Dos números sacuden en estas horas al Gobierno. El registro de los contagios por coronavirus sigue en ascenso, aunque -más allá del uso en la demanda de cuidados colectivos- se trata de un cuadro complejo que requiere lectura diaria sobre niveles de positividad, índices de letalidad y estado del sistema sanitario por internaciones. El otro dato potente es la cifra de pobreza, que expone a mediano plazo un nuevo y elevado piso estructural y que, en la coyuntura, alerta dramáticamente sobre los estrechos márgenes para volver a las restricciones duras frente a la pandemia. La crisis recorre todos los terrenos. Son líneas que se cruzan y transforman en una mala caricatura las limitadas ideas de “acuerdo político” que se dejan circular en estas horas desde el poder.
El registro pobreza en la Argentina expone la ecuación entre ingresos y canasta básica –es decir, no contempla otros factores vinculados a la dura situación sanitaria, educativa, habitacional- pero aún en ese marco expresa que difícilmente la cifra del segundo semestre del 2020 pueda ser atribuida sólo a la coyuntura del coronavirus, sin contemplar cuestiones de fondo. Los 42 puntos porcentuales que cierran el año pasado representan 6,5 puntos más que la medición de igual período de 2019. Son casi tres millones más de personas por debajo de la línea de pobreza, con su expresión más aguda que es el 10,5% de indigencia.
Hubo alguna explicación desde el oficialismo que se diluyó rápidamente y que de algún modo distorsionaba o achicaba el cuadro. Por ejemplo: comparar el segundo semestre 2020 con un trimestre, el segundo del mismo año (abril, mayo y junio) que osciló en los 47 puntos. Fue el lapso más duro de la cuarentena. En rigor, si se comparan semestres como es convencional, se advierte un dato significativo: pasó del 40,9% del lapso enero-junio al 42% en julio-diciembre. Es decir que aumentó la pobreza en los meses que marcaron primero de hecho y luego por decreto una creciente flexibilización de las restricciones.
De hecho, según algunos expertos, el cuadro se agravó en la segunda parte del 2020 por la combinación de la escalada de precios, especialmente hacia fin de año, y la caída real de ingresos. Pero visto en mayor profundidad, parece claro que puede haber variaciones coyunturales, incluso de mediano plazo –como ha ocurrido de manera pronunciada en anteriores etapas- pero cada vez asoma más alto el piso, la pobreza estructural. No alcanza con los “brotes” que el Gobierno destaca desde hace meses en algunas actividades de la producción.
Los números que circulan son incluso más alarmantes si el foco es centrado en las franjas por edad y por región. Un cuadro de la consultora Econométrica expone el impacto entre chicos y jóvenes: en apenas cuatro años, pasó del 45,8% al 57,7 en menores de 14 años, y del 36 al 49,2 en los de 15 a 29 años. Otro dato potente: en el Gran buenos Aires el índice total trepó al 51 %.
El 42% de pobreza a nivel nacional es la última foto. La secuencia expone bastante más. Lo último: una aceleración de la crisis que es explicado en parte el cuadro restrictivo frente al cortonavirus como profundización de un proceso extenso. El registro más bajo de los últimos años fue el del segundo semestre de 2017, antes de que comenzará el giro de caída en la gestión de Mauricio Macri. Anotó 25,7%. Dicho de otra forma: de 11,3 millones de personas que entonces estaban bajo la línea de pobreza se pasó a 19 millones en la medición de la segunda mitad del año pasado.
Ese piso es significativo si se mira la secuencia de la pobreza y lo que asoma en el horizonte. Después de los picos alcanzados con las hiperinflaciones de 1989 y 1990 –rozó los 50 puntos-, la pobreza no bajó nunca más del 20%. El nuevo escalón llegó luego de la explosión del 2001, cuando el número más alto fue el 58%. Desde entonces, no descendió de los 25 puntos porcentuales según muestran las estadísticas oficiales y los estudios académicos o privados en el caso de los años de oscuridad del Indec.
No parece arriesgado suponer que tal vez el piso se esté consolidando ahora en torno del 30% o algo más. Ese es el signo más alarmante, porque marcaría una mayor y consolidada escala de pobreza estructural.
Vista de modo integral, la extensión de la pobreza expresa un real desafío por partida doble. En lo inmediato, el 42% expresa un margen estrecho para las medidas duras por el coronavirus, por su efecto demoledor en materia económica y social, y expone en parte los daños causados por la mala administración de las restricciones en la cuarentena. A más largo plazo, el piso creciente de pobreza estructural replantea el tema de los caminos de la economía para intentar una salida de la larga crisis.
El problema de fondo, más allá de la necesaria contención social –que incluye centralmente al Estado, pero lo trasciende con el accionar de organizaciones sociales de todo tipo y de las Iglesias-, es cómo generar un crecimiento sostenido que, sintetizan algunos economistas, en los principales renglones requiere inversiones productivas y duraderas: más que obras públicas, aporte privado local e inversión extranjera directa.
Ocurre, es sabido, que eso demandaría en primer lugar un presupuesto político. En otras palabras, consensos básicos, reales, en formato creíble de pacto político. Resulta bastante escasa la idea de acuerdos circunscriptos a necesidades puntuales de coyuntura, como la postergación de las PASO. Más insólito suena el planteo de un entendimiento para alterar los criterios del programa que se buscaría negociar con el FMI. La emergencia de la pobreza y las respuestas de mediano y largo plazo demandan más que el juego de estos días.
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