“Señor Presidente de la República Argentina, en nuestro querido Calafate, hoy honrado por vuestra presencia, le decimos, al son de nuestro cariño y nuestro afecto, por el honor de su visita, muchísimas gracias por haber venido a Calafate, acá está el pueblo de Santa Cruz, acompañando el proceso de transformación y cambio que la República Argentina debe llevar adelante”.
Con campera deportiva, el gobernador de Santa Cruz, Néstor Kirchner, no escatimaba elogios a un trajeado presidente Carlos Menem, a cuyo otro flanco estaba la esposa del gobernador, Cristina Fernández de Kirchner. Era diciembre de 1994 y allí estaba el presidente, el mismo que había derrotado la inflación atando el peso al dólar, visitando la entonces casi desconocida villa turística, que inauguraba aeropuerto.
Había una deuda de gratitud, que se contaba en centenares de millones de dólares de regalías petroleras, y Kirchner siguió con los elogios a ese “hombre del interior de la Argentina” y se esforzó por despejar rumores de desencuentros. Contra lo que con el que muchos creían, señaló el gobernador, “que porque nosotros levantábamos nuestra voz, como corresponde, pidiendo, buscando soluciones, que podía haber alguna diferencia en el consenso de transformar y cambiar la Argentina”. En cambio, había coincidencias de fondo. Por eso, siguió Kirchner, “hoy debemos reconocer que pocas veces, o casi diría con toda seguridad, que desde el paso de aquel gran General, no hubo un Presidente que haya escuchado tanto a la Patagonia, al sur y a Santa Cruz en particular”.
El aeropuerto, por entonces situado a un costado del casco urbano de El Calafate, no duraría mucho como tal. El crecimiento de la villa turística desbordó en pocos años la imprevisión urbanística e hizo necesario construir uno nuevo, a más de una decena de kilómetros. Aquella construcción inaugurada en presencia de Carlos Menem es hoy la terminal de Ómnibus de la ciudad. La provincia lo financió con una mínima fracción de los USD 654 millones que el gobierno de Kirchner había recibido en 1992 como compensación por “regalías mal liquidadas”, tras la privatización de YPF.
Como gobernador de Santa Cruz y presidente de la OFEPHI (Organización Federal de Estados Productores de Hidrocarburos), Kirchner había encabezado en septiembre de 1992 un fuerte lobby para lograr la privatización de YPF. En Diputados el miembro informante fue Oscar Parrilli, otro patagónico de inconfundible cepa kirchnerista. Para abrochar el acuerdo, Kirchner firmó con los entonces ministros de Economía, Domingo Cavallo, y de Interior, José Luis Manzano, un “acta-acuerdo” que le permitió cobrar aquellos USD 654 millones, origen de los llamados (y luego acrecidos) “fondos de Santa Cruz”.
En aquel discurso, el gobernador santacruceño agradeció a Menem por los “récord de producción petrolera, gracias a los más de mil pozos que se van a abrir”. Y a la gratitud hidrocarburífera se sumó la aduanera, porque Menem -recordó Néstor Kirchner- también había firmado para Santa Cruz “las ventajas comparativas más importantes de nuestra historia, la Zona Franca por exención, y nosotros estamos absolutamente agradecidos”.
A modo de cierre, Kirchner precisó: “Hoy, con las conquistas obtenidas, gracias a que un hombre federal, que sabe lo que es vivir en el interior del país, logró interpretar nuestros reclamos que a veces parecen cansadores pero son los reclamos de aquellos que vivimos tan lejos del poder central. Lo dejo con su pueblo, ¡muchas gracias, fuerza, afecto, solidaridad y encuentro espiritual cristiano de todos los santacruceños! ¡Gracias!”
El anti-noventismo y antiliberalismo del discurso kirchnerista son una construcción posterior, que enmascara una realidad muy diferente: desde el apoyo activo y entusiasta a la privatización de YPF hasta los estrechos lazos que el matrimonio Kirchner tejió con el ministro de Economía estrella de esa década, Domingo Cavallo.
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