Es viernes por la tarde. La voz de Flavia Salov se escucha entrecortada a través del celular. No es por mala señal. Las palabras se agarrotan. Los recuerdos son muy recientes. También la tibieza de las lágrimas de sus hijos, Bautista (15) y Valentina (11).
Cuatro horas antes habían sepultado a Lucas Pérez en el cementerio de Pavón, en Mar de Ajo.
“La realidad del hospital es desesperante. Cuando entré a ver a mi marido que se estaba muriendo, la señora de al lado se descompuso y yo te puedo asegurar, porque lo vi con mis ojos, como se desesperaba el equipo de salud, el personal. Estaban las dos doctoras de afuera, guiando a las dos que estaban adentro. ‘Buscá esto, hacé aquello, bajá lo otro’. Ellos dan su vida por los pacientes. En un momento de muchísima tensión una enfermera me dice: ‘Flavia, se nos van de las manos porque no llegamos’. Y no llegan porque tienen pacientes intubados en sala. Se les mueren porque no tienen la aparatología para cuidarlos como se debe. Lo que estamos viviendo es desolador. Estuve esperando cinco días en el Hospital de Santa Teresita un traslado porque no había una cama de terapia. Cuando sale el traslado al hospital del IOMA de Temperley (que es mi obra social) a más de 300 kilómetros, porque era el lugar más cercano, no había una ambulancia de alta complejidad para derivarlo. Cuando llegó su estado era desesperante: tenía afectados el cincuenta por ciento de los riñones, problemas respiratorios, inestabilidad en la presión, el corazón sin fuerza por todo el esfuerzo hecho días anteriores. Los médicos dicen que murió por las complicaciones del coronavirus, pero Lucas se nos fue porque no había ni camas de terapia, ni ambulancia. El sistema de salud de La Costa esta desbordado”, explica Flavia.
Lucas, un emprendedor de la vida de 44 años, se mudó de San Miguel a Costa del Este a los 27 en busca de un mejor futuro. Se dedicó a la compra y venta de vehículos, al comercio, instaló una pizzería, y hasta un balneario.
Ella también viajó del conurbano bonaerense en busca de la sal del mar, pero hace 32 años, antes también vivía en el conurbano bonaerense, pereo en Lomas de Zamora.
“Amo este lugar. Hice todo el secundario acá. Me recibí de maestra. Soy docente de la escuela primaria de Santa Teresita. Él hace 17 años que vino. Y no se fue más. Nos casamos, tuvimos a nuestros dos hijos. Él nunca nos hizo faltar nada. Es…Era un hombre muy solidario. Ayudaba a repartir alimentos para los comedores con la camioneta. Siento tanta impotencia, bronca. Es no poder parar de llorar. Es abrazar a mis hijos y no poder darles una explicación. Bautista cumple años el 24 de mayo. Ayer me preguntaba se le iba a hacer la torta igual. Va a ser horrible el primer cumpleaños sin su papá. Mi hija todavía no llora porque no cayó en que su papá no va a volver ¿Cómo le decís a tus hijos que no esperen más a papá?”, se pregunta.
En el Partido de La Costa viven unos 70.000 habitantes. Entre los hospitales públicos y clínicas privados reúnen apenas 14 camas de terapia intensiva.
El sábado pasado, el 90% de las camas UTI estaban ocupadas. De los once pacientes internados, diez eran “COVID positivo” y su estado es crítico. La mayoría estaban intubados.
Desde que comenzó la pandemia del nuevo coronavirus, en el partido de La Costa se infectaron 5.526 personas y de ellas, hasta ayer, habían fallecido 142, una de ellas es Lucas Pérez.
La incidencia de contagiosidad en ese municipio, según los datos oficiales es de 695 personas cada 10.000 habitantes; un porcentaje alto si se lo compara, por ejemplo, con La Matanza que con 1.775.816 pobladores su tasa de incidencia es de 693 cada 10.000 personas.
La tasa de letalidad de La Costa de enfermos por coronavirus es de 2,57%, similar a la media de la provincia que es de 2,53%; pero más alta que la localidad vecina de Pinamar, que es de 1,53%.
“Lucas iba a cumplir sus 45 años el 27 de Julio. Con los chicos habíamos planeado hacerle una torta muy grande. Porque a él le gustaban mucho las tortas caseras. Mi hijo viene a la noche y me abraza y pregunta con quién va a hacer ahora las cosas que hacía con él. Mi mi marido le enseñaba a cortar el pasto, a arreglar motores. Esto es muy desesperante, yo no quiero que nadie más pase por esta situación. Lucas murió porque no había una cama de terapia intensiva para internarlo. Acá la pandemia está haciendo estragos y el intendente (Cristian Cardozo) está pensando en la próxima temporada, en hacer publicidad para el municipio para captar turismo europeo, en su piscina de agua climatizada, en vez de preocuparse por equipar el hospital, en que las ambulancias no sean una cascaras vacías”, lamenta.
Su marido, recuerda Flavia, ingresó al hospital de Santa Teresita el 1 de mayo. Desde hacía varios días cursaba la enfermedad en su domicilio.
Pero ese día, feriado, amaneció desmejorado, con serios problemas respiratorios. El médico familiar indicó que de manera urgente lo llevaran a un centro asistencial.
Flavia lo llevó al nuevo Hospital Municipal de Santa Teresita inaugurado a fines de 2018. En su estructura, de 6.400 metros cuadrados alberga salas de internación con 30 camas y que se estiran a 40 si se suman las 7 de observación y las 3 de shock room.
