El viernes Horacio Rodríguez Larreta comenzó a prepararse desde muy temprano. Repasó todos los datos y los argumentos que expondría ante Alberto Fernández en la quinta de Olivos porque apostaba a que la evidencia lograra algún tipo de cambio de actitud en Alberto Fernández. Sin embargo, el Presidente contaba con su propia información y no se logró ninguna concesión.
En el Gobierno porteño aseguran que no entienden la decisión de suspender las clases presenciales que tomó la Casa Rosada y sospechan que “sin mucho respaldo interno” se está guiando por su “olfato político” o por presiones internas. Las señales durante la previa no habían sido alentadoras. El decreto fue publicado antes de la reunión y lo interpretaron como un gesto “prepotente” y de “desprecio por el diálogo”.
También advirtieron que por primera vez -a diferencia de lo que pasó en encuentros anteriores- el Presidente hizo suyos los argumentos centrales que ayer expuso Axel Kicillof. Por ejemplo, que son muchos los porteños derivados al sistema público de la provincia y que “está bien” que haya bonaerenses que se atiendan en los hospitales porteños porque allí es donde trabajan y consumen a diario. “La instrucción de Cristina es seguir a Axel”, analizan.
Tras la reunión, ambos acordaron mantener el “diálogo institucional” y las autoridades porteñas propusieron acercar más información epidemiológica para sustentar su posición. Más allá del amparo presentado ante la Justicia, en la sede de Uspallata aseguran que todavía hay esperanzas -pocas- de que el gobierno nacional revea su decisión de suspender las clases.
“En otras oportunidades empezábamos con desacuerdos muy importantes, como ahora, pero tras muchas horas de diálogo llegábamos a un acuerdo. Esa es la lógica que se rompió. Pero el diálogo tiene la oportunidad de reconstruirse”, aseguró uno de los hombres de la mesa chica del gobierno porteño y destacó que la reunión entre Fernández y Rodríguez Larreta no fue simplemente una formalidad “para cumplir”.
Ante la consulta de Infobae, el mismo funcionario explicó que el principal problema es que la Casa Rosada analiza de forma diferente los datos epidemiológicos porque “mira el AMBA en su conjunto” y no contempla sus distinta realidades. Un claro ejemplo es la polémica en torno al peligro de contagio y a la cantidad de personas que utilizan el transporte público para ir a la escuela.
En el gobierno porteño entienden que, al igual que pasó con la quita de recursos de la coparticipación, Alberto Fernández “subió al ring” a Rodríguez Larreta en un contexto favorable para el alcalde porteño.
Sin embargo, una probable demora de la Justicia y el duro discurso posterior de Alberto Fernández dejan a la Ciudad ante un dilema: salir a controlar e implementar un decreto con el que no están de acuerdo, o adoptar una postura más flexible. La segunda opción le ganaría las simpatías de una porción importante de la sociedad -que está en contra del toque de queda y de cerrar las escuelas- pero podría volverse en contra si los contagios se desmadran.
Al mismo tiempo, una evidente falta de control podría abrir las puertas para una intervención más importante de las fuerzas federales de seguridad, como la Gendarmería. “Eso nos llevaría a un terreno muy peligroso”, opinó otro de los hombres de confianza de Rodríguez Larreta.
Según explicaron a este medio, el jefe de Gobierno “siempre tuvo un perfil muy a favor de la institucionalidad y de respeto de las normas”. Descartan que encabece una rebelión como pretende el ala dura de la oposición. Especialmente en un contexto de agravamiento de los contagios, entienden que “no hay que sumar una incertidumbre más”.
“Hay un marco institucional para los desacuerdos, que es la Justicia. No hay que poner a los chicos en medio de una pelea de grandes. No hay otro camino que respetar la ley”, aclararon.
Mientras tanto, los más pesimistas en el gobierno porteño no descartan que el lunes se multipliquen los conflictos con los padres frente a las escuelas y con los comerciantes que se resistan a acatar el toque de queda de las 20 horas. Ese sería el escenario más incómodo para Horacio Rodríguez Larreta, que incluso deberá contener a los “halcones” de su propio espacio político.
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