades de comprimir el discurso. Cometió un error al mencionar a Macacha Güemes como esposa y no como hermana del general Güemes. Fue en el apuro para destacar a Juana Azurduy, pasaje que le permitió repetir una carga sobre el gobierno de Mauricio Macri.
También volvió a dar una vuelta de tuerca, conceptual, sobre la cuestión de los derechos y las libertades, un tema que tomó volumen en el marco de la polémica administración de las restricciones sociales frente al coronavirus. Destaco la libertad “colectiva” a modo de negación de la libertad como “acto individual”. Proyecta riesgos: parece no concebir, en rigor, lo individual como componente voluntario de lo colectivo. Y desde esa visión, con el agregado de que lo colectivo suele ser confundido con la expresión de una mayoría en las cuentas políticas.
Con todo, no pasaban por esas líneas las preocupaciones del Presidente y su circuito de mayor confianza en la previa al acto oficial. En rigor, la primera inquietud de origen interno tenía que ver con el irónico y enfocado mensaje que había enviado una semana antes CFK, al encabezar un acto junto a Axel Kicillof en Lomas de Zamora. Desde ese escenario de campaña, la ex presidente había reivindicado uno de los programas de su gestión, el plan Qunita, que derivó en una causa judicial por denuncias de irregularidades. Y en ese contexto dijo que Manzur no había tenido problemas judiciales -en realidad, fue procesado y sobreseído-, una manera de proyectar alguna sombra sobre las lealtades de ex funcionarios.
La frase generó oleaje en el oficialismo. CFK ha tenido una relación oscilante con Manzur, sobre todo a partir de que el gobernador dio por concluido el ciclo de la ex presidente y se mostró como sostén destacado de Alberto Fernández. El último dardo llegó a motorizar especulaciones sobre la realización del acto en Tucumán.
Eso emergía en una dimensión exagerada. Con todo, hubo contactos entre el Instituto Patria y la gobernación tucumana, según trascendió, se disipó el clima de tensiones. El discurso presidencial ya venía perfilado, pero surgió entonces la intervención de Máximo Kirchner para cerrar la presentación de Santiago Cafiero en Diputados.
El jefe del bloque del Frente de Todos combinó malestar por el DNU que modificó la ley de vacunas contra el coronavirus, para allanar finalmente el camino a los acuerdos con Pfizer -a la vez, con Moderna y Johnson & Johnson-, y una advertencia sobre las negociaciones con el FMI. Fue algo hiriente: “No quiero un país que sea juguete de las circunstancias o que tenga que ceder a los caprichos de laboratorios”, dijo, en defensa de la ley ahora modificada por decreto. Y abrió un interrogante -con sentido de límite- sobre la negociación de la deuda cuando un laboratorio “nos obligó” a cambiar de posición.
La respuesta de Alberto Fernández fue casi en los mismos términos. “Si alguien espera que yo claudique ante los acreedores o ante un laboratorio, se equivoca”, dijo desde Tucumán. Temas destacados, pero remitidos a las pulseadas en el oficialismo. Un dato central, en definitiva: el acto del 9 de Julio teñido también por la interna.
SEGUIR LEYENDO: