Joseph Biden aplica un programa de Gobierno que lo aleja de Barack Obama, preserva cierta perspectiva diplomática de Donald Trump e intenta consolidar una agenda para América Latina que remoza la tradicional Grand Strategy de los Estados Unidos. México aparece como su principal socio regional y Alberto Fernández como un fixer por sus contactos con Bolivia, Cuba, Perú y Venezuela, si puede enderezar su estrategia geopolítica política en zigzag y la crisis interna en el Mercosur.
El Presidente de los Estados Unidos además se muestra preocupado por la influencia de China en América Latina y la inestabilidad política de países -Colombia, Chile y Perú-, que son aliados y ahora sufren convulsiones inesperadas para Washington.
Primera regla de política exterior
Massa se reunió con Juan González (asesor especial de Biden para la región), Julie Chung (Departamento de Estado), Gregory Meeks (representante demócrata), Bob Menéndez (senador demócrata) y Richard Martínez (Banco Interamericano de Desarrollo), expuso en el Interamerican Dialogue (IAD) y en el Consejo de las Américas, y cenó con Bill Clinton en un legendario restaurante en Connecticut.
Todos los interlocutores de Massa, altos funcionarios de la Casa Blanca y de organismos multilaterales de crédito, miembros del Capitolio, think tanks y el ex presidente Clinton, mostraron su preocupación por China y su influencia geopolítica en la región.
El Presidente de la Cámara de Diputados escuchó en Washington que esa influencia de Beijing está dada por las dificultades estructurales de la región y el impacto social y económico causado por la pandemia del COVID-19. A Massa le explicaron en reserva que Joseph Biden tiene un programa para detener la ofensiva de Xi Jinping y que no aceptará posiciones diplomáticas intermedias presentadas como una agenda equidistante y multilateral.
El plan de Biden para contener a China se vincula con un informe de inteligencia que prepara el Pentágono sobre las áreas de influencia propias que Beijing intenta apropiar con su propio softpower, la decisión de sumar a Xi Jinping en la agenda del Cambio Climático y el Acuerdo de París, y la competencia por el financiamiento blando en toda América Latina.
En este contexto, Massa conoció que el Senado de los Estados Unidos aprobó y remitió a la Cámara de Representantes un proyecto de ley que destina más de 170.000 millones de dólares para la investigación y el desarrollo. Una parte de esos fondos se usarán para capitalizar al BID y a la CAF, que tendrán la función de igualar los fondos financieros que China utiliza para colonizar a América Latina.
“Mientras otros países siguen invirtiendo en su propia investigación y desarrollo, nosotros no podemos quedarnos atrás. Estados Unidos debe mantener su posición como la nación más innovadora y productiva del mundo”, señaló Biden en obvia referencia a China cuando conoció que el proyecto había recibido media sanción en la Cámara alta del Capitolio.
La presión de Biden sobre Xi es una continuidad diplomática de la agenda geopolítica de Trump. Obama buscó un acercamiento diplomático con China -deseaba una bipolaridad amistosa y cooperativa-, pero Biden descartó esa estrategia bilateral e intenta consolidar su posición agonal respecto a Beijing.
Estados Unidos considera que África es un continente a merced de China y su facilidad para construir obras de infraestructura y regalar tecnología en las comunicaciones y en la vigilancia. Desde esta perspectiva, Biden no quiere que este esquema de conquista territorial se repita en América Latina, y por eso desplegará ayuda bilateral y no aceptará que Huawei se quede con el control del 5G en la región.
Alberto Fernández aún no descartó que Huawei pueda competir en las licitaciones del país, y la empresa china ya accedió a un contrato clave autorizado por ARSAT. Antes de fin de año, cuando ya tenga sancionada la ley para competir con China, Biden dispondrá de una partida de 1.500 millones de dólares para desarrollar tecnología 5G.
Una señal clarísima para Balcarce 50 y su política exterior que se mueve en permanente zigzag.
Segunda regla
El discurso multilateral que exhibe Alberto Fernández cuando habla con los líderes europeos -Emmanuel Macron, Ángela Merkel, Pedro Sánchez y Antonio Costa- es considerado una señal auspiciosa en la Casa Blanca. Y también se sopesa como un gesto de acercamiento las jugadas de diplomacia secreta que el presidente argentino lideró en Centroamérica a pedido de Washington, Roma y Madrid.
Pero los tapones del Salón Oval saltan en llamas cuando Alberto Fernández apoya a Hamas en la ONU y se abstiene de condenar a la dictadura de Nicaragua en la Organización de Estados Americanos. En este escenario, Biden y sus asesores para la región asumen lo peor: no se trataría sólo de una posición ideológica que remite a la Guerra Fría, sino que para ellos además es la ausencia de conocimiento de la agenda global y de los principios básicos de la diplomacia moderna.
