Cuando Alberto Fernández reciba la semana próxima a la Confederación General del Trabajo (CGT) no sólo escuchará reclamos de ayuda económica a sectores en crisis y pedidos de auxilio a las obras sociales. También tendrá de primera mano la confirmación de una noticia de alto impacto: a fines de septiembre o principios de octubre se hará el postergado congreso para elegir las nuevas autoridades de la central obrera, que se encamina a rearmarse para recuperar el poder perdido.
Los abogados de la CGT ya comenzaron a analizar los aspectos legales de la convocatoria al congreso y los asesores iniciaron consultas para organizar la depuración de los padrones sindicales, mientras los propios sindicalistas multiplicaron sus reuniones secretas, las charlas con rivales que parecían imposibles y las negociaciones de todo tipo para buscar acuerdos internos que permitan incidir en la designación de la nueva cúpula o, eventualmente, mantener el control de la conducción cegetista.
La central obrera es hoy un grupo de presión sin capacidad de presión. Debilitada por la ausencia en su estructura de algunos gremios poderosos y por un gobierno que la excluye de las grandes decisiones en materia socioeconómica, esta CGT está muy lejos de aquella de los años setenta, decisiva, con influencia política, protagonismo y capacidad de representar a millones de trabajadores en actividad. Actualmente, con una clientela en declive porque los trabajadores informales superan el 40%, es una marca registrada con más brillo en la historia que efectividad en el presente. Aun así, unida y con un proyecto será difícil desconocerla. De eso están convencidos sus dirigentes, al menos.
Hace quince días, en una reunión de la mesa chica de la CGT que tuvo mucho de catarsis, los dirigentes se quejaron nuevamente de la indiferencia oficial y concluyeron que la elección de nuevas autoridades cegetistas, con el regreso de importantes sindicatos, será la fórmula que podría cambiar la relación de fuerzas y permitir que la central obrera participe del trazado socioeconómico.
El Gobierno, que surge de una coalición de distintas expresiones peronistas, es decir, que es de su mismo signo político, destrata a la CGT. A sus dirigentes les cuesta ser atendidos por los ministros y, sobre todo, que sus problemas sean resueltos. Sus reclamos suelen ser desoídos sin consecuencia alguna. Y las puertas que se les abren a cuentagotas desde la Casa Rosada están cargadas de simbolismo, sin peso concreto en la realidad, como el acuerdo de precios y salarios o el Consejo Económico y Social.
Por eso la nueva CGT es vista por la dirigencia como una señal de que aquel viejo poder sindical puede reciclarse y buscar revancha. Primero, piensan muchos, deberían regresar sindicatos clave que dejaron la central obrera, como Camioneros, SMATA o los bancarios. Y también debería tener un proyecto claro, a la manera de aquellos 26 puntos de la CGT liderada por Saúl Ubaldini que constituyeron un programa que les permitió a los dirigentes tener una identidad e ideas definidas para confrontar con otros sectores.
¿Es posible de concretar algo así? Los sindicalistas están hablando para lograr que vuelvan algunos gremios importantes a la central obrera, pero no para discutir un programa propio. Una vez más, la discusión por la futura CGT está concentrada en los nombres de quienes aspiran a liderarla, no tanto a lo que realmente piensan sobre temas estratégicos de la Argentina. Lo más novedoso que se analiza entre los dirigentes es la incorporación de gremialistas mujeres a la grilla de conducción de la central obrera para respetar el cupo sindical femenino y, por fin, ponerse a tono con la igualdad de género.
Hoy, dos grandes sectores pugnan por liderar la nueva CGT. De un lado, “los Gordos” (como Héctor Daer, de Sanidad, y Armando Cavalieri) y los independientes (Andrés Rodríguez, de UPCN; Gerardo Martínez, de la UOCRA, y José Luis Lingeri, de Obras Sanitarias), más un puñado de aliados autonómos (como Antonio Caló, de la UOM), que son los que mantienen actualmente el control de la central obrera. Del otro, el moyanismo (con Pablo Moyano que tomó la posta de su papá Hugo y colegas de peso como Mario Manrique, de SMATA, más gremios como aeronavegantes, canillitas, marítimos, taxistas, viales y empleados textiles).
No hay ningún liderazgo indiscutido, una vez más, por lo que la CGT que viene se encamina a tener un triunvirato o un cuarteto de conducción. Uno por cada sector. Por eso son decisivos los encuentros como el que mantuvieron a principios de marzo Hugo Moyano y Sergio Sasia, el titular de la Unión Ferroviaria y líder de Sindicatos En Marcha para la Unidad Nacional (SEMUN), que agrupa a unos 40 gremios que le darían al moyanismo los votos para pilotear la central obrera.
Ese sugestivo contacto derivó en otro, que se hizo el 14 de abril, de Sasia, Pablo y Facundo Moyano y dirigentes de otros sindicatos en el que acordaron elaborar un Plan Nacional de Transporte Multimodal, pero que también se puede interpretar como el primer paso para que el jefe ferroviario, respaldado por Camioneros, intente reemplazar a Juan Carlos Schmid (Dragado y Balizamiento) al frente de la poderosa Confederación de Trabajadores del Transporte (CATT), que también debería elegir nuevas autoridades este año.
Pero también se realizó una extensa reunión entre Andrés Rodríguez, de la actual CGT, con el titular de la Asociación Bancaria, Sergio Palazzo, radical y kirchnerista, que integra la Corriente Federal, sector de unas 40 organizaciones sindicales, entre las cuales están las de los trabajadores del cuero, gráficos, pilotos, judiciales y jerárquicos del sector de energía. El líder bancario, que comparte con Pablo Moyano la comisión directiva del Club Independiente, también tiene llegada directa al Presidente y podría integrar la conducción colegiada de la CGT, aunque para algunos es un pecado que se identifique con la UCR.
Luis Barrionuevo está recalculando su estrategia luego de que su aliado Carlos Acuña (estaciones de servicio) le confesó que no tiene ganas de seguir en la cúpula de la CGT. Por eso el gastronómico habla mucho con Hugo Moyano y con Armando Cavalieri, entre otros, para hacer valer sus 250 representantes al congreso cegetista, provenientes de una veintena de gremios de lo que fue la CGT Azul y Blanca, entre quienes están Daniel Vila (Carga y Descarga), Oscar Rojas (maestranza) y Roberto Solari (guardavidas).
Héctor Daer quiere seguir en la conducción de la CGT, aunque no tiene el suficiente consenso entre sus colegas para que se cumpla su sueño de convertirse en el único secretario general (tampoco le sirve su condición de amigo de Alberto Fernández). Es una situación similar a la de Pablo Moyano, cuyo carácter irascible le resta muchos apoyos para ser el número uno de la central obrera. Ambos podrían ser dos de los futuros miembros de la nueva conducción, aunque llevan años de profunda enemistad.
Todas las negociaciones actuales servirán para consensuar una sola lista de candidatos a integrar la CGT, pero en estos movimientos previos lo que resulta decisivo es saber qué sector reúne el mayor número de representantes al congreso cegetista (que cada gremio envía en forma proporcional a su número de afiliados) y así determinar quién tendrá el poder para condicionar la elección.
En el último congreso, en agosto de 2016, votaron 1582 congresales sobre un total de 2191 que representaban a 213 sindicatos, uniones y federaciones que integran la central obrera. Y de los 1640 sindicatos con personería, poco más de 200 definirán la nueva conducción. De ese número, los más determinantes son los que tienen más afiliados, como los municipales porteños, Comercio, los trabajadores de la construcción, los rurales y los estatales de UPCN, que envían entre 150 y 200 congresales cada uno. Es decir, si se unen pueden llegar a 1000 de los 1600 congresales para imponer la lista de candidatos que quieran.
En ese conteo tan decisivo también están hoy los principales sindicalistas: de la cantidad de aliados dependerá el reparto del poder en una futura CGT a la que todos imaginan más activa y demandante de mayor protagonismo. ¿Es lo que le conviene a Alberto Fernández? En realidad, es lo que no le conviene a ningún gobierno. Pero el Presidente no lo reconocerá cuando reciba la semana próxima a la conducción de la CGT, escuche los mismos reclamos de siempre y quizá siga sin satisfacerlos.
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