Antonio Aracre no es un empresario convencional. No sólo porque desde hace largos diez años es el director general de Syngenta para Latinoamérica Sur, la compañía de insumos agropecuarios de origen suizo que fue adquirida por un grupo chino, o porque sus propuestas de índole social derivaron en un llamado de Alberto Fernández para integrarse al Consejo contra el Hambre. Tampoco porque se trate de uno de los pocos CEO de grandes empresas que reconoció públicamente que es gay.
Si no es convencional es porque, a diferencia de muchos de sus colegas, habla de todo. Aracre no elude definiciones sobre política y economía, puede elogiar y criticar sin temores tanto al Gobierno como a la oposición y es un militante antigrieta al que nadie podría acusar de estar en “la ancha avenida del medio” por comodidad ni conveniencia sino por su verdadera convicción de que los extremos y los fanatismos no conducen a ningún sitio que desemboque en el bienestar de la gente.
La semana pasada, el Presidente lo elogió en su cuenta de Twitter por una columna que publicó en Ámbito Financiero “en la que reflexiona sobre el lugar al que abandonamos a niños y niñas y exhibe nuestras incapacidades para actuar como una comunidad unida y responsable”. “No tendremos destino como Nación si no recuperamos el valor de la solidaridad”, dijo allí Aracre.
En la entrevista con Infobae, el directivo de Syngenta habla de los riesgos de postergar el acuerdo con el FMI, la relación entre Cristina Kirchner y Alberto Fernández, la oposición, la grieta, la reforma judicial que quiere el Gobierno, el hambre en la Argentina, la cuestión tributaria, el papel del campo y la actitud de sus colegas del mundo empresarial.
-¿Cómo ve la situación del país, en general? ¿Está preocupado? ¿Es optimista?
-Hace dos meses publiqué un tuit que tuvo una viralización muy grande porque justo estaba reduciéndose el efecto de la pandemia y se veía un repunte muy interesante de la economía, sobre todo en algunos sectores. Una de las características que deja la pandemia en materia de achatamiento o recuperación es que no es trasversal en todos los sectores de la economía, pero, haciendo un trazado de los sectores más importantes, se veía que el rebote que podía darse en el 2021 podía llegar a ser algo importante. Y me pareció algo tan esperanzador que escribí que veía un 2021 con recuperación económica cercana al 10%, motivada por un acuerdo temprano con el Fondo Monetario, que podría generar una confianza y una diseminación del crédito, que es fundamental en la Argentina. Y agregué que una de las cosas que podría detener eso era si la pandemia nos jugaba una mala pasada y teníamos que volver a encerrarnos o no llegábamos a vacunar lo suficiente.
-Que es lo que está sucediendo...
-Pasaron dos meses y la pandemia nos puede llegar a jugar alguna nueva mala pasada y no daría la sensación de que las vacunas lleguen a eliminarnos el riesgo antes de escale la segunda ola. Por otro lado, esa confianza que tenía de que el ministro de Economía pudiera acelerar una renegociación con el Fondo Monetario la miro hoy con un poco más de escepticismo. No tanto por la cuestión económica sino más que nada por el ruido político. Y me da un poco de pena porque tenemos vencimientos con el Club de París y con el Fondo Monetario Internacional que, si bien se podrían soslayar por estos incrementos de capitalización que el mismo Fondo haría, no es lo mismo usar esos fondos frescos para repagar una deuda con el FMI que usarlos para hacer crecer la economía. Este año, una de las grandes restricciones que tiene la Argentina para poder crecer, fuera de la pandemia, es la cantidad de dólares de la que dispone para poder hacerlo. Porque hay una proporción importante de la economía que se mueve en función de lo que podés importar para terminar de procesar, comercializar y reexportar en algunos casos en la Argentina. Si tenés una limitación ahí es posible que puedas crecer un poco menos del potencial máximo que tendrías para hacerlo. Y poder usar esos dólares para crecer o usarlos para pagar al Fondo Monetario, insisto, evidentemente no es lo mismo.
-Cuando usted habla de ruidos políticos me suena a la posición tan dura de Cristina Kirchner sobre la deuda y el giro de Alberto Fernández, que pasó de asegurar que hay que honrar las dudas a sostener que es impagable. ¿A qué atribuye esa postura de endurecimiento ante el Fondo? ¿Es para la tribuna porque hay elecciones?
-Hay diferencias ideológicas, sectores con distinta ideología o distinta visión de la economía o de la geopolítica dentro del Frente de Todos, y también existen dentro de Juntos por el Cambio. No piensa de la misma manera Rodríguez Larreta que Patricia Bullrich en determinadas cosas, y eso me parece normal. A veces uno se espanta de esas discusiones que se producen de manera pública dentro de las coaliciones políticas. Pero en las corporaciones también existen diferentes formas de aproximarse a un determinado tema e incluso muchas veces el CEO de una compañía no piensa de la misma manera o no proviene del mismo sector político dentro de una corporación que el chairman, que el que representa a los accionistas. Y hay una cierta tensión entre el management, CEO, y los accionistas o el chairman. La diferencia es que hay mecanismos de resolución coherentes de esas tensiones y que están establecidos y formalizados. Pero eso no significa que no haya discusiones y que muchas veces esas discusiones no sean lo suficientemente públicas para generar desconciertos momentáneos.
-Esos mecanismos no están claros en el Gobierno.
-Esos mecanismos no están claros en la política. Me da la sensación de que la política en la Argentina tiene dificultades para sentarse en una mesa, decir “yo pienso así”, “yo pienso asá”, “ya expusimos todo esto, ahora tenemos que ponernos de acuerdo”. Soy fanático de la serie Borgen y es eso: en las democracias parlamentarias vos tenés a los verdes, a los de derecha, a los liberales, a los moderados, se juntan, discuten y después dicen: “Bueno, tenemos que buscar una solución”. Eso es lo que no tenemos acá. Parece que siempre tiene que haber alguien que prevalece, alguien que empuja, alguien que descalifica al otro.
-Sí, igual también es raro que una vicepresidenta de una empresa maneje la línea de la compañía, ¿no?
-Se dieron las cosas así. Más allá de lo raro porque ella es vicepresidenta, y está por debajo del Presidente, todos sabemos que hay una fuerza que representa, que es la líder del kirchnerismo y que aporta una parte importante de los votos. Ahora, no todos los votos. Son los votos necesarios para lograr una primera minoría importante, pero ese 48% que logró Alberto Fernández también vino acompañado de un sector moderado que estaba enamorado de la posibilidad de que emergiera ese líder conciliador, que se ponía por encima de la grieta y que era capaz de hacer algo que los argentinos habíamos perdido en los últimos años y que es encontrar algún tema que nos hermane, que nos una trasversalmente por encima de la grieta.
-El hecho es que Cristina Kirchner impone la línea del Gobierno y Alberto adhiere.
-Está claro que hay una tensión allí y que Cristina se posiciona como la líder dentro del Frente de Todos que representa el mayor caudal de los votos. Después también tenés a un Massa que representa una línea más pro economía, pro empresa, más vinculado a una derecha dentro del Frente. Y después lo tenés a Alberto, que es el moderado, el que, como decía Steve Jobs, puede juntar todos los puntos y hacer algo más grande o más importante de eso y que durante bastante tiempo, sobre todo en la campaña electoral y, en particular, en el comienzo de la pandemia, logró plasmarlo. En los últimos meses vemos algunos con cierta desolación que parecería que ese equilibrio se estuviera… (hace un silencio).
-¿A qué responde la impronta tan fuerte que tiene la vicepresidenta en el Gobierno?
-A los que no somos parte de uno ni de otro lado, sino que observamos la realidad política, nos cuesta entender cuál es el objetivo, incluso electoral, de esa movida. Porque está claro que cada uno de los dos sectores políticos en Argentina tiene un núcleo relativamente importante y fiel de votantes, que puede ser un poco mayor en el caso del kirchnerismo, tal vez cercano al 30%, y en el caso de Cambiemos, de entre el 20 y el 25%, pero sabemos que con eso nadie puede ganar las elecciones.
-Parece que tanto el oficialismo como la oposición han resignado esa conquista del electorado moderado.
-La duda es si va a emerger de acá a octubre un mensaje más conciliador por el lado de Cambiemos. Y en el Frente de Todos, ¿han resignado dejar entrever que adentro hay una persona que tiene la lapicera y que se manifiesta como un moderado, como alguien al que le gusta unir antes que separar? Esa es la duda. ¿Habrá algún cambio hasta octubre? Parece difícil que ocurra.
-El sesgo que impone Cristina Kirchner implica un condicionamiento a la política económica mientras el ministro de Economía se esfuerza en acordar con el FMI y dar otras señales al mundo económico.
-Se me dificulta entender la lógica de eso porque el núcleo duro te acompaña hagas lo que hagas. Entonces, ¿para qué endurecerse con el Fondo Monetario si lo que se necesita es utilizar la mayor cantidad de fondos frescos para hacer crecer la economía? Con ese crecimiento económico voy a tener mejores resultados electorales. ¿Para qué endurecer el discurso político si eso ahuyenta un 15% de votantes que no quieren ver dureza ni violencia sino un espíritu conciliador? ¿Cuál es el objetivo electoral más que fidelizar un núcleo duro que ya está fidelizado?
-¿Y cuál es la respuesta?
-Se me queman los papeles. He tenido oportunidad de hablar con ministros y con el Presidente en los últimos meses y siempre entendía que esa lógica iba a prevalecer. No sé qué es lo que está pasando en los últimos meses, pero no le encuentro una lógica electoral. Al no ser presidenciales, las próximas elecciones tienen una lógica diferente, pero los dos partidos necesitan crecer.
-¿Cuáles serían los riesgos de postegar el acuerdo con el Fondo para después de las elecciones?
-El riesgo es aletargar el crecimiento del 2021, que sigue siendo poco funcional al proceso electoral de este año. La pandemia, y cómo resolverla, tiene un peso específico y no lo vamos a subestimar, pero dejando eso de lado, el poder utilizar los fondos que llegan ahora del FMI para dinamizar el crecimiento económico, la obra pública, las importaciones necesarias para el crecimiento productivo, tiene un efecto en el PBI muy diferente a utilizar esos fondos frescos para repagar compromisos ineludibles con el Club de París o el mismo Fondo. Entonces es resignar crecimiento a cambio de un endurecimiento discursivo poco conducente.
-El FMI es la bandera ideológica predilecta para hacer política. ¿Es legítimo demonizarlo?
-Creo que el Gobierno tiene un punto cuando analiza la conducta del Fondo Monetario durante la gestión gobierno de Mauricio Macri. Es decir, el desembolso gigantesco de un paquete multibillonario sin restricciones en el uso de esas divisas para intervenir en el mercado de cambios, por ejemplo, deja muchos puntos dudosos en cuanto a cuáles eran las verdaderas intenciones políticas de esa decisión del Fondo. Creer que el Fondo Monetario es solamente un organismo financiero internacional y que no interviene políticamente en las decisiones de los países también me parece un poco ingenuo. Tal vez por ser empresario tengo una mirada bastante pragmática: supongamos que yo soy nuevo aquí y me dicen “tenés que arreglar esto”. OK. Miro para atrás y veo el lío que alguien hizo, pero en un punto tengo que ver cuál es la mejor decisión de acá hacia adelante que puede acelerar la reconstrucción de estos escombros que tengo. La mejor decisión pragmática en la reconstrucción de estos escombros pasa por aprovechar de la mejor manera posible estos fondos frescos que están por venir. Si yo me enrollo demasiado en decir que 10 años es poco, que vayamos a 20 años y genero todo un conflicto, voy a estar embarrando un proceso que en este momento no ayuda a resolver el grave problema económico que tengo, que es sacar de la línea de pobreza casi a la mitad de los argentinos. Entonces, ¿hasta qué punto es funcional quedarme en ese discurso épico, que le encanta a un 20% o a un 30% de los argentinos, pero que no ayuda a la mitad de la gente pobre en la Argentina a poder ver que esa reactivación le sirve para conseguir una changa, un trabajo, o a empezar a quedarse adentro del sistema cuando se había quedado afuera?
-Muchas variables económicas están pisadas hasta las elecciones, pero parece una olla a presión. El acuerdo con el FMI, pendiente. El dólar, planchado. Las tarifas, contenidas. ¿Qué puede pasar el día después de votar?
