Más de 80 mil muertes y camino a los 4 millones de contagios. El fin de semana llega con esas cifras tremendas, anota un nuevo capítulo de la repetida y agotadora fórmula de los confinamientos, y registra mejoras en la demorada llegada de vacunas. Todo acompañado por una escalada del conflicto político, con el oficialismo dispuesto a perder otra oportunidad para buscar alguna fórmula de consenso frente a la crisis, aunque con un cuadro invertido: hace más de un año era posible por el acompañamiento al Presidente en la primera cuarentena, ahora lo estaría demandando el dramatismo de los partes diarios sobre el coronavirus. La respuesta que asoma, en cambio, es una estrategia de blindado interno, de construcción del “enemigo” y tono de combate.
“Van a tener que rendir cuentas”. La frase, expresión del lugar donde se para el oficialismo ya en modo electoral, fue parte de la presentación no muy lucida pero sí elocuente de Santiago Cafiero ante el Senado. No fue un hecho aislado. El oficialismo decidió colocar la vacuna como eje de su campaña, a modo de bandera y a la vez como vuelta de página sobre las responsabilidades propias, es decir, el propio ritmo del plan de vacunación, que ahora muestra señales de mayor volumen de provisiones, y la cuestionable administración de las restricciones. Antes e inmediatamente después de la actuación del jefe de Gabinete, hubo señales en la misma dirección. Alberto Fernández y Axel Kicillof amplificaron gestos y discurso.
Los movimientos en la perspectiva de la batalla electoral, se ha dicho, tienen como primer objetivo contener las disputas domésticas, que sumó notorias muestras del peso del kirchnerismo duro en el juego de poder. En los circuitos de análisis del oficialismo predomina una idea básica: tratar de imponer el terreno de la disputa, frente al panorama complejo en materia económica -sobre todo, la inflación y de la deuda- y social. La llegada más firme de vacunas fue anotada entonces en el primer renglón, por varias razones convergentes. Se trata de revertir el clima por los contagios y muertes, y de colocar en la otra vereda las culpas por el cuadro sanitario. Frente a ese espectro, el Gobierno debería ser visto como único actor que busca superarlo.
Es curioso porque la propia dinámica de las reuniones para perfilar la estrategia de campaña expone la interna del oficialismo. Es notorio el peso de la provincia de Buenos Aires, territorio considerado y cuidado como propio por Cristina Fernández de Kirchner, con Kicillof como ejecutor pero también como pieza gravitante en el armado de la ex presidente. Se han dejado trascender encuentros periódicos que reúnen al gobernador, Sergio Massa y Máximo Kirchner en las sillas principales, además de algunos funcionarios fuera del “albertismo”. Últimamente, se sumó Cafiero. Un gesto, también de “centralidad”.
El jefe de Gabinete fue la expresión de los pocos hilos discursivos ya definidos, En el Senado, buscó dar una imagen a la ofensiva, con intervenciones cargadas de chicanas. Una muestra en el fondo defensiva frente a la previsible carga opositora sobre los contratos de vacunas y la frustrada negociación con Pfizer.
Cafiero buscó dramatizar sobre el papel del Presidente frente a la pandemia. Y descalificó a la oposición en general. No se quedó allí. Sumó a los medios periodísticos y apuntó también contra la Corte Suprema, esta vez por la resolución a favor de Horacio Rodríguez Larreta en la pulseada por las clases presenciales. El combo casi completo en visión kirchnerista: oposición política, medios y Justicia. Falto algún otro poder, fáctico, pero ese sería el “enemigo” a enfrentar que, en este tramo, operaría en contra del Gobierno tratando de minar las condiciones sanitarias y la confianza social.
La Corte y Rodríguez Larreta fueron los blancos más claros. El tema no se agotaría en la pandemia. Está pendiente la resolución sobre el recorte de fondos a la Ciudad de Buenos Aires. Y eso explicaría el alcance más amplio de la crítica con sentido de advertencia a los jueces del principal escalón de la Justicia.
Kicillof trabaja fuerte sobre el terreno. Fue de los primeros en poner en la mira a Rodríguez Larreta, en línea con CFK. Y es motor de la estrategia de campaña que empieza a tomar cuerpo con la vacuna como principal rubro, siempre como contracara del desánimo social adjudicado a la oposición. Ayer mismo, anunció un acuerdo para la compra de vacunas a un laboratorio indio, atada a algunas condiciones que deberán ir resolviéndose.
También el Presidente fue completando un círculo con el anuncio de la producción en el país de la Sputnik V, emprendimiento de un empresario local en cooperación con el Fondo Ruso de Inversión Directa. Asoma como un cierre del giro que corrió del inicial lugar central al desarrollo de AstraZeneca. Una señal también en el plano de la política exterior.
Más acá, en la vida diaria, es un interrogante si el debate y las disputas en torno de las vacunas pasan sin dejar huellas. Siempre está latente el temor a una reacción antipolítica. Y pesa el fantasma de futuras y profundas marcas por el número de contagios y muertes. Por lo pronto, parece riesgoso. Nada puede ser adjudicado enteramente al temblor y al desconcierto inicial frente a la pandemia. La advertencia sobre la rendición de cuentas corre para todos.
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