Hay optimismo. Moderado, contenido, pero optimismo al fin. En tres semanas el Gobierno se imagina en un contexto sanitario mejor al actual. Aún con indicadores epidemiológicos difíciles de domar, pero con tres millones de vacunas puestas en los brazos de los argentinos. Son 21 días. En tiempo de pandemia es una eternidad. La realidad puede modificarse. Una, dos, tres veces. Tal vez más.
En la Casa Rosada saben que más allá de los pronósticos lo que sobreviene es pura incertidumbre. El crecimiento de los casos de coronavirus no tiene un pico determinando. En algunas oficinas gubernamentales asumen que en pocos días los contagios podrían pasar la barrera de los 30.000. Si se cumple, el tiempo pasado habrá sido mejor.
Pero la gravedad del escenario sanitario tiene su costado relativo. En el Gobierno no tienen señales claras de que el sistema de salud vaya a colapsar en las dos semanas siguientes, el tiempo clave para que las medidas funcionen. Aún con un fuerte aumento de los contagios.
Entonces, ¿por qué si los contagios aumentan el sistema sanitario no correría riesgo de colapso? Porque, según calculan en el oficialismo, las 5 millones de vacunas aplicadas en los grupos de riesgo ya están haciendo efecto. La mayoría de ellas colocadas a gente mayor y personal sanitario. Los de mayor riesgo de contagio. Personas que difícilmente utilicen el sistema de salud por el Covid-19.
Hasta el momento fueron aplicadas 2.563.481 dosis en mayores de 60 años. La carrera contrarreloj que comenzó el Gobierno tiene a ese grupo de riesgo en el centro de la escena.
A esas vacunas aplicadas se le suman las medidas restrictivas, el impacto de la comunicación oficial de las últimas semanas y el aumento de casos de coronavirus que empezaron a perforar la apatía de la sociedad por el cuidado personal y comunitario. Además, en esta segunda ola hay una gran cantidad de contagiados que son menores de 40 años y que logran pasar la enfermedad sin internaciones.
El Gobierno necesita que la sociedad comprenda la gravedad de lo que está sucediendo. Que se autocontrole. Que deje atrás la flexibilidad que había adquirido la vida cotidiana hasta el último jueves. Esa vida ahora ya no existe, como tampoco existe la que los argentinos tuvieron en el 2020 inmersos en una extensa cuarentena. Esta vida, la actual, la que empezó el viernes, quizás dure más tiempo que las tres semanas del DNU presidencial.
La segunda ola de Covid-19 no terminará el 30 de abril. Por lo que lo más probable, según razonan en la Casa Rosada, es que las medidas tengan que continuar más allá de esa frontera. No lo pueden confirmar porque desconocen el efecto del paquete de medidas. Pero saben que el primer día de mayo no pueden bajar todas las medidas impuestas en los últimos diez días.
Si para ese entonces las medidas surten efecto y la curva de contagios se plancha, entonces seguirán, probablemente, medidas cada vez más focalizadas sobre las ciudades donde el sistema sanitario corra riesgo y donde la circulación del virus mantenga una velocidad implacable. También pequeñas flexibilizaciones en las actividades culturales y deportivas que se vieron afectadas por el decreto.
En esta nueva etapa de la pandemia el Gobierno tiene algunas ventajas respecto a la logística. El sistema sanitario fue robustecido con camas UTI y respiradores durante el inicio de la pandemia. El año pasado las camas de Terapia Intensiva pasaron de 8521 a 12.501. El incremento fue del 47%. Además, los médicos ya cuentan con un tratamiento más sistematizado que el que existía en el inicio del 2020. Noticias positivas. De las que no sobran.
Otra ventaja es que los comandantes de la gestión política tienen más en claro cuándo es necesario ajustar las medidas restrictivas y cuál es el margen de acción que tienen sobre la voluntad de la sociedad. En la primera mitad del año pasado la pandemia se había convertido en un pantano desconocido y extremadamente peligroso.
Un año después el Gobierno ya sabe que la cuarentena eterna no es una solución. Mucho menos aplicada sobre una economía destruida. Si los datos epidemiológicos complican el sistema sanitario, Fernández tendrá por delante una tarea aún más difícil que la del último año: hacer equilibrio entre las muertes por coronavirus y las vidas sepultadas bajo las ruinas de la economía argentina.
Para el tiempo que viene el Gobierno tiene tres ejes claves que marcarán el pulso de la gestión sanitaria: el impacto de las medidas restrictivas, el control del cumplimiento efectivo de esas medidas y el autocontrol de la sociedad, y la aceleración del operativo de vacunación.
Si las medidas tomadas la última semana surten efecto o no, lo sabrán antes de que termine abril. En gran medida, el resultado depende del control que ejerza el Estado. Esa tarea está en manos de los gobernadores e intendentes, a quienes desde la Casa Rosada les delegaron la responsabilidad de hacerlas cumplir.
El tercer eje es la verdadera clave. El Gobierno pone todas sus fichas en el operativo de vacunación. En las tres semanas siguientes estiman vacunar a 3 millones de personas. En un mes completo, podrían vacunar a 4 millones. A toda velocidad. Colocando un promedio de 180.000 vacunas por día en todo el país.
El miércoles 7 de abril se computó el día récord respecto a la vacunación. Se inocularon 199.395 personas en una sola jornada. La cantidad no se repite todos los días. Pero la capacidad operativa y logística a nivel nacional puede soportar ese ritmo.
Para que ese proyecto se cumpla son necesarias las vacunas. Según los datos del Ministerio de Salud, la Argentina cuenta con 7.266.500 vacunas en el país, de las cuales 4.956.023 ya fueron aplicadas. Con ese remante se dio inicio a esta nueva etapa de vacunación. Son cerca de dos millones de dosis.
En Balcarce 50 aguardan, para las próximas tres semanas, por la llegada de un avión desde China con un millón de dosis de Sinopharm, 580 mil de las Covishield, que provienen de la India, y 900 mil de Astrazeneca. También tienen previsto que lleguen vuelos de Rusia, pero no saben cuántos ni con que caudal de dosis.
Esas cuentas son las que le permiten al Gobierno apoyar la estrategia sanitaria en la aceleración del plan de vacunación. Sería también el inicio de una cadena de envíos que, según estiman, rondaría los 4 millones de dosis por mes entre todos los contratos firmados que tiene la Argentina.
Si el ritmo de vacunación es el que está estipulado, el Gobierno podrá vacunar a todos los grupos de riesgo antes del 21 de junio, día en que comienza el invierno, o en una fecha aproximada. Según el relevamiento que hizo la cartera sanitaria antes de comenzar el plan de vacunación, en Argentina hay un total de 14.492.299 millones de personas que forman parte de los grupos de riesgo. Ese total podría terminar de ser inmunizado en los próximos tres meses.
En los últimos días de abril el gobierno de Alberto Fernández hará una evaluación sobre los resultados de la conjugación entre las medidas, la vacunación y la capacidad del sistema sanitario. Lo probable, asumen puertas adentro de la Casa Rosada, es que se ajusten algunas medidas; que la mayoría de las que se implementaron, sigan; y que se mantenga el ritmo de vacunación.
Tendrán que evaluar el nuevo escenario social y sanitario a fin de mes. “La gestión de la pandemia es dinámica”, suelen decir en los pasillos de la Casa Rosada.
Ante un escenario de nuevas restricciones a la circulación, en el Gobierno descreen que la gente no acate las medidas. “La mayoría las va a cumplir. El 70% de la gente acata. La gente se quiere vacunar y entiende el contexto”, reconoció un dirigente cercano al Presidente.
En consecuencia, descartan que se ponga en juego la autoridad de Alberto Fernández frente a una sociedad que arrastra el cansancio de la cuarentena y la necesidad de generar ingresos, más allá de los riesgos sanitarios, impresos en la piel.
En el entorno del Jefe de Estado hay una mirada positiva sobre la situación argentina en el contexto regional. Es inevitable la comparación con Uruguay, Brasil, Chile, Bolivia, Paraguay. Donde no hay mayores restricciones a las libertades individuales, hay una multiplicación de contagios desesperante o un operativo de vacunación con menos disponibilidad de dosis que las de Argentina.
En base a esa descripción consideran que las vacunas que pudieron obtener, las ayudas económicas dispuestas como el IFE o el ATP, y los resultados sanitarios que se lograron muestran que Argentina “no está tan mal” en un mundo que “quedó patas para arriba por la pandemia”.
Un importante funcionario del Gobierno lo puso en otras palabras: “Tenemos un auto modelo 60′ hecho torta. Destartalado. Los países de la región tienen, de mínima, un modelo 2010. Cuando abrís la puerta de Argentina y mirás a la región y hacia Europa, te das cuenta que no somos los peores. Estamos bien y vamos a estar mejor”. Optimismo puro.
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