-El Presidente dio una señal que me pareció muy oportuna y adecuada apoyándolo al ministro de Economía en el sentido de que las tarifas no podían crecer un 500% como estaba previsto en los acuerdos anteriores, pero que podrían crecer al 70% u 80% de lo que suban los salarios en promedio. Si los salarios van a crecer en el orden del 30% o el 35% este año, todo el mundo habla de que las paritarias cerrarían entre la inflación y un poco más que la inflación. Tal vez un 26% o un 27% de aumento en las tarifas le quitaría una presión importante a la cuestión fiscal presupuestaria y le devuelve un poco de esperanza en el retorno de la inversión a las empresas que están vinculadas a la energía y a los servicios públicos. Ahí vemos un discurso moderado, adecuado, que no se desbanda ni para el lado de los que dicen hay que liberar el precio de las tarifas pase lo que pase ni los que dicen que no puede aumentar más de un dígito porque hay elecciones. Si después eso se va a plasmar concretamente, lo vamos a ver.
-¿Cuál es su opinión sobre los cambios en la Justicia que quiere introducir el Gobierno. ¿Influyen en los negocios?
-Influyen, pero bastante menos del lugar que le da la agenda mediática. Por supuesto “setea” un tono de cuál es la seguridad jurídica en el país. Pero estoy bastante confiado en el equilibrio de poderes y en que el Poder Judicial es independiente y tampoco se va a dejar pisotear por cualquier afrenta que venga de otro poder. Puede haber una tensión de poderes: el Poder Ejecutivo puede querer hacer esto o aquello, pero también necesita para muchas de esas cosas un Poder Legislativo lo suficientemente mayoritario para ejecutar algunas cuestiones, y eso hoy no existe. Y con miras a las elecciones, si el discurso se endurece tampoco sé si eso va a ser funcional a conseguir una presencia mayor en el Congreso que permita llevar adelante esos temas. Con lo cual el Poder Judicial también tiene sus mecanismos de autodefensa y preservación. No estoy demasiado preocupado por eso. Los medios sobredimensionan bastante el interés de la gente sobre esas cuestiones. No digo que no sean importantes, pero en algunos pareciera que es el único tema que existe porque el 80% de la programación se basa en eso.
-Igual, da la sensación de que el Gobierno ha hecho más esfuerzos en los últimos tiempos para intentar hacer cambios en el Poder Judicial que para luchar contra el hambre.
-Es verdad.
-¿Los medios, en realidad, no reflejan la obsesión de una agenda oficial dominada por la reforma judicial?
-Ese puede ser otro error del Gobierno, y los errores se pagan electoralmente. Si vos detectás que la gente tiene una agenda de preocupaciones que no coinciden con la tuya, lo más probable es que eso tenga una consecuencia electoral. Por lo tanto, también puede ser que no están queriendo ver cuál es la real preocupación de la gente o que eso se capitalice en otro lado. De todos modos, para los ciudadanos de a pie se ha puesto como muy difícil. Es imposible lograr una visión de objetividad: la realidad puede ser lo más nefasto del mundo o algo perfecto. No quiero escuchar ni de un lado ni del otro. Sólo informarme.
-Usted se ha opuesto públicamente a la grieta. Todos elogiamos el estilo político de los países europeos, pero en el día a día nos embarramos hasta la cabeza y queremos destruir al otro. ¿Cuál es el sentido de esa división permanente?
-Tal vez necesitemos una transformación cultural y que venga de la mano de algún líder político nuevo, un outsider, alguien que no esté demasiado contaminado por el proceso actual, que nos vaya enamorando gradualmente y convoque a una patria trasversal que, sin resignar valores, que pueden ser más progresistas o más liberales, te envuelva bajo el manto de una bandera.
-De todas formas, me parece que no hay una dirigencia de probeta, sino que la clase dirigente es reflejo de la sociedad y la demanda social en algunos sectores es ir a los extremos, sin términos medios.
-Sí, pero no deja de ser un fenómeno global. El mundo se ha vuelto una aldea menos vivible. Vimos, por ejemplo, lo que pasaba con Trump y Biden en Estados Unidos y también había una grieta ahí, bastante marcada en un país que tiene un nivel de desarrollo bastante más alto. O lo que pasó en su momento, y sigue pasando, con Bolsonaro en Brasil. En su momento dividió a la sociedad de una manera bastante patológica. Tal vez Europa es un poco distinta, donde se ven líderes como Merkel o Macron que tratan de emerger sobre esa sociedad demasiado polarizada. Pero el tema de la polarización me da la sensación de que es un fenómeno que se está dando en el mundo quizás porque la gente está como muy desilusionada y abandonada. Cada vez más las personas se dan cuenta de que la posibilidad de conseguir un empleo se va achicando. De que sus hijos vivan igual o mejor que lo que vivieron sus padres es una posibilidad remota. De que el nivel de sustentabilidad en muchos de los procesos productivos, ambientales y demás se está poniendo en duda todo el tiempo. Entonces da la sensación de que no vamos hacia un mundo mucho mejor del que tenemos y en ese proceso necesitas aferrarte a dos o tres cosas que te den cierto grado de seguridad. Digamos, cuando uno ve históricamente cómo surgieron los fascismos en el mundo surgen justamente cuando la gente está como harta, desilusionada y enojada. No digo que esto sea un fascismo, lo digo como el fenómeno de fanatizarse por una ideología. Entonces, si aparece alguien que con algunos fundamentos razonables es capaz de enamorarte y de no prometerte pececitos de colores, pero sí que con esfuerzo pueda llevar a la mayoría a un lugar un poco mejor, creo que la gente rápidamente se va a encolumnar atrás de eso. Pero también hay que tener mucho cuidado con las desilusiones.
-Algunos creen que la grieta es sólo responsabilidad de Cristina Kirchner y de Mauricio Macri, que están contaminando la escena política y condicionan al resto de los sectores.
-Puede ser. De todos modos, no me imagino un 2023 en el que ninguno de los dos tenga un rol protagónico en la escena política. Da toda la sensación de que un Rodríguez Larreta o una María Eugenia Vidal van a tomar la posta para un futuro realista, el que tiene que ver con el Teorema de Baglini, que me acerco al poder y tengo que repensar qué tipo de alianzas tengo que tejer. En Frente de Todos tenés a un Massa con perspectivas. O Máximo (Kirchner) o Axel (Kicillof).
-¿A Máximo y a Axel los ve distintos de Cristina Kirchner?
-Tienen estilos diferentes. Tal vez ideológicamente no, pero me parece que tienen un estilo de hacer política menos confrontativo. En definitiva, la política es eso, ¿no?
-¿No confrontar?
-En algún punto confrontar ideas, pero no confrontar personas y después llegar a un acuerdo, hacer algo que permita tener aliados para poder concretar proyectos. Y me parece que la dificultad que tuvieron Cristina y Macri es ésa, la de no poder ampliar la base de sustentación para generar un tejido social más encolumnado atrás de un determinado proyecto que no sea hegemónico de una sola ideología sino que sea abarcativo de la mayor parte de los argentinos. Creo que ninguno de los dos lo logró, pero por limitaciones personales en la forma de hacer política. Rodríguez Larreta, María Eugenia, Máximo, Axel o Massa, aunque son muy distintos en lo que piensan, tienen una forma de dialogar y de hacer política bastante constructiva y funcional a una idea de nación. Porque lo que se perdió en los últimos años es esta idea de nación que nos encolumna a todos. Una nación necesita tener cuatro, cinco o seis cosas sobre las cuales todos estamos de acuerdo y sobre cómo las queremos hacer.
-¿Por ejemplo?
-Por ejemplo, lo que pasó con la chiquita M. Todos estuvimos llorando y espantados por lo que pasó. Tres días. Ahora, después de esos tres días la discusión de todo esto fue: “Che, lo que estamos haciendo por la primera infancia no alcanza”. Porque si una chiquita de 7 años vive en una carpa sucia, con una madre adicta que la expone a cualquier tipo de situaciones y el Estado no intervino en estos 7 años de ninguna manera, ni para darle abrigo, ni para asegurarse de que esté en la escuela, ni para institucionalizarla si la madre no estaba en condiciones de hacerlo, es porque ese Estado es ineficiente o no tiene los recursos para poder hacerlo. Ahora, por otro lado vos tenés gente que dice hay que eliminar impuestos: la Argentina no puede crecer si no pagamos. Hay que construir cárceles para que vivamos seguros todo el tiempo cuando vamos por la calle. O tener instituciones confiables y serias para chiquitas como M. Para todo eso se necesitan recursos. Si no nos ponemos de acuerdo sobre qué Estado queremos y cómo lo vamos a financiar va a ser muy difícil que seamos una nación.
-Entonces usted no es partidario de bajar impuestos.
-El sistema tributario actual no sirve. Asfixia en un montón de cosas al sistema productivo y por otro lado es ineficiente desde el punto de vista recaudatorio. Pero eso no significa decir a tontas y a locas bajemos los impuestos. No seamos hipócritas: cuando decimos que hay que bajar impuestos lo que estamos diciendo es dejemos más desamparadas a las chiquitas y chiquitos como M. Dejemos sueltos a los presos porque no hay más lugar en las cárceles y que nos afanen en la calle. Entonces hay que decir todo.
-¿Por qué el Gobierno sigue manteniendo una relación tensa con el campo?
-Hay pocos sectores en la Argentina que puedan representar este fenómeno: con qué nos podemos ilusionar para que la Argentina tenga un futuro que pueda cautivar a los jóvenes y evitar que se vayan a Australia o a cualquier otro lado. No digo que haya un solo sector, pero sí que hay un sector emblemático que tiene un pasado, un presente y un futuro de prosperidad. Porque la Argentina tiene una ventaja competitiva irrefutable en materia de producción de commodities, pero además porque tiene todo un potencial gigantesco y poco explorado por el lado de las ciencias del conocimiento, la cuestión digital, la biotecnología, y la producción de alimentos para que esta gran ventaja competitiva en commodities no se quede ahí, se industrialice y se multipliquen por diez o veinte las exportaciones, que es lo que Argentina necesita para que no se vea más restringida su capacidad de crecer en función de cuántos dólares tenemos en la caja. Ese sector es el nuestro. Entonces es importantísimo decir los temas donde no nos ponemos de acuerdo, pero también cuáles son los que sí podemos discutir sobre cómo queremos operar en los próximos diez años para que la Argentina termine de cumplir este sueño de gran país agroindustrializado en la producción de alimentos y atravesado por las ciencias del conocimiento. Bueno, eso es lo que venimos postergando y no debemos postergar más, porque hay toda una nación esperando proyectos como éste.
-¿Se posterga porque el Gobierno no termina de encarrilar la relación con el sector?
-Hay un intento muy bueno y que sigue funcionando que es el famoso Consejo Agroindustrial Argentino, donde se trató de encontrar interlocutores nuevos a los que siempre existían en una dinámica de confrontación. La problemática que se dio es que se decidió excluir todos los temas de la coyuntura y discutir todos los temas de largo plazo. Que no está mal, aunque dejar de lado todo lo que es coyuntura para discutir temas de largo plazo es un problema. El productor tiene un gran problema con las retenciones porque no gravan la ganancia sino tus ingresos. Y eso es profundamente injusto. Pero también hay otros problemas: el productor muchas veces es cuestionado en su propio pueblo, en su propia tierra, por contaminador, o no lo dejan operar. Entonces hay mucho para trabajar porque tenemos que proteger al sector que más impacto tiene en el Producto Bruto Interno y que más oportunidades puede generar en los próximos 20 años en la Argentina.
-Pero más allá del Consejo, ¿cómo está la relación con el Gobierno?
-No es mala. Está como un poco anestesiada como producto del precio de los commodities, que están en un valor excepcionalmente alto y entonces eso quitó un poco de la discusión algunas cuestiones vinculadas a las tensiones habituales que existen por la cuestión fiscal. Pero eso no significa que se estén discutiendo otros temas que son tremendamente importantes. Hace poco en el sector automotriz se firmó un acuerdo importantísimo sobre cómo se puede hacer para que el producto del crecimiento que ofrezca el sector en los próximos cinco años no se destine a una caja general de alimentación fiscal sino que vaya a la reinversión y al crecimiento del propio sector. Bueno, ¿por qué no hacemos algo así en el agro?
-¿Por qué no lo hacen?
-Bueno, yo se lo propuse al Presidente.
-¿Qué le dijo?
-Le gustó la idea. Ahora hay que encontrar el vehículo para hacerlo.
-Usted siempre mostró iniciativa en la lucha contra el hambre en la Argentina. Ha hecho autocrítica como empresario, presentó propuestas y forma parte del Consejo contra el Hambre que creó el Gobierno. ¿Por qué este Consejo no tiene un funcionamiento acorde a un país en donde la pobreza trepó al 42% y ya afecta a 19 millones de personas?
-Hay un par de razones, que sean buenas o malas es otra cuestión. Después de algunas reuniones presenciales que tuvimos, sobrevino la pandemia y ahí se cortó todo por varios meses. Después se retomaron algunas sesiones de manera virtual, que claramente no es lo mismo. El segundo factor que conspira contra la eficacia y la eficiencia de un Consejo que puede hacer una diferencia en este tema es el número de participantes. Cuando en una reunión presencial o virtual tenés 100 personas dando vueltas y tratando de opinar y de contribuir con las mejores intenciones, el tiempo que se dedica a esa interacción es directamente proporcional a la ineficacia y la inoperancia en ejecutar y en hacer cosas. En ese sentido, el Ministerio de Desarrollo Social optó por algo de mayor urgencia, pero de menor sostenibilidad y así surge la Tarjeta Alimentar, que dedica una cantidad de recursos importantísimos sobre todo a las mujeres con hijos. Pero se ha avanzado muy poco en otras cosas que algunos habíamos propuesto en su momento: cómo trabajar en la generación de cooperativas dentro de las barriadas del conurbano o de otras ciudades del país para enseñarle a la gente a organizarse, producir algunos productos primarios como puede ser el trigo o el maíz y procesar esos productos primarios en harinas, en pastas, en manufacturas. En eso no se pudo avanzar.
-Leí declaraciones en las que usted ha sido muy crítico del empresariado. Dijo que tiene mala imagen y que no ha hecho autocrítica. ¿Lo sigue sosteniendo? ¿A qué lo atribuye?
-Creo que los empresarios están formateados para otra cosa desde la formación académica en su temprana juventud. Lo veo en mí mismo. Y en sus primeros 10 o 15 años, hasta que alcanzan un rol predominante en el liderazgo de algún área o de alguna compañía, el foco está puesto en la academia económica, de negocios, comercial, de marketing, quizá algún aspecto del liderazgo y motivación, y después en los logros, en el crecimiento, en la participación de mercado. Pero el cómo se inserta esa corporación y su cabeza visible en la sociedad está como desaparecida. Lo que se observa en los últimos 5 años, sobre todo, es que cada vez más se objeta o se desafía si una compañía, además de dar tal cantidad de empleo o de generar tal cantidad de ganancias o de ventas, es más el valor que le genera al territorio donde opera o más lo que se lleva. Y en lo que se lleva hay una serie de costos donde se incluye lo ambiental, lo reputacional, etcétera. En este formato nuevo nos agarra a la mayoría de los CEO de las empresas con bastante mal aspecto, con poca preparación para hablar. Mis colegas no hablan, mayormente.
-¿Por qué?
-Claro, es que hablar es exponerse. Enfrentarse con el Gobierno, con el poder.
-Y con sus colegas también.
-Con tus colegas más que todo. A mí me han pegado porque suelo hablar demasiado, pero creo que la gente lo agradece. Por lo menos esa es la devolución que me viene. Incluso gente que muchas veces no está de acuerdo con uno o con la empresa o con lo que representás, que agradece el dar la cara. He tenido muchos debates, por ejemplo, con ambientalistas durísimos. Yo estoy en una empresa de agroquímicos y semillas transgénicas, así que…
-Está en la mira.
-Te podrás imaginar. Aunque siempre lo que obtuve es una devolución de muchísimo respeto en el sentido de decir “Mirá, no estoy de acuerdo en nada de lo que vos decís, pero yo respeto y valoro muchísimo que vos vengas y hables con nosotros porque nadie de los que están al lado tuyo lo hace”. No puedo pretender decir que soy el dueño de la verdad y lo que digo está bien y no ser capaz de poder sentarme a dialogar con alguien que piensa diferente. Si le pido a los políticos que se sienten en una mesa a discutir cuáles son los tres o cuatro puntos que van a hacer que la Argentina pueda salir adelante y tener un proyecto de nación y yo no lo hago dentro del humilde sector al que pertenezco, entonces tenemos un problema. Esto no es solamente de los políticos, los políticos emergen de una sociedad en la cual estamos los empresarios, los docentes, los políticos, las fuerzas de seguridad, y todos estamos “seteados” en un ambiente donde escuchar al otro es muy difícil.
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