Todas las estructuras del oficialismo –empezando por el peronismo “territorial”, además de movimientos sociales aliados- venían trabajando para movilizar con todo al Congreso, el lunes, en respaldo del Gobierno. El acto institucional por el inicio de un nuevo ciclo legislativo iba a funcionar así como contramarcha o respuesta a la protesta gatillada por el vacunagate. Con un par de tuits, Alberto Fernández desactivó, al menos formalmente, la convocatoria oficialista. Pero no lo hizo como un gesto de moderación –o antigrieta-, sino como jugada en sentido inverso. Una chicana a la oposición y un poco creíble mensaje de responsabilidad sanitaria, deshilachada de manera repetida desde el poder, en sentido amplio.
Alberto Fernández siguió en directo las marchas en Plaza de Mayo y las principales ciudades del país, al punto desmedido –y repetido como un eco por Santiago Cafiero- de adjudicar la protesta a la oposición estructurada –Juntos por el Cambio, se entiende, por sus cargas sobre el macrismo en particular- y no a una especie de malestar inorgánico que incluye cuando no arrastra a parte de la oposición. Algo más complejo y tal vez más profundo. El Presidente puso el foco en las “bolsas mortuorias” colocadas frente a la Casa Rosada como patética simulación de los muertos por falta de vacunas aplicadas a todo tipo de “estratégicos” y amigos.
Por supuesto, el Gobierno buscó identificar esa imagen con el “odio” opositor. Un recurso propio no de las polémicas originales en las redes sociales, sino en rigor de su versión más elemental y enfermiza. Por supuesto, la contracara elegida era la patota que intentó impedir la protesta frente a la residencia de Olivos y sólo amplificó su dimensión. Ningún funcionario pareció advertirlo.
Ninguna de esas imágenes resume lo ocurrido. Y el recurso de la condena presidencial por Twitter mostró un ensayo que ni siquiera llega a estrategia de polarización. Más bien, una chicana en medio de un renovado intento de mostrarse como racional y estricto responsable de políticas de cuidado sanitario. Los propios gestos del Gobierno pusieron en crisis esa idea, que pareció exitosa en el primer tramo de la cuarentena con un compromiso y costo altísimo de la sociedad.
Otra vez, el recurso de la confrontación en blanco y negro, o binaria. Para reclamar que el peronismo no se movilice, el Presidente utilizó dos frases ilustrativas no de moderación desde el máximo escalón del poder político, sino de aliento a la disputa. La primera: “Sigamos dando el ejemplo”, dijo. Por supuesto, disparó el recuerdo de los grandes quiebres en la credibilidad de las restricciones frente al coronavirus, como la despedida a Maradona. La segunda: “Nosotros cuidemos al prójimo aunque otros no lo hagan”.
Expuso así el síntoma de los mecanismos que suelen dominar los microclimas de poder, como el imaginario de quedarse con determinadas banderas. En este caso, sería la bandera del Gobierno que “cuida” a la gente contra la oposición que “juega” con la salud de la sociedad.
Pero esa mirada cerrada generó o al menos expresó otro error, además de agrietar la política. Recurrió a una sobrevaloración de la capacidad de movilización de la oposición estructurada como fuerza política. Y asomó a la vez, aunque parezca contradictorio, una subvaloración sobre el impacto del vacunagate, que sólo parcialmente estaría expresando la protesta callejera. No hace falta recurrir a encuestas, que ya llegarán, y alcanza con el sentido común para percibir el malestar amplio por las vacunas de privilegio en toda su dimensión.
El propio Gobierno lo advierte y lo expone en una poca sólida y cambiante estrategia para intentar lo que se denomina control del daño. La caída del ministro de Salud y la decisión de bajar a dos legisladores vacunado del viaje presidencial a México fueron seguidas por un intento de minimizar el caso más notorio del vacunatorio VIP –no fue un delito, se dijo- y una descarga sobre jueces, fiscales, medios y la parte elegida de la oposición, es decir, Mauricio Macri.
Por supuesto, se trata de una batalla política cuyas estribaciones son inciertas: se verá si se constituye un quiebre o un episodio a diluir con el paso del tiempo. En lo inmediato, lo que viene es un nuevo capítulo del discurso presidencial. Será el lunes, ante una Asamblea Legislativa atípica. Una guía para el año electoral que está a la vista.
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