“Estamos trabajando en un 93% de saturación. Bordeamos la ocupación casi completa. Se nos libera una cama de terapia por alguna eventualidad como por fallecimiento del paciente, pero de inmediato se ocupa, estamos en situación de colapso. Ya tuvimos que aplicar el ‘Protocolo de última cama’ un día que llegaron cuatro pacientes graves en un corto lapso. Nos pasó también que por la muerte de un paciente en la clínica Medicina Catán, ingresó a la guardia una turba de personas armadas que agredieron a las enfermeras, médicos y administrativos”.
El reconocimiento de la situación de “colapso” que se vive en las clínicas y sanatorios del conurbano bonaerense es detallado de forma dramática a Infobae por el doctor Pablo Figueroa.
El profesional, cuya matrícula provincial es la número 335.429, se desempeña como gerente médico del Grupo Figueroa Paredes Salud. También es integrante de la Cámara de Prestadores del Conurbano (CaPresCo).
Está al frente de tres clínicas y ocho centros médicos de prestaciones ambulatorias. Están ubicados en La Matanza, en las ciudades de González Catán y Gregorio de Laferrere, y en la localidad de Mariano Acosta, en el partido de Merlo.
“Los equipos de salud están muy saturados, en situación de burnout, muy quemados. Cuando llegás a esta situación hay posibilidad de que se cometan errores y un error en medicina trae muchas variables. Se llegó a una situación de múltiples variables, desde lo humano, por no saber cómo abordar una pandemia, y desde la situación económica que atraviesa el país. La realidad es que el sistema de salud público, que ya era muy débil, tenía engranajes que de alguna manera funcionaba con los mismos equipos médicos que realizaban sus tareas tanto en el efector público como en el privado, pero no en situaciones límite. Por ejemplo, a la mañana en el hospital y a la tarde en la clínica. Ahora estos mismos profesionales están sometidos a tomar decisiones, a quedarse en un solo subsistema por la gran segmentación del sistema de salud”, describe Figueroa.
Última cama y violencia
Las tragedias cotidianas que se vivencian a diario en un sistema de salud -tanto público como privado- que se revela resquebrajado por el impacto de la segunda ola del coronavirus son muchas veces minimizadas ante los medios de comunicación.
Las razones son múltiples pero sobresalen dos: no reconocer la gravedad de la situación, que se acrecienta ante la demora en la vacunación rápida y masiva o, en el mejor de los casos, no alarmar.
Figueroa es uno de los profesionales médicos que deciden enfrentar los hechos tal como se presentan: “Tenemos 20 pacientes con respirador, un hecho único en la historia de nuestros 38 años de servicio”, precisa, y afirma: “A todo el equipo de salud nos golpeó mucho en esta segunda ola el ingreso de pacientes graves de 35 años en adelante. Son adultos jóvenes. El año pasado eran mayores de 60 años”.
El gerente médico del Grupo Figueroa Paredes Salud, que atiende mayoritariamente a pacientes de PAMI y de varias obras sociales, se toma tiempo en el relato para buscar las palabras adecuadas para contar uno de los momentos de mayor estrés y de ética profesional que le tocó vivir en su carrera.
“A nosotros nos pasó que por diversas causas ingresaron a la clínica cuatro pacientes en situación crítica, de distrés respiratorio. Eso nos llevó a que lamentablemente tuvimos que sostener en la guardia al paciente de menor edad”, explica.
—¿Se refiere a elegir entre un enfermo sobre otro?
—Aquí comienzan a rodar cuestiones éticas de a quién le doy la cama. Al señor de 67 años, al señor de 55, o de 50, o al señor de 42 años. A esto se lo llama “Protocolo de la última cama”. Es lo mismo que rechazar una derivación porque te queda una sola cama y la necesitás para un paciente que ya está internado en sala común y necesita pasar a terapia o porque ingresó por guardia y necesita de manera desesperada una cama UTI con boca de oxígeno, con respirador. Es la misma situación. Se toma la lamentable decisión de que el paciente más joven, el que tiene más chances de vivir, es ingresado al área crítica; al segundo de los pacientes se lo coloca en un área supernumeraria (una cama agregada en terapia), pero no teníamos más respiradores, no pudimos reclutar más respiradores de las otras clínicas y no teníamos más bocas de oxígeno.
—¿Y qué hicieron en ese caso?
—Dispusimos del protocolo de emergencia provincial para solicitarle una cama en el área pública porque el paciente si no lo pones en un respirador se agota y muere. En ese caso tuvimos la posibilidad de derivar a un paciente al Hospital de González Catán del kilómetro 32, y otro al Cuenca Alta de Cañuelas, a 45 kilómetros, que lo transitó en ambulancia de manera crítica. Toda la situación fue muy traumática porque la familia tuvo que esperar una cama de terapia y pagar una ambulancia privada porque la obra social no dio respuesta.
Si la provincia de Buenos Aires atraviesa una situación complicada por la ocupación de camas de cuidados intensivos, el sistema sanitario de la provincia de Río Negro está peor aún. El parte diario sobre la situación de ocupación de camas UTI elaborado por el Ministerio de Salud de la Nación marca que al día de hoy esa provincia patagónica tiene una saturación de sus terapias del 97%. El 98,6% de las públicas y el 96,6% de las privadas.
Ese colapso sanitario lleva a que los pacientes deban ser derivados a otras instituciones, en este caso, a una de las clínicas de La Matanza que conduce Figueroa.
“La semana pasada tuvimos que traer dos pacientes en vuelo sanitario desde Río Negro porque no tenían camas críticas. Es una pareja de una obra social que todavía permanece internada. En ese caso, tuvimos que sostener las dos camas por 24 horas para que no se ocupen”, detalló el médico.
—¿Cómo viven los equipos de salud estas situaciones límite?
—Es terrible, incrementa mucho más el daño psicológico, la sensación de colapso.
Por el mismo andarivel que el doctor Figueroa, se expresa el licenciado Guillermo Barreiro, vicepresidente de Capresco. También es el gerente administrativo del Hospital Dr. Alberto Duhau ubicado en José C. Paz, fundado en 1938, uno de los más antiguos y prestigiosos de la zona.
Barreiro concuerda con que el personal que trabaja en el sistema de salud -en este caso privado- “está agotado, sobrepasado”, pero aporta que en el Hospital Duhau “hay personal médico, mucamas, enfermeros aún sin vacunar. No menos de 18 médicos sin ninguna dosis”.
El gerente administrativo del hospital privado de José C. Paz reconoce también: “El sistema está casi desbordado, la mayoría de las clínicas de la Cámara de prestadores bonaerenses tienen una ocupación de camas de terapia intensiva superior al 90 o 95 por ciento. No tenemos posibilidad de recibir pacientes. Estamos trabajando al cien por cien. Cama que se desocupa, cama que se ocupa. En 55% de ellas se atienden pacientes con COVID-19”.
La situación llega a tal extremo que, según Barreiro, “los centros de derivación de IOMA o PAMI llaman varias veces al día para pedirte camas de internación, pero no hay”.
El gerente administrativo también expone la situación financiara por la que atraviesa el sector: “Las clínicas se funden, pero por plena ocupación porque no hay rentabilidad. El año pasado cerraron 9 clínicas. Son casi 600 camas que perdió el sistema. Con suerte cobramos a los 90 días y nosotros pagamos a los 30 días con insumos dolarizados y una inflación que asfixia. Esta situación no es nueva, la vivimos desde hace 20 años”.
—¿Y en medio de esta situación los pacientes se mueren por falta de camas de terapia?
—Tengo gente conocida que murió de COVID-19 en la casa porque no tenía cobertura social, no le podían asegurar una cama, esperó hasta último momento y falleció si ningún tipo de internación. En este caso concreto lo hisoparon, dio positivo, le hicieron la evolución domiciliaria, pero el cuadro se complicó, la ambulancia de la municipalidad de José C. Paz fue a buscarlo, pero no encontraron lugar para trasladarlo y falleció.
Sistema de derivaciones
El doctor Figueroa habla por experiencia propia pero también por ser integrante de la Cámara de Prestadores del Conurbano, que agrupa a unas 20 clínicas que administran 2.200 camas de las cuales 250 son de terapia intensiva. Solo a través de los tres sanatorios de su red familiar, Figueroa recibe un promedio de unas 550 consultas diarias por guardia.
El 10% de ellas requiere una internación, por ende, esa red de clínicas debería disponer de 50 camas libres para poder internar a esos pacientes que incluyen patologías COVID y no COVID.
“Hoy la disponibilidad de camas es carente. La respuesta que te brinda la obra social es insuficiente y negativa, porque cuando el paciente ingresó en la guardia, con un sistema colapsado, la obra social no tiene adónde derivarlo, y muchas veces donde consigue, ya sea el efector público o privado, lo deriva pero mientras tanto vos te quedas con el paciente crítico trasformando tu sistema de emergencia en un sostén de terapia intensiva hasta que llegue la derivación, y ni que hablar de la ambulancia que puede demorarse hasta 8 horas”, cuenta el gerente médico que, dicho esto, aborda el tema económico, porque, como dice un viejo refrán del sector, y que recuerda el profesional: “La salud no tiene precio pero tiene costos”.
“Esa inversión de recursos de alto costo en el paciente no lo facturás. Y ni que hablar que muchas veces el estado del paciente se agravó tanto que ya no se lo puede trasladar y hay que armar una cama supernumeraria (agregar una cama más) en tu área crítica para poder sostenerlo, siempre y cuando tengas bocas de oxígeno para poder conectar el respirador. Hay pacientes que no llegan a esta situación y fallecen”, precisa.
Y completa: “Las malas noticias que debemos dar todos los días generan violencia por parte de los familiares. Hemos sufrido daños. Han roto todo. Hemos recibido violencia. Le pasó a muchas clínicas del Conurbano. Nos pasó a nosotros, salieron lastimadas muchas personas. En la clínica Medicina Catán ingresó una turba con armas de fuego a la guardia porque había fallecido un familiar. La patota violenta pedía con el médico, la enfermera. Cuando llegó la policía, el arma la escondió la mujer porque no había personal femenino para cachearla, conocían muy bien el procedimiento. Llegamos al punto de tener que trasformar un centro de emergencia en un fuerte. La agresión conmocionó a todo el personal. Era una turba iracunda. Entendemos el dolor, pero hacemos lo que podemos”.