Todo sería más fácil, en primer lugar para Alberto Fernández, si el giro en la política hacia el régimen de Venezuela se agotara de manera convincente en la letra de la explicación para abandonar el Grupo de Lima por su falta de resultados. Pero son varios los ingredientes que terminan de exponer su dimensión más profunda. El Gobierno no se compromete realmente -en rigor, lo evita- con otras instancias internacionales para buscar una salida a la dramática crisis venezolana. Caracas lo vive como oxígeno. Y además, el gesto aparece como una concesión al kirchnerismo duro, algo también de lectura ineludible en el plano internacional. Un costo por duplicado, fruto de una política externa con la lógica de la interna del poder.
El Presidente había cuestionado de entrada la participación argentina en el Grupo de Lima, que tuvo a Mauricio Macri como socio fundador y que se exponía como pieza directa de la estrategia de Washington, cuya continuidad increíblemente parecía no figurar en las más cercanas expectativas oficialistas frente a la instalación de la administración de Joe Biden. Pero el discurso de Alberto Fernández -y sus gestos, en los contactos iniciales con Francia, Alemania, España e Italia- buscaban presentar una línea diplomática diferente aunque crítica sobre la grave situación política y humanitaria de Venezuela -empezando por las denuncias de violaciones a los derechos humanos-, más cercana a Europa y menos vinculada al tablero de Estados Unidos.
El final de la participación en el Grupo de Lima fue explicado, centralmente, con críticas a las medidas internacionales impulsadas por este conjunto de países de la región que, se dijo, “no han conducido a nada”. Visto como resultado fáctico -como herencia de la etapa de Donald Trump y con algún interrogante sobre la renovada impronta que buscaría darle Biden-, el problema real debería ser en todo caso cuál sería el camino para impulsar y facilitar una real salida democrática para Venezuela.
No es lo que asoma como estrategia real o al menos como trazo de política exterior. El Presidente parecía optar por un ámbito más amplio y a la vez no alineado automáticamente con Washington. Pero no avanza seriamente en esa línea. Lo exponen los meses transcurridos desde que decidió sumarse al Grupo Internacional de Contacto para Venezuela, un conjunto de fuerte marca europea.
La Argentina se incorporó formalmente a ese grupo en agosto del año pasado. Se empujó entonces la explicación según la cual ese paso anticipaba la ruptura formal con el Grupo de Lima pero ratificaba el compromiso con la búsqueda de alguna forma de transición para garantizar elecciones transparentes y fin de persecuciones políticas en Venezuela.
Sin embargo, cuatro meses después, en diciembre, el Gobierno evitó firmar el comunicado del Grupo de Contacto que desconocía de hecho los resultados de las elecciones legislativas en Venezuela. Por entonces, se dejaba trascender que el Presidente analizaba acompañar esa posición y que finalmente no lo hizo para evitar tensiones con el círculo más cercano a Cristina Fernández de Kirchner. No fue una actitud aislada. Hace apenas tres semanas, Argentina tampoco suscribió la condena a la expulsión de la embajadora de la Unión Europea ante Caracas.
Esos hechos dejan sin sustento la letra argumental de la movida -fin del Grupo de Lima y posición activa en el Grupo de Contacto- que era presentada desde la Cancillería como una opción estratégica frente a Caracas, alejada del respaldo a Nicolás Maduro que impulsa sin vueltas el ala más dura del kirchnerismo. Ese es el espejo real. No se trata de un debate sobre la mejor política para impulsar una salida negociada en Venezuela.
La ruptura con el Grupo de Lima era una decisión apenas en suspenso -Argentina ya no compartía intercambios y menos pronunciamientos-, y lo de ayer fue el anuncio oficial. Con todo, es un dato político significativo. Y coincidencias de un día intenso, ocurrió casi en simultáneo con el discurso de CFK sobre la deuda con el FMI, en medio del viaje de Martín Guzmán a Estados Unidos. Asomó como otro síntoma de internas, con recientes capítulos en áreas sensibles: Justicia y Seguridad.
El gesto en el caso de Venezuela y el discurso sobre la deuda con el Fondo son, en un sentido, un mensaje de dos renglones destinados al frente interno. Afirman las posiciones del kirchnerismo duro, es decir, el peso de la ex presidente. Pero esa exposición sobre la centralidad del poder, ya expresada en anteriores entregas, tiene una proyección externa indisimulable y potenciada por la propia naturaleza de los temas en cuestión. Ese el alcance de un juego desgastante, agotador, que trasciende límites propios.
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