La semana que termina deja para el Gobierno al menos una advertencia sobre la muy parcial evaluación que restringe a problemas de comunicación el desgaste de la imagen del oficialismo. La Argentina se abstuvo de votar en la OEA una condena a las persecuciones políticas en Nicaragua. Poco después de ese gesto hacia Daniel Ortega y desde Washington, Sergio Massa calificó como intolerable la existencia de presos políticos en cualquier país. En paralelo, Martín Guzmán encaró el diálogo con el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos. En Economía consideraron positivo el contacto, pero Cecilia Todesca rechazó con disgusto el reclamo de un marco económico sólido. Difícil resolver tales contradicciones como un tema de comunicación. Señal de que existe antes que nada un problema político de fondo.
Las miradas críticas sobre la comunicación oficial constituyen, para empezar, una cuestión que se deja trascender ácidamente desde diferentes franjas del oficialismo. Ese dato en sí mismo significa que existe como punto de discusión. Es un tema conflictivo que trascendió con mayor potencia desde el día de aquella frase de Alberto Fernández sobre los orígenes de mexicanos, brasileños y argentinos. Quedó en claro que se trata de bastante más que una cuestión de estilo presidencial. Y también, que el episodio fue aprovechado para el esmerilamiento por el kirchnerismo duro.
Del mismo modo, resulta expuesto que el motor y el sustento de todo es en primer lugar político. Lo es por razones básicas: qué es lo que se quiere comunicar y cuál es la línea, antes que la estrategia. Pero la respuesta parece quedar limitada a la defensa cerrada de la gestión -sin reflexión sobre las causas del agravamiento de la crisis y las respuestas a la pandemia-, a la necesidad de mostrarse sin fisuras domésticas y -lo más lineal- a la definición del “enemigo”. Eso es lo que se difunde, también como parte del mensaje.
El cuadro es más complejo. Y lo expresa hasta la decisión presidencial de “ordenar” su equipo para ir poniendo en marcha la campaña. Según destacaron desde las cercanías del gabinete, el mensaje interno incluyó un reclamo de compromiso activo de cada ministro en defensa de la gestión de gobierno. De lo contrario, se dijo, deberían dejar el cargo. Sonó a énfasis para afirmar la autoridad presidencial, algo innecesario si no fuera tema de discusión en la propia interna. La señal asomó, además, unos pocos días después de que Cristina Fernández de Kirchner reapareciera en público para marcar el terreno de la campaña con eje en la provincia de Buenos Aires.
La intervención directa de la ex presidente, junto a Axel Kicillof, no sólo reiteró que para ella se trata de su distrito. Es el pilar fundamental de su estrategia hacia 2023 y, antes, para asegurar un peso legislativo que le permita avanzar con la ofensiva en el frente judicial. Eso ya era así antes de esta nueva exposición. En todo caso, la novedad es el contexto. Inquietan diversas encuestas sobre la caída de imagen del Gobierno y también de la administración bonaerense, además de la persistente valoración negativa de ella misma.
Aún con las prevenciones del caso para el análisis de los números, son pinceladas coincidentes de sondeos realizados en la provincia y no sólo como parte de un relevamiento nacional. El punto sería además inquietante para el oficialismo en la competencia entre “marcas” y no entre posibles candidatos, es decir, Frente de Todos vs. Juntos por el Cambio.
La principal oposición ofrece un campo que podría aprovechar el oficialismo. Las disputas por las candidaturas en la provincia de Buenos Aires y la Capital, con foco destacado en el PRO, amenazan cada tanto con desbordes más allá de la lógica que abrió el calendario electoral. Las PASO fueron postergadas para septiembre, y las elecciones generales, para noviembre. En poco más de un mes, el 24 de julio, vence el plazo para anotar listas y se verá el alcance de la competencia interna.
Pero ese no sería el único aspecto a atender por el oficialismo y, en definitiva, por CFK y Kicillof en territorio bonaerense. Por lo menos en lo que hace al discurso, la dureza dominará la disputa con carga enfocada en Mauricio Macri y María Eugenia Vidal, que la semana que viene definiría dónde y cómo compite. El punto es cómo trascender ese límite en busca de votantes desencantados y también independientes. No parece fácil recrear un perfil “moderado” como el reservado hace dos años a Alberto Fernández. Ese capital estaría jugado y la necesidad de confrontar con JxC acentuaría el tono.
El problema no es sólo cómo tratar de explotar la bandera de la vacunación. Las cifras de contagios y muertes son un interrogante a futuro. Las sombras de la incertidumbre y las proyecciones elementales sobre esas cifras alimentan temores. Pero en el terreno de la competencia apareció además un elemento todavía no medido: el armado que podría desarrollarse alrededor de Florencio Randazzo.
El ex ministro ha comenzado a mostrarse y están tendidos los puentes con Roberto Lavagna y Juan Manuel Urtubey. Es aventurado medir el desarrollo de este frente en la provincia de Buenos Aires, con el propio Randazzo como candidato. El punto es con qué estructura política y respaldo reales, económico y de despliegue territorial, podría contar para una campaña en escala bonaerense. Por ahora, el dato más o menos medido es la existencia de un espacio de peronismo tradicional y de votantes antikirchneristas pero a la vez distantes de opciones como JxC.
Eso puede alimentar fantasmas, de momento. La historia de Francisco de Narváez en 2009, que le ganó por poco a la lista encabezada por Néstor Kirchner y secundada por “testimoniales” como Daniel Scioli, y peor el triunfo de Sergio Massa por mucho en 2013 son malos recuerdos, pesadillas, para el kirchnerismo duro. Hoy, algunos nombres vuelven a estar mezclados. Y no existiría preocupación a tales niveles, por supuesto. Pero sí alguna inquietud.
La preocupación para activar la campaña es un síntoma de los tiempos que se aceleran y de un partido desafiante. No importan mucho hacia afuera los gestos del estilo del Congreso del PJ bonaerense convocado para hoy. Ese en todo caso es otro movimiento de la interna, para contener descontentos. Más significativas son las cartas exhibidas por Alberto Fernández y CFK, que dejó otro mensaje. La ex presidente reinstaló un incierto objetivo sobre el sistema de salud. Vuelta al principio: eso también refiere a la imposición de temas en la agenda oficialista al margen o por encima de la comunicación formal.
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