La Casa Rosada justificó su abstención en la condena contra el régimen sandinista para evitar “un nuevo empoderamiento” de Luis Almagro, secretario general de la OEA. Un argumento basado en un hecho geopolítico del pasado, que Massa sabía y terminó de ratificar en su viaje a DC.
Biden considera que el ciclo de Almagro comienza a languidecer y que ya es momento de encontrar un nuevo secretario de la OEA que remoce el concepto de “Carrot and Stick”. La Casa Blanca transmitió este concepto a la Cancillería argentina y por eso no entendió su Ala Oeste por qué Alberto Fernández optó por privilegiar un voto de abstención que lo puso al lado de Belice y Honduras, dos países con relación cuasi inexistente con el país.
Massa aterrizó en Buenos Aires con un convencimiento que ya adelantó al jefe de Estado. Washington está preocupado por la inestabilidad política de Chile, Colombia y Peru. Y no sabe aún cómo establecer una relación confiable con Jair Bolsonaro, que ha puesto a Brasil en contra del Acuerdo de Cambio Climático de París.
A través de su asesor especial Juan González, Biden sugirió que Alberto Fernández puede actuar como un fixer en América Latina. Esto significa para la mirada de los Estados Unidos que Argentina -pese a los efectos económicos del COVID-19 y su intención de refinanciar toda la deuda del FMI y el Club de París-, puede contribuir a establecer mecanismos de estabilidad institucional en la región.
Esa opinión de la administración demócrata se basa en la cercanía que Alberto Fernández tiene con Andrés Manuel López Obrador (México), Luis Arce (Bolivia) y Pedro Castillo (Perú), y los regímenes dictatoriales encabezados por Nicolás Maduro (Venezuela), Daniel Ortega (Nicaragua) y Miguel Díaz-Canel (CUBA).
Además, el Departamento de Estado computa al Mercosur como parte de la presunta influencia regional del Presidente. Se trata de un acto de voluntarismo diplomático: el bloque regional está a la deriva, y ni siquiera hay consenso para organizar una cumbre de cancilleres y de ministros de Economía.
Sin embargo, Biden asesorado por González -que compartió una larga cena con Massa- ya decidió hacer una apuesta a Alberto Fernández. No se olvidó del voto a Nicaragua, ni de su posición ambivalente con la violación de los derechos humanos en Venezuela. Pero necesita un presidente que pueda moverse en todo el tablero regional, y Massa robusteció esa idea en todas las reuniones que protagonizó durante las 80 horas que estuvo en DC.
La Casa Blanca está dispuesta a reflejar su confianza a Alberto Fernández. Ya se inició el procedimiento burocrático para coronar una visita oficial a Washington, y si no se pudiera por el COVID-19, habría un encuentro virtual con Biden.
Hasta ahora, Alberto Fernández sólo habló con Biden antes que sucediera a Donald Trump. Una llamada de cortesía. Y nada más.
El presidente detesta a Trump y aplaudió la llegada de Biden. Francisco habla muy bien del líder demócrata, y Alberto Fernández casi siempre toma la opinión del Papa como una verdad revelada. El jefe de Estado también desea una profunda relación bilateral con Washington, pero aguarda una señal diplomática que exhiba los términos de la estrategia de la Casa Blanca con la Casa Rosada.
Alberto Fernández pretende colocar a la Argentina en la conducción de la Corporación Andina de Fomento (CAF), un organismo multilateral que está manejado por Colombia con el apoyo de los Estados Unidos. Washington no tiene voto en el directorio de la CAF, y siempre mueve detrás de bambalinas para apoyar un candidato o sacar bolilla negra.
Cristian Asinelli, subsecretario de Relaciones Financieras Internacionales, es el candidato argentino para la CAF. Asinelli compite con Sergio Díaz-Granados, colombiano de nacimiento y con excelentes contactos en DC. Díaz-Granados tiene chances de derrotar a Asinelli, que hoy no cuenta con los votos de Brasil, Chile, Uruguay, Paraguay y Perú. Además de los 13 bancos privados que integran el directorio de la entidad multilateral del crédito.
Massa escuchó en Washington, muy cerca de la Casa Blanca, que Biden hará un gesto a favor de Alberto Fernández. Y que Asinelli jurará como titular de la CAF antes que concluya julio. “Ver para creer”, respondió un integrante del Gobierno que vive a la sombra del Presidente.
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