Una recorrida por una fábrica en San Martín con el intendente, un “picadito” con Matías Lammens en Barracas Juniors, una reunión publicitada con el gobernador de Chaco, una charla en la Universidad de Entre Ríos, hilos en sus redes sociales, una visita a Neuquén con el ministro del Interior Eduardo de Pedro, entrevistas televisivas, una recorrida por varias localidades de Entre Ríos junto a Wado de Pedro. El listado que antecede es un breve extracto del itinerario que el ministro de Economía Martín Guzmán sostuvo durante el último mes y, como era de esperar, llamó la atención puertas adentro.
En números concretos, la gestión Guzmán debe lidiar con una realidad cuanto menos impactante para este 2021 electoral que recién inicia. Con un logro anotado para consolidar su nombre con la renegociación de la deuda en manos privadas que incluyó quita de capital, el ministro logró que durante este año la Argentina no deba pagar a los bonistas mientras intenta cerrar un trato similar con el Fondo Monetario Internacional en un contexto global que empuja la cotización de la soja a niveles como no se veían desde hace siete años.
Así las cosas las intrigas surgen entre las distintas visiones de los consultores que va desde un pronóstico positivo en recuperación para este año que recién comienza y otros que ven un panorama distinto. En ambos lados del mostrador contemplan los mismos datos, pero difieren en la confianza hacia el gabinete económico: si podrán remontar o no el escenario de una inflación que se aceleró en los últimos meses mientras las tarifas continúan pisadas y no se mueven los pisos no imponibles en muchos tributos que afectan directamente a la clase media, el riesgo país arriba de los 1400 puntos, una devaluación acumulada del 100% en términos reales en un año, el déficit fiscal cercano al 9% anual y la gran incógnita de que se hará para contrarrestar la ampliación de la base monetaria producto de la pandemia.
Voces distintas
“No hay nada raro, Alberto pidió a los ministros que salgan a bancar la gestión”, sostiene un funcionario del Palacio de Hacienda y le resta importancia a cualquier cambio en los nombres de gestión económica.
Del otro lado de la calle Yrigoyen sostienen todo lo contrario. “La salida de (el director del Banco Central, Carlos) Hourbeigt fue mal interpretada por los medios”, afirmó un funcionario habitué del Patio de las Palmeras y explicó que la renuncia del funcionario del riñón de Roberto Lavagna “fue vista como un crecimiento de la influencia de Guzmán en el Central cuando es un cargo muy menor para alguien que era subsecretario de Finanzas de la Nación”, en referencia al reemplazante de Hourbeigt, Diego Bastourre. Esta versión choca con la que emana de Hacienda, donde afirman que Guzmán necesitaba alguien de su confianza en el directorio y Lavagna cedió creyendo que Hourbeigt volvería a la Comisión Nacional de Valores. Hourbeigt no aceptó.
El flamante vocal del directorio del Central estuvo en diciembre en Estados Unidos como parte del grupo que negocia con el Fondo Monetario Internacional el refinanciamiento de la deuda de la Argentina con el organismo y habría sido uno de los fusibles que se quemaron luego de trece meses de gestión. El cambio sobre la marcha se dio a pesar de que los nombres fuertes de la negociación son Sergio Chodos y el propio embajador argentino en Washington, Jorge Argüello. Para tranquilidad de las negociaciones, el flamante reemplazante de Bastourre, Leandro Toriano, ya estuvo en contacto con el FMI.
Sin embargo, esta semana se dio otro movimiento que pasó desapercibido a pesar del tamaño del cambio: el jefe de gabinete de asesores de Martín Guzmán, el economista Santiago Pérez Pons, también salió de la función nacional y se marchó a la provincia de Chaco. Allí, el joven de 27 años se hará cargo del ministerio de Planificación, Hacienda e Infraestructura.
Según el propio Pérez Pons, entre sus funciones en el plano nacional se encontraban “la administración presupuestaria y financiera de las políticas de ingresos y gasto público nacional” además de la “planificación y coordinación de los sistemas de Presupuesto, Tesorería y Contabilidad” y el “cálculo general de ingresos públicos, control de su ejecución y dimensión del impacto fiscal de las propuestas de reformas de política impositiva, aduanera y de recursos de la seguridad social”. Prácticamente todos los puntos sobre los que se basa el proyecto de reforma tributaria que Guzmán anunció en agosto de 2020. No era un cargo menor, evidentemente, para quien también fuera director de Planificación Estratégica de la gobernación de María Eugenia Vidal y asesor del ministerio de Desarrollo Económico del gobierno de Mauricio Macri. Pero partió hacia el interior.
