El Senado, con mayoría oficialista e indicaciones precisas de Cristina Fernández de Kirchner, vuelve a la actividad en estas horas y ya expuso la decisión de avanzar con el pliego del nuevo embajador ante China, Sabino Vaca Narvaja. Esta semana, sin necesidad de ese trámite y por decreto, fue formalizada la designación del nuevo representante ante Rusia, Eduardo Zuain. En cambio, la diplomacia en Washington y –se destaca siempre en medios oficiales- también ante organismos internacionales de peso está a cargo de Jorge Argüello. Son perfiles bien distintos. Y refieren al juego de la interna oficialista, con alineamiento en el Senado o en Olivos. Es una parcelación que en muchos casos complica la gestión y que, en este terreno, configura un mensaje confuso al mundo.
Zuain está alineado sin vueltas con Cristina Fernández de Kirchner y va a ocupar la embajada en Moscú, considerada de especial interés por la ex presidente, de buena y cultivada relación con Vladimir Putin. Vaca Narvaja también cultiva la relación con CFK y se hará cargo de otro destino estratégico, luego de un increíble y dilatado conflicto doméstico –en medio de las conversaciones por las vacunas chinas contra el coronavirus- que derivó en la salida de Luis María Kreckler.
Hay algunas diferencias de matices. Zuain tiene explícitas posiciones en temas conflictivos para el Presidente. Por oficio, juega el juego de la diplomacia y la política doméstica, y lo hace ahora en la interna oficialista como antes lo hizo con Mauricio Macri. No confrontaría abiertamente en ningún tema, aunque son conocidas sus posiciones de respaldo al régimen venezolano, renglón en que la Cancillería busca una posición crítica. Está procesado en la causa por el memorándum con Irán, pero frente a aquel trato el Presidente fue girando de las acusaciones a la comprensión.
En el caso de Vaca Narvaja, se le reconoce su especialización en el rubro de las relaciones con China. La señal de Beijing frente a su ascenso fue de satisfacción. También se le reconoce que supo cultivar un buen vínculo con Alberto Fernández, aunque en el arranque de su gestión el Presidente se había inclinado por la experiencia de Kreckler. Vaca Narvaja de hecho su segundo. No funcionó el equilibrio.
También refiere a las decisiones de aquellos días la designación de Argüello como embajador en los Estados Unidos. Eran momentos en que aparecía en discusión la Cancillería. Argüello acompañó de entrada a Alberto Fernández. No se trata sólo de la condición de peronistas porteños. Dedicado de lleno a la política exterior –con fundación propia y escritos abundantes en esta materia, el último sobre la próxima cita del G20-, sonó por momentos para ministro de Relaciones Exteriores. Se dijo que finalmente Alberto Fernández optó por Felipe Solá, en cumplimiento de un compromiso personal. Otras versiones más ácidas hablaron de un virtual veto de CFK.
El problema, tal como quedó diagramado el esquema, es que se trata de política exterior y de las embajadas más significativas en un contexto que en parte logra explicar la caracterización como multipolar. Y que, en otra escala, demanda un trabajo complejo a nivel regional, algo que desde el Gobierno se deja trascender como un objetivo. Eso no resultaba claro cuando la definición de la estrategia parecía restringida a México, casi como un gesto que hacia el interior del oficialismo buscaba margen para marcar distancia de Venezuela sin confrontar abiertamente.
El dibujo asoma poco claro. La razonable apelación –nada novedosa- a la “relación madura” con los países de mayor peso –con especial referencia a Estados Unidos- nada tiene que ver con una asignación de destinos diplomáticos muy atada a la interna. Parece un juego de compensaciones, que suma incertidumbre a lo que se supone son objetivos primordiales de Olivos, empezando por la negociación con el FMI, las expectativas por el cambio de administración en Estados Unidos y el papel que buscaría desempeñar el Presidente en la región, también como interlocutor de Washington.
Es por lo menos curioso lo que ocurre y es un interrogante cómo se termina de decodificar fuera de nuestras fronteras. Fuentes oficiales destacaron durante todo el proceso electoral de Estados Unidos las expectativas por el cambio que podría significar el ascenso de Joe Biden. Apenas producido el triunfo electoral del candidato demócrata y antes de que asumiera el nuevo presidente, se buscó acelerar el vínculo con la nueva gestión, algo que debió ser contenido diplomáticamente.
Algunos gestos no fueron precisamente en la dirección de establecer una “relación de confianza”. Primero fue la conversación de Alberto Fernández con Biden que derivó en un relato de Solá desautorizado por el Gobierno. Después, el saludo por la asunción de Biden con recomendaciones sobre la nueva relación. Y en estos días, el frustrado amarre en Buenos Aires de una nave de la Guardia Costera de Estados Unidos. Esto último sería motivo de próximos cruces en la Comisión de Relaciones Exteriores de Diputados, que preside el oficialista Eduardo Valdés. Ya hubo un pedido de informes del vicepresidente de esa comisión, el radical Facundo Suárez Lastra.
No son ingredientes que pasen inadvertidos. En palabras de un analista de la diplomacia, tiene costo o por lo menos genera incertidumbre en la comunidad internacional. Y eso ocurre casi en simultáneo con la intención presidencial, que refleja su agenda, de ocupar un lugar regional destacado y sin cerrarse sobre posiciones supuestamente ideológicas. Contactos, visitas y mensajes: Uruguay, Chile, Brasil. No es tarea fácil, después de descalificaciones públicas y cruces.
La lógica del armado de una coalición o sociedad interna es compleja si no queda atada a un criterio unificado de conducción y estrategia políticas. De lo contrario, pueden generarse problemas de gestión o enojos, vistos como parte de las pulseadas domésticas, habituales. En el plano diplomático, desconciertan.
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