“Soy docente. No estoy vacunada y me contagie coronavirus en el trabajo. Estoy segura de eso. Después se contagiaron Bautista, Valentina y Lucas. Nosotros transitamos la enfermedad sin complicaciones, fiebre, dolor de cabeza, de cuerpo. Pero mi marido no. Comenzó con problemas respiratorios en casa. Se despertó muy agitado, como si estuviera corriendo. Lo llevé al hospital. Saturaba muy bajo. Lo dejaron dos horas con oxígeno, lo auscultaron y diagnosticaron neumonía bilateral. Lo medicaron por vía. Quedó internado en la sala de Schok Room, adaptada como terapia intermedia, porque el hospital no tiene terapia intensiva”.
Las palabras de Flavia están respaldadas por la historia clínica que refleja que el paciente ingresó ese día a las 14.28.
Después de describir la medicación que se le suministró, en la historia clínica se lee “se observa neumonía bilateral importante con hipoxemia severa” que su nivel de saturación es del 88%, aclara que “mejora con oxígeno” y se expresa que desde ese mismo momento: “Se inicia derivación por obra social por falta de disponibilidad de camas a centro de mayor complejidad” y después de repetir el diagnostico aclara que el paciente Pérez es “COVID POSITIVO”.
“Ese mismo día pidieron traslado a un hospital con camas UTI. Se consigue la cama en el Hospital IOMA de Temperley, pero no había como trasladarlo. Fui a hablar con el directo. Le dije: ‘Doctor, se está muriendo, ya tiene complicaciones renales y pulmonar’. Y me contestó: ‘Con qué quiere que lo traslade si no tengo ambulancias con terapia. El necesita ir intubado. Además, tiene que ir con un médico, y tampoco tengo personal’, me dijo”, rememora Flavia.
“Era muy angustiante porque en el sistema de salud no había ninguna ambulancia disponible. A las tres de la madrugada me llaman para avisarme que lo sedaron y entubaron para que viaje estable, ya que estaba muy nervioso. A las ocho me avisan que está muy grave y delicado, la ambulancia sin confirmar… Comenzamos a averiguar una privada… SAC nos pasa un presupuesto 118.000 pesos. Quedo en confirmarle porque los médicos me recomiendan que no viaje inestable, era mucho riesgo… Al mediodía me llama la doctora para que me acerque al hospital, me informa que empeoró que, si quería pasar a verlo, como para despedirme. Eran tres pacientes en el shock room”, detalla.
Y continúa: “Mi marido subió su saturación, pero no estaba aún para trasladarlo. El 4 de mayo saturaba al 100%, pero estaba mal de los riñones y tenía otro tipo de compromisos. Necesitaba ir a una terapia urgente. Si no lo sacaba de ahí se moría. A las 15 llega la ambulancia privada del SAC. Nos acompañaría un doctor. Me explica que a veces pasa que el paciente rechaza el respirador de la ambulancia. El traslado que llegó no era de alta complejidad. El médico no recomendaba el traslado en esa ambulancia por la gravedad del paciente. Me hacer firmar que me hago responsable del traslado y que por el riesgo del viaje puede tener un paro cardíaco. Lo subieron a la ambulancia. Esperaron 40 minutos y tuvieron que bajarlo porque se había descompensado. El sistema púbico seguía sin ambulancias UTI. Y Lucas estaba que se moría. A eso de las 20 me avisan que apareció una ambulancia de IOMA con terapia intensiva. Y la telefonista de la clínica de IOMA de Templerley me dijo: ‘quédate tranquila mañana a las 17 está acá, anda a descansar”.
La voz de Flavia se quiebra y ya no puede seguir hilando el dramático relato, la historia incomprensible que le toco padecer. Pero su historia le pone cara a los números de muertos que a diario aparecen impresos en el parte del Ministerio de Salud de la Nación.
Sin embargo, cuando quien escribe estas líneas intentaba despedirse para que esa madre que acababa de sepultar a su compañero de vida se seque las lágrimas y abrace a Bautista y Valentina agrega: “Hacía cinco días que yo estaba con mis dos hijos en el auto 15 horas por día frente al hospital por la preocupación. La noche del traslado hizo mucho frío, mis hijos desde las 16 en el auto y yo congelada en la vereda. A las 23 me hicieron pasar al lado de una estufa y me dieron un café. Rescato la humanidad del personal de salud durante toda su internación, amables, comprometidos con la vida y trabajando con responsabilidad a pesar de la falta de insumos. La ambulancia salió 1:15 de la madrugada del 6 de mayo. Se pudo adaptar bien al respirador, claro era una ambulancia UTI, llegó bien a Temperley gracias a Dios”.
“En la Clínica del IOMA lo intubaron. Hicieron lo que pudieron y el luchó hasta el final. Sin mirarme a los ojos los médicos me dicen que si lo hubiesen trasladado el primer día es posible que se salvara. Tenemos un hermoso hospital nuevo con paneles solares, con gente maravillosa y comprometida con la vida y su profesión, que se arriesga hora tras hora. Hacen malabares por la falta de insumos, solo tienen tres respiradores, sedan con morfina porque el medicamento habitual escasea, hay camas en los pasillos, falta de personal, un solo médico de guardia para terapia intermedia, urgencias e internación. El SAME les presta dos ambulancias porque no dan abasto…y a todas les falta mantenimiento (suspira y hace un largo silencio) Qué cada uno saque sus conclusiones. Yo cuento esto por Lucas, por Bautista, por Valentina, por que no vuelva a pasar. Cuando se habla de desborde hospitalario, de saturación del sistema de salud de faltas de cama UTI, de no equipar los hospitales, de traslados que se demoran es esto”, concluyó.
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