Los heridos
El titular del Banco Central, Miguel Ángel Pesce, es un hombre de larga trayectoria política y muy cercano a Alberto Fernández. Desde las escaleras del edificio de la calle Reconquista sostuvieron que no están muy felices con el rumbo que ha adoptado Guzmán y agregaron que “tardó mucho en negociar la deuda”, en referencia a la reestructuración con los tenedores de bonos argentinos cerrada en 2020, y que el costo de ese resultado repercutió más que negativamente en la economía argentina por los meses de incertidumbre que devinieron en aumento de la cotización del dólar y el consecuente traslado a la inflación y a los costos de insumos para la producción. Sin embargo, es precisamente esa negociación la que hizo que Alberto Fernández pudiera mostrar otro logro político durante al año que recién finaliza.
Desde las plataformas sindicales tampoco están como para festejar. Los sectores más duros -básicamente, los sindicatos tradicionales peronistas- nunca se tomaron muy en serio a ningún ministro de Economía, y el caso de Guzmán no es la excepción. Difícilmente pueda vérselo mano a mano con los Gordos, quienes por lo bajo -todavía- culpan a la gestión económica del colapso de las obras sociales sindicales. De las paritarias por debajo de la inflación que muchos gremios aceptaron, prefieren no hablar.
Factor Lavagna
A fin de año, el ex ministro de Economía de Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner publicó una carta abierta en la que atacó la “creatividad fiscal” que genera más “desvíos”, apuntó al crecimiento del empleo público (“un millón en quince años”), pidió que el Estado achique su tamaño burocrático para reconciliarse con la gente y reclamó políticas que apunten a la generación de empleo privado. Por último, Lavagna afirmó que “los argentinos necesitamos una bocanada de aire fresco, de mayor libertad para movernos con creatividad; para ser productivos, no para buscar mañosamente rentas que se le extraen al Estado que debe ocuparse de educación, salud, de crear igualdad de oportunidades, seguridad, ciencia y tecnología”.
La carta de Lavagna no cayó bien en un contexto en el que la cotización de la soja vuelve a trepar a niveles pre-estancamiento económico. Y si alguien sabe de las bondades de la soja alta en un contexto de crisis es Lavagna. Quizá sea por eso que su misiva se paró sobre el tamaño del Estado: hoy es un Estado diez veces más grande que el de 2003. Con la soja se recupera en el corto plazo, pero no alcanza al mediano.
Preguntados por la gestión de Guzmán, referentes del espacio de Lavagna solo recordaron que en su libro “Trece meses cruciales en la historia argentina”, el ex ministro detalló que era tan cargada su agenda sobre los temas urgentes de la economía que no tenía tiempo para hacer política.
El factor Lavagna no impacta tanto en la gestión económica como en otras cuestiones: los tres diputados de su espacio son necesario para que se pueda sesionar y dar el debate en la cámara baja, algo que el oficialismo necesita para avanzar con la extraordinarias. Lavagna dio el visto bueno a las sesiones, aunque todavía no se sabe cómo votarán sus representantes.
De vuelta en la Rosada, ya son varias las voces que se preguntan si Guzmán quiere ser candidato. Pero como todos quieren jugar su propio juego, hay que remarcar que el pedido de Alberto Fernández de defender la gestión, en el caso de Guzmán incluye una provincia por semana. De hecho, la próxima visita del ministro será a Jorge Capitanich.
La tranquilidad de Martín Guzmán está marcada por diversos factores. El primero es que logró cerrar una negociación a la que se abocó desde el día que asumió. El segundo radica en que consiguió construir una buena relación con Cristina Kirchner y hoy no necesita solicitar un lugar en la agenda de la vicepresidenta para poder reunirse con ella. El tercer factor es que ha logrado trabar buenas relaciones con las máximas autoridades de La Cámpora. El último, y no menor, es que no tiene reemplazo para Alberto: le gusta.
Mientras tanto, Guzmán sonríe a la cámara para una nueva foto con algún gobernador en su despacho, o con algún intendente en una fábrica, o de paseo con funcionarios nacionales por localidades del Interior. En un contexto en el que se señalan a funcionarios que no funcionan y en el que las relaciones internas se tensan en un año electoral, ser uno de los pocos ministros que no se discuten en el frente de gobierno es para estar aliviado.
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