¿Qué piensa de la muerte una persona que, de un día para el otro, parece estar sentenciada? ¿Cómo le encuentra sentido a la vida, o a lo que le queda de ella? ¿Cómo supera el enojo, la angustia, la impotencia? ¿Cómo cambia su relación con Dios, si es que tenía alguna? ¿Cómo hace para levantarse cada día, para superar la perplejidad ante un destino inesperado y cruel?
Los periodistas políticos tratamos de contar, día a día, las tensiones que existen sobre el rumbo que define el futuro de un país, las pujas de distintos sectores o personas para acceder al poder o para mantenerse en él, las intrigas palaciegas, los debates sobre medidas puntuales. Tal vez por eso pocas veces tenemos la oportunidad de acercarnos a las cuestiones más sensibles, profundas y genuinas que afectan a los seres humanos. Andamos, todos, demasiado rápido.
Esteban Bullrich es un político destacado. Fue Ministro de Educación, fue una de las espadas más combativas en contra de la legalización del aborto, es el único dirigente que derrotó a Cristina Kirchner en una elección mano a mano. Fue parte del entorno de Mauricio Macri, hasta que dejó de serlo. Y actualmente es senador.
Pero hubo un momento en que su vida dio un vuelco y empezó a ser, para la sociedad, mucho más que todo eso: se transformó en el protagonista de una historia estremecedora. Él mismo se ocupó de contarlo el 30 de abril pasado, cuando reveló en una carta que sufría Esclerosis Lateral Amiotrófica, ELA, una enfermedad nerviosa degenerativa que le había afectado ya la capacidad para hablar y cuyo pronóstico habitual es de una sobrevida de no más de 5 años.
“Esta enfermedad no me define. Vivo una vida feliz y maravillosa y este desafío me pone frente a la necesidad de hacer más cosas y de hacerlas mejor. Tengo el apoyo inestimable de mi familia, mis amigos y mi equipo. Por ellos y para ellos, y apoyado en Dios, voy a afrontar este nuevo estado de cosas con la certeza de que todo pasa para algo. Voy a averiguarlo y a hacerlo valer la pena”, escribió.
Ese día, por una vez, Mauricio Macri y Cristina Kirchner coincidieron en manifestar su conmoción por lo que le ocurría al senador. “Estoy segura que su profunda y sincera fe en Dios le dará la fortaleza necesaria para afrontar la situación”, escribió la ex Presidenta.
Unos días después, Bullrich se sobrepuso a sus limitaciones y habló en el Senado. Ese día conversamos con María O’Donnell sobre la posibilidad de entrevistarlo en nuestro programa. No se trataría de una invasión a su intimidad, ya que el mismo senador había decidido no esconder lo que le ocurría.
Como la mayoría de los periodistas políticos, conozco a Esteban Bullrich desde hace muchos años. Es una persona que ha mantenido siempre la gentileza y la calidez, aun en medio de visibles diferencias políticas. Muchas veces sentí que esas diferencias generaban más prejuicios en mí que en él. Pero, en mi caso, fui además testigo directo de un gesto que me conmovió. En septiembre del 2019, Bullrich fue entrevistado por Marcelo Zlotogwiazda en C5N. Me escribió. “No quiero ser intrusivo. Pero no lo vi bien a Marcelo. Me quedé muy preocupado. ¿Puedo ayudar en algo?”.
Hablamos. Le conté lo que ocurría. Y él pidió permiso para llamarlo. Marcelo era ateo, a grandes rasgos una persona de centroizquierda: su mirada del mundo no tenía mucho que ver con la de Bullrich. Pero el diálogo encontró a dos personas buenas y sensibles. Esteban le dijo a Marcelo que rezaría mucho por él, y Marcelo quedó muy agradecido.
Supongo que ese antecedente, y el respeto mutuo en medio de muchas diferencias, jugó algún rol en la decisión de Bullrich de concedernos a María y a mí el privilegio de entrevistarlo.
Se lo pedí así: “Hola Esteban. Disculpá que te moleste. Vi tu discurso del otro día en el Senado y me quedé pensando en que quería pedirte que nos concedas una nota a María O Donnell y a mí. Obviamente, cero presión. Entendería perfectamente que no tengas ganas. Pero creo que esa nota podría ser un testimonio de la lucha que vos estás dando, una forma de mostrar la enfermedad, y también de que opines de política con las mismas convicciones que antes. Se me ocurre que tiene que ser grabada. Que nos tomemos el tiempo necesario para que puedas decir lo que quieras. Que la veas antes de que salga. Que la subtitulemos. Que no haya ninguna posibilidad de que sientas invadida tu intimidad o que alguien te falte el respeto”.
Esteban respondió inmediatamente. “Gracias Ernesto. Qué lindo mensaje. Me encanta la idea. Necesito unos días. Estoy acomodando la agenda con médicos y terapeutas. Te escribo. Abrazo grande”.
En pocas horas, la cita estaba acordada. El encuentro se hizo el jueves pasado en el departamento que, hasta hace unos días, habitaban él, su mujer, y sus cinco hijos. Ahora la familia se mudó a una casa con jardín, y la vivienda familiar se transformó en una oficina de trabajo. Bullrich nos recibió cordial, como siempre. Era el más entero de todas las personas que estábamos allí: sus colaboradores, nosotros, los cámaras, los productores, todos estábamos conmovidos, como si se tratara de una ceremonia.
Yo le había dado muchas vueltas a la primera pregunta de la entrevista. Suponía que ese disparador sería clave. Pero no encontraba el punto. En el viaje, María simplificó todo: “Por qué no le preguntamos cómo está”. Y así fue. Durante 35 minutos, Bullrich hizo un esfuerzo enorme por hacerse entender. Lo logró la mayor parte del tiempo, pero por momentos se hizo difícil. En un momento explicó que la dificultad consiste en que la mente sigue veloz pero la capacidad de expresar las ideas no. Esa diferencia de velocidades complica mucho la dicción. Cuando se concentraba en hablar despacio, se le entendía perfecto. Pero podía decir menos cosas.
Pese a esa dificultad, o quizá gracias a ella, Bullrich dio un testimonio de una humanidad inolvidable. Fue una de esas notas que, seguramente, no olvidaré jamás. La vida no tiene moralejas. Pero todo lo que dice Bullrich en esa nota, en medio de una pelea tan desigual, ofrece la posibilidad de pensar y de sentir cosas muy relevantes, aun para los que andamos demasiado apurados. Cuesta dormir bien, cuesta no quedar muy sensible, después de haber hecho este trabajo.
Al final de la nota, Esteban se me acercó.
— Pensé mucho en Marcelo cuando vos me preguntabas.
Las vueltas infinitas, sorprendentes, dolorosas que da la vida, pensé yo.
SEGUIR LEYENDO: