Las restricciones frente al coronavirus llegaron finalmente en formato de DNU y luego de negociaciones -que no saldaron todas las cuentas- entre el Gobierno y los jefes de los principales distritos del país, de todos los colores. Pero la realidad se encargó de ilustrar casi como una chicana las contradicciones entre el discurso y los gestos del poder. El Presidente llamó a la responsabilidad de la sociedad, con frases que mezclaron advertencias y señalamiento de culpas ajenas. Unas horas antes, las crónicas de la pandemia habían sumado otro hecho insólito, provocador: la decisión -desandada luego por escandalosa- de suspender la vacunación en el estadio de La Plata porque a la noche jugaban River y Atlético Tucumán.
La decisión presidencial expuso de alguna manera el difícil tejido previo con gobernadores del PJ -desde el cordobés no alineado Juan Schiaretti al santafesino del PJ tradicional Omar Perotti- hasta opositores variados y de diferente relación con el gobierno nacional. No era sólo una pulseada entre Axel Kicillof y Horacio Rodríguez Larreta, colocados casi como polos -kirchnerismo duro contra opositor moderado- y con el Presidente puesto a mediar y buscar equilibrios. No fue eso lo que emergió con los anuncios desde Olivos.
En todo caso, las diferencias de criterio sobre la magnitud de las nuevas disposiciones expresan que también el tablero político se modificó bastante en comparación con los días de la cuarentena inicial. Ese cambio no tiene que ver de manera exclusiva con las elecciones que vienen -un tema lejano en medio de las angustias colectivas potenciadas en estas horas-, sino además con el reflejo político de las limitaciones que impone el agotamiento por la crisis económica y social. Supera el juego entre oficialismo y oposición.
Por supuesto, la resolución y el mensaje de Alberto Fernández tienen lectura hacia la interna y sobre el papel de los gobernadores, en especial pero no sólo peronistas. La difusión de reparos de jefes provinciales genera malestar porque emerge como un modo de eludir cargas frente a la sociedad. También hubo respuesta a Juntos por el Cambio, que un día antes había disparado sobre el Gobierno en medio de la jugada para postergar las PASO. Esas serían las pinceladas para un cuadro con público seguramente escaso.
El Presidente intentó recrear la imagen del Presidente de hace un año. Buscó colocarse por encima de la disputa política, a la que no es ajena. Pero el tema lo sustancial fue otro. Como expresión de un sustrato paternalista, utilizó un mensaje de tres ingredientes: sus advertencias previas que no habrían sido escuchadas, las culpas sociales por el incremento de contagios y la “amenaza” de mayores restricciones si no son cumplidas las reglas que estaba anunciando en Olivos. Ninguna responsabilidad de gestión por el cuadro actual.
Es llamativo el malestar que se busca exponer frente al aumento de contagios. Y sobre todo que como principal ejemplo de “malas conductas” hayan sido expuesto los días de Semana Santa. En rigor, después de haber sido expresado desde todos los ámbitos posibles que ese podría ser el último “recreo” ante de las nuevas y duras restricciones sociales.
El Presidente dijo que había advertido sobre la gravedad de la situación al imponer limitaciones a los viajes desde el exterior, en especial desde Brasil. Y sugirió que el mensaje no habría sido escuchado en toda su dimensión. “El relajamiento social continuó. Todos hemos vistos como durante la Semana Santa se repitieron fiestas y reuniones que contradijeron todos los protocolos”, dijo.
Ese es el contexto o la letra que acompañaron la decisión de restringir al máximo la circulación y la actividad nocturnas. El destinatario principal -tal como explicitaron otros, entre ellos y de manera frontal el ministro Daniel Gollán- es la franja de los jóvenes. Una jugada peligrosa: apuntar a los jóvenes coloca todo el problema fuera de las gestiones de gobierno y abre la puerta a una focalización de ese conjunto como objetivo de disciplinamiento social.
Los elementos que se suman son sencillos. Fotos de redadas en fiestas clandestinas, videos. Cifras vinculadas con niveles de letalidad y de internaciones relativamente bajos frente al número de contagios. Suficiente. El problema son los jóvenes.
Parece no existir consideración alguna sobre los registros de violencia institucional en el marco de la primera cuarentena. Las propias cifras oficiales expusieron un aumento significativo de casos en esa etapa. La mayoría de las víctimas, jóvenes. Las denuncias alcanzaron a buena parte de los distritos, comenzando por Buenos Aires, Formosa, Tucumán, Capital, Córdoba, Santiago del Estero, entre otras. Involucraron a policías provinciales y en algunos episodios, a fuerzas federales.
Es un riesgo enorme, además de una reducción intencionada del cuadro general, complejo y cruzado por marchas y contramarchas políticas. El Gobierno parece no registrar que hechos como la despedida a Maradona en medio de las restricciones de entonces o las vacunaciones de privilegio -no sólo el capítulo bautizado como Vacunatorio VIP- impactan en la confianza y lastiman el poder convocante que debería lograr cualquier plan para enfrentar el coronavirus. Eso también hace a la necesaria administración de las restricciones.
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