La Argentina supera los 4,3 millones de contagios de coronavirus y registra casi 91 mil muertes. Esa es la cifra cuando el calendario indica que dentro de un mes, exactamente, vence el plazo para presentar las listas de candidatos que serán votadas en las PASO. La combinación de los dos datos plantea un desafío realmente impensado para la disputa política. No lo es la respuesta. Alberto Fernández y Axel Kicillof terminaron de exponer la estrategia básica del oficialismo: discurso duro para polarizar, blindar el frente doméstico y ahuyentar el fantasma de una oferta peronista tradicional que le reste votos. Y Juntos por el Cambio aparece ensimismado en una interna por el liderazgo sino prematura al menos contraindicada y desgastante por su exposición pública.
Es llamativo, pero ninguno logra escapar de su círculo. En conversaciones más o menos reservadas, fuentes de una y otra vereda advierten los riesgos del rechazo rotulado como antipolítica. Pero las primeras pinceladas de campaña exponen lo contrario a esas preocupaciones alimentadas por el sentido común y encuestas cualitativas. No se ven de momento señales acordes con los extraños tiempos que corren. Son diferentes las responsabilidades de oficialistas y opositores, aunque no los síntomas. La política no puede entrar en receso por la pandemia, pero tampoco actuar como si no existieran consecuencias sociales después de más de un año extenuante.
Alberto Fernández enhebró una nueva frase poco feliz. Con indisimulable malestar frente a las críticas por la incertidumbre sobre la segunda dosis de la Sputnik V, intentó ser irónico. “Ahora me piden que consiga la segunda dosis del veneno”, dijo, para cargar sobre JxC. El presidente eligió hablarle a la oposición, y atendió la necesidad de blindarse internamente frente al “enemigo”. No registró el efecto angustiante que provoca la falta de certeza acerca del nuevo turno que esperan los vacunados con el primer componente. Es decir, quedó plantado en terreno electoral como si el contexto no hubiera sido modificado dramáticamente por la pandemia, las restricciones, el agravamiento de la crisis económica y social.
¿Es razonable tensar la cuerda política al ritmo de una campaña dura, que niega o ignora el contexto? Las señales responden por sí solas.
El Presidente avanzó en la misma dirección marcada apenas antes por el gobernador bonaerense, luego del acto en La Plata encabezado junto a Cristina Fernández de Kirchner. La ex presidente confirmó entonces la vacunación como un eje central de campañan y deescargó responsabilidades en otros. En rigor, ese y la apuesta a cierta mejora económica en el último cuatrimestre del año son dos componentes centrales de la expectativa electoral del oficialismo. Los otros pilares serían la contención de las internas y la ofensiva sobre Mauricio Macri y María Eugenia Vidal, con el foco puesto en la provincia de Buenos Aires.
Alberto Fernández retomó el discurso duro contra JxC, personalizado en el ex presidente y la ex gobernadora. Algo parecido hizo Kicillof. Es evidente en ese juego otro ingrediente: polarizar al extremo con el objetivo de que no quede espacio para alguna tercera fuerza, en particular alguna expresión de peronismo tradicional, como empezó a exponer Florencio Randazzo -en sociedad con Roberto Lavagana-, que podría restarle votos en la provincia.
En la otra vereda, JxC muestra un desfasaje entre el discurso y la práctica en la antesala de las definiciones de candidaturas. Existen llamados a la unidad: anoche mismo lo hicieron Macri y Horacio Rodríguez Larreta, después de una nueva reunión de la mesa nacional de la coalición. Eso expresa sobre todo un síntoma de la evaluación de los costos de la pelea doméstica medida en imagen, antes que una reacción frente al riesgo de una fractura. Todos aseguran que no habrá quiebre, entre otras razones de peso porque sería fulminante para el responsable de la ruptura.
Sin embargo, esa consideración compartida sobre el compromiso de unidad por convicción o por conveniencia no contemplaría el impacto negativo de la disputa en medio de la delicada y compleja situación social. Al contrario, podría alimentar un peligroso espejismo sobre el reaseguro de su propio electorado.
JxC realizó ayer una nueva reunión de su conducción cruzada por un tema dominante: las candidaturas en la Capital y la provincia de Buenos Aires. Todo parece girar sobre la decisión que finalmente tome Vidal y la reacción de Patricia Bullrich. Pero en rigor, venía exponiendo la competencia por el liderazgo entre Macri y Rodríguez Larreta. Eso fue interpretado en el radicalismo y en la CC como una pelea con foco en el PRO que estaba amenazando a toda a la coalición y subordinando a los otros socios de JxC.
Elisa Carrió se movió entonces en velocidad y activamente para advertir sobre los costos de la disputa y demandar que la CC no fuera destratada. La UCR también se movió y sorprendió con la postulación de Facundo Manes en Buenos Aires. Con tiempos acelerados, queda por verse la decisión de Vidal, que apenas concluya su asilamiento preventivo luego del viaje a Estados Unidos, se reunirá con Macri. Nada indica que vaya a competir en la provincia.
El problema no son las urgencias por las candidaturas a veinte días del plazo para anotar las alianzas y un mes para registrar las listas de candidatos. El punto es que la lógica tradicional de los tiempos electorales fue rota por el coronavirus. Las cifras en términos humanos demandarían gestos políticos prudentes en esa nueva dimensión.
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