El Presidente Joe Biden, en su alocución ante la Cámara de Representantes del día 28 de abril, explicó claramente cual será su política durante su mandato y cuáles son sus prioridades en materia económico-social y de relaciones exteriores.
La imagen de un Jefe de estado centrista y moderado cambió por la de un hombre progresista y de centro izquierda, dispuesto a dar batalla para lograr que Estados Unidos “esté de vuelta” por largo tiempo.
El discurso que se puede resumir en “no más Trump” parece interpretar los deseos de un pueblo norteamericano cansado de excentricidades, irresponsabilidades y desmesura por la de un Presidente serio y responsable que conoce su país y a su pueblo.
Ello no significa que el proyecto de Biden será acompañado unánimemente. Las grandes corporaciones, la derecha Republicana y las diferencias enormes de riqueza y poder dentro de la sociedad civil son una valla alta para lograr que sus ideas avancen, sobre todo cuando haya pasado el impulso inicial que tiene un primer mandatario durante los primeros meses de su gestión.
No obstante, Biden ha logrado que la izquierda de su partido, con Bernie Sanders, a la cabeza lo acompañe en su inicio y que no pida más de lo que se puede dar.
Enfrentar al mercado en la economía capitalista más grande del mundo no es tarea sencilla y habrá muchos resortes del establishment y del poder que se opondrán a que “The people”, como se auto bautizó Biden, no pueda avanzar hacia una sociedad con mas recursos para educación y salud, después de años y administraciones a las que lo único que les preocupaba era la baja de impuestos y la libertad comercial.
La tarea para construir un Estado grande (big government) se enfrenta a una realidad de un Estado desmantelado, cuyas principales tareas fueron la defensa y la seguridad, habiéndose olvidado durante años de la ayuda social, la salud pública y las obras de infraestructura, de energía y de comunicaciones.
Además, esta tarea ciclópea donde se invertirán 19,2 billones de dólares como ayuda, se debe realizar en un ámbito internacional hostil, donde China viene acortando las diferencias y desafiando la primacía americana en ciencia y tecnología y las principales y poderosas autocracias se fueron uniendo debido a los errores estratégicos cometidos, principalmente por los gobiernos republicanos de George W. Busch y Donald Trump, con invasiones, acciones militares, asesinatos y alianzas contra ellas.
Ningún Gobierno norteamericano impulsó medidas de tinte tan proteccionista desde Lyndon Johnson, que gobernó en plena guerra de Vietnam y necesitaba una industria bélica eficiente y nacional. Tenemos que remontarnos a 1933, a la presidencia de Franklin Delano Roosevelt y su New Deal, para situarnos en esta en misma onda industrialista y proteccionista que ahora Biden propone llevar a cabo.
Su propuesta busca incluir también a la agricultura y al medio ambiente, encabezando un desarrollo sustentable que respete la biodiversidad.
Al mismo tiempo la bandera de la defensa de los Derechos Humanos vuelve a ser en la política exterior de un gobierno demócrata la nave insignia que Biden piensa utilizar, para posicionar a los Estados Unidos nuevamente como el país líder que encolumna detrás suyo a los países democráticos enfrentando a las autocracias.
Resulta evidente que el mundo actual no es el mismo que existía en la presidencia de James Carter, cuando los derechos humanos fueron un arma importante de la política internacional, que permitió introducirse en los países del Este europeo y en la Unión Soviética, abriendo las puertas para que terminara la Guerra Fría con la victoria norteamericana.
Hoy la URSS no existe más. Este mundo multipolar y de economía mundial parece comenzar a cambiar de líder, con China emergiendo como el reemplazante de los Estados Unidos en materia comercial, tecnológica y en producción.
En ese marco es que Biden parece decidido a evitar la trampa de Tucídides y quiere evitar que China desafíe y venza. Ha decidido que el momento de dar la batalla es ahora y está dispuesto a ir adelante.
El desafío es muy grande. Veremos si lo logra y “si America is back”.
Consecuencias
La etapa que se inicia se encuentra llena de interrogantes. Sus consecuencias son muchas e involucran a toda la sociedad global.
Nuestro país no escapará a lo que suceda y muy posiblemente será afectado y presionado por la administración norteamericana a tomar partido en su lucha universal para mantener la hegemonía, que se ha convertido en su principal objetivo de política exterior.
La Argentina tiene (o debiera tener) intereses permanentes que defender y no caer en ideologías desviacionistas o posturas naif.
El principio, la defensa de los derechos humanos y las libertades fundamentales se encuentra entre los objetivos basales de la Argentina como Nación independiente. No obstante, no somos parte de los objetivos permanentes de los Estados Unidos y ello quedó claramente de manifiesto en el conflicto de Malvinas.
China, que se ha convertido en el principal comprador de productos argentinos, fundamentalmente agrícola ganaderos y será la primera economía mundial en los próximos años, viene avanzando e influyendo con su acción en toda la región sudamericana.
La disputa entre ambas superpotencias no debiera impulsar a la Argentina a alinearse con ningún bando, sino que en cada oportunidad de conflicto se debería resolver hacia donde inclinarnos. No es a través de una posición ideológica que ganaríamos espacio internacional, sino sabiendo en cada oportunidad donde se encuentra nuestro interés nacional y actuar en consecuencia.
Obviamente el enfrentamiento es ideológico y geopolítico y abarcará todos los temas, pero no debemos confundirnos de momento histórico. No ha llegado una etapa de Guerra Fría, es una diputa por el liderazgo de un mundo nuevo, tecnológico y desconocido hasta ahora, ninguno de las dos quiere ir a un enfrentamiento que las destruiría.
El G2 sigue teniendo vigencia y la seguirá teniendo en el futuro. Este mundo les conviene a ambas naciones y, ante el riesgo de perder la cohegemonía, prefieren seguir juntas.
La Argentina no debe tener interés en promover este conflicto que no beneficiará a nadie y en el que nadie será beneficiado. No nos equivoquemos.
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