La frase sobre mexicanos, brasileños y barcos europeos agregó un tema inesperado, con impacto ruidoso y sustancia para el debate, en una semana política dominada otra vez por el coronavirus. Alberto Fernández confundió autores y mezcló frases. Esa confusión podría haber sido una anécdota si no fuera además por el contexto formal (la visita de Pedro Sánchez) y su agregado personal para enfatizar el sentido de sus dichos (su invocación como “europeísta” ante el visitante). Pero en la consideración posterior del Presidente el problema no habría sido el episodio en sí mismo, sino la incomprensión de sus dichos y el uso intencionado para erosionar su gestión. Es una reacción clásica del microclima del poder en momentos políticos desfavorables o ásperos. Y proyecta una mala señal, de cerrazón, ante una realidad compleja.
En el circuito de Olivos se combinan esos ingredientes. Enojo por el impacto de la frase en cuestión, atribuida a un clima alimentado artificialmente por opositores en sentido amplio. Y rechazo a lo que se considera una desfiguración del sentido que buscó darle el Presidente, explicado como una manera de aludir a la fusión o confluencia cultural y a la diversidad. Un poco más lejos de ese círculo tal vez algunos se permiten considerar al menos “desafortunado” ese tramo del intercambio con el presidente de Gobierno de España.
Por supuesto, hay reacciones más blindadas, increíbles. Victoria Donda elogió la decisión presidencial de enviar una nota al INADI. Y colocó la opinión del Presidente en un lugar desligado del peso del cargo, como si no gravitara socialmente. “Muchas veces nos podemos equivocar porque somos parte de una educación racista”, dijo con lo que sugeriría una pincelada de cuestionamiento al sentido del párrafo presidencial. Y a la vez destacó que haya pedido disculpas a “quienes se sintieron ofendidos”, con lo cual no quedaría claro si califica a su juicio como una ofensa.
Los dichos en cuestión fueron repetidos y también parafraseados hasta el cansancio en estos días, pero con transcripción centrada en parte del discurso y no en el conjunto que terminó de pintar el mensaje. “Los mexicanos salieron de los indios, los brasileños salieron de la selva pero nosotros los argentinos llegamos de los barcos. Y eran barcos que venían de allí, de Europa”, dijo el Presidente. Antes, había expresado el peso latinoamericano con un destacado personal: “Particularmente soy europeísta”. Lo escuchaba Pedro Sánchez.
El punto sobre la autoría de la definición es en sí mismo casi menor. Habló de un texto de Octavio Paz y es más bien una referencia con dejo irónico que se le adjudica. No refiere a brasileños, sino al peso de las civilizaciones azteca e inca en México y Perú, en contraste con Argentina y el fenómeno inmigratorio. Una visión restringida sobre todo a lo porteño, pero provocadora como contrapunto.
Por supuesto, nadie podría negar el peso inmigratorio en el país, con diferencias profundas sobre su alcance según la época y con reacciones diferentes desde el poder también según la época, en los siglos XIX y XX. Nadie podría negar la trascendencia en el tiempo de las civilizaciones azteca e inca en lo que después de siglos con invasiones, colonizaciones y revoluciones terminó configurándose como México y Perú.
Lo de Brasil, además de un disparate, constituyó un trazo lamentable. Y sin dudas la alusión “europeísta” y el énfasis sobre el origen europeo de los barcos fueron las referencias que resignificaron el sentido de aquella frase, la original, adjudicada al mundo de los escritores. Difícil entenderlo como un discurso que celebra la diversidad.
Eso último es lo que intentó exponer después el Presidente. Y el motor de la irritación en Olivos es lo que adjudican a la falta de comprensión y al uso político. Un círculo cerrado. Ni siquiera asomaría una reflexión sobre el trasfondo conceptual que, dice Donda para salvar la situación, es fruto de la mala educación recibida por todos.
En cualquier caso, lo que queda en discusión es el mecanismo de elaboración del Gobierno. Está dicho que Alberto Fernández se considera su propio vocero. Pero la cuestión supera ese límite personal en el sentido de gestión. Ese es el dato mayor: queda a la vista cuando los “errores” generan costos en continuado.
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