La Casa Blanca, el Departamento de Estado, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y el Buró Federal de Investigaciones (FBI) interactuaron con la cúpula de las Fuerzas Armadas antes del golpe de Estado que derrocó al gobierno de Isabel Martínez de Perón. Esos vínculos secretos eran informados por la burocracia diplomática de los Estados Unidos a Washington en épocas del presidente Gerald Ford y su secretario de Estado Henry Kissinger, que ya habían actuado con eficacia política y militar al momento de diseñar la caída de Salvador Allende en Chile.
La información reservada fluía sin pausa entre Buenos Aires y DC, y en los cables secretos ya desclasificados se exhibe de manera nítida el interés de los Estados Unidos respecto a la evolución del golpe de Estado. A Ford, Kissinger y Willian Colby, por entonces jefe de la CIA, solo les importaba el curso de acción que emprendía la cúpula militar. No hay juicio de valor, ni una instrucción política destinada a evitar el derrocamiento de Isabelita.
Robert Hill fue embajador de los Estados Unidos en la Argentina. Un halcón del Departamento de Estado, amigo de Richard Nixon y conocedor de la historia política y personal de Juan Domingo Perón: cuando el General estaba en exilado en España -ya acompañado por Isabel Martínez-, Hill llegó a Madrid como embajador para negociar en nombre del Pentágono la prórroga de las bases militares en la península y sostener al dictador Franco que ya estaba en pleno declive personal.
Hill conocía a Perón, y sabía de golpes de Estado. Informó a la Casa Blanca acerca de las intenciones de Jorge Rafael Videla, Emilio Eduardo Massera y Orlando Ramón Agosti, y cuando el derrocamiento de Isabel era un hecho casi consumado, se tomó un avión en Ezeiza y partió a Washington.
El cable secreto -ahora desclasificado- D7601020761, fechado en Buenos Aires a seis días del golpe de Estado, informa: “Viaje. El embajador Hill salió el miércoles 17, 1976″. Hill llegó intacto a DC, como asegura un cable posterior ya emitido por el Departamento de Estado con destinado a la embajada norteamericana en la Argentina.
Antes de abandonar Buenos Aires, Hill envió a Washington un cable secreto fechado a mediados de febrero de 1976 informando que una facción de las Fuerzas Armadas que preparaban el golpe de Estado pretendían mantener una reunión secreta con Henry Kissinger -era secretario de Estado de Gerald Ford- para lograr el reconocimiento de la Casa Blanca cuando Isabel Perón cayera derrocada.
El contacto de esta facción golpista se hizo llamar “Carnicero”, y su misión era lograr que un importante oficial de las Fuerzas Armadas se reuniera con Kissinger para explicar la situación política de la Argentina y obtener el reconocimiento diplomático de la Casa Blanca.
“Recomiendo fuertemente en contra de esa reunión (...) Tengo dudas si es una idea de los militares o de Carnicero para demostrar que está muy bien conectado. Creo que los militares deberían haber usado otros canales”, concluye Hill en su cable 01044 161946 Z, remitido sin demoras al secretario de Estado.
Hill conocía la historia de la Argentina, y antes de abandonar Buenos Aires desmanteló una operación política que involucró a Videla, Massera, Jorge Antonio, su hijo Héctor Antonio, un cubano exilado llamado Raymond Molina, los senadores republicanos Jesse Helms y James Thurmond y el general retirado Graham que trabajaba para la CIA.
Helms y Thurmond, dos halcones de Washington, Molina y el consejero de la CIA Graham llegaron a Buenos Aires y se reunieron con Hill en la embajada de Estados Unidos. Hill en su cable del 17 de marzo de 1976, - a pocas horas de regresar a DC- , explica que sus interlocutores estaban en contacto con Jorge Antonio, que se preparaba para volver a Buenos Aires -estaba en Madrid- y que esperaba convertirse en el sucesor de Isabel Perón.
Es decir: dos senadores republicanos, un general que trabajaba en la CIA y un exilado cubano le comentaban al embajador Hill que Jorge Antonio -un lobista amigo de Perón, con pasado nazi e incontables negocios oscuros- pretendía suceder a Isabelita en lugar de Videla. Y ellos, recién llegados de DC, querían saber si eso era posible en la compleja realidad de la Argentina antes del golpe de Estado.
Si Helms, Thurmond, Molina y Graham estaban en Buenos Aires, a pocos días de la caída de Isabel, su intención era avalar que Jorge Antonio reemplazara a la viuda de Perón, encabezara un gobierno de transición controlado por las Fuerzas Armadas y a continuación se convocará a elecciones presidenciales.
Antes de cerrar sus valijas, Hill dio su opinión sin eufemismos. “Contesté desde mi propia perspectiva que Jorge Antonio estaba completamente desacreditado en la Argentina”, y agregó que sería imposible coronar esa operación política sostenida por una delegación de Washington enviada por el establishment republicano.
De todas maneras, Hill aprovechó los contactos de un amigo en común y se encontró con el almirante Massera a tomar en un café. Massera explicó al embajador americano que Jorge Antonio era “bien conocido por sus casos de corrupción” y que los militares golpistas “no permitirían su regreso” a la Argentina.
Massera no sólo operaba contra Jorge Antonio, a quien conocía muy bien, sino que también demostraba ya su recelo hacia el general Videla. Es que el exiliado cubano Molina se encontró con el hijo de Jorge Antonio para desplegar una operación de marketing político que beneficiara a Videla cuando irrumpiera en Balcarce 50.
Al final, Hill, los senadores republicanos, el general de la CIA, y el exiliado cubano regresaron a Estados Unidos. Jorge Antonio se quedó en Madrid e Isabel Perón fue derrocada y encarcelada, como estaba previsto por los golpistas civiles y militares. Videla, Massera y Agosti asumieron el 24 de marzo de 1976. Ese día, la Argentina cambió para siempre.
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