Axel Kicillof descalificó los cuestionamientos del oficialismo a los jóvenes, empezando por los de sello presidencial, frente a las cifras de contagios de coronavirus. Carla Vizzotti debió ser desairada por sus declaraciones adelantando un cambio fuerte en el zarandeado tema de las vacunaciones. Se trata del gobernador del principal distrito del país, alineado sin estaciones intermedias con Cristina Fernández de Kirchner. De la virtual viceministra de Salud, promovida por Olivos como doble comando para tratar de amortiguar los desarreglos de Ginés González García. Y del problema que combina las mayores angustias colectivas: la pandemia y la crisis agravada.
Son costos autoinfligidos. Lo advierten en algunos círculos del oficialismo con sensatez. Pero la cuestión de fondo es algo más que el daño que generaría en su propia imagen. Se trata del efecto final, que además podría tener impacto sanitario.
Las contradicciones e incertidumbre golpean sobre lo que el Gobierno entiende como pieza central de su restringida política en este terreno: alertar sobre la necesidad de mayores cuidados para llegar lo mejor posible a una etapa –mundial, antes que local– de provisión masiva de vacunas. Y amplifica incluso lo peor de esa línea, es decir, las advertencias y repartos de culpas, siempre ajenas. Erosiona la credibilidad y la autoridad en la materia.
La sucesión de contratiempos con motor propio desconcierta internamente, aumenta reparos en peronistas tradicionales que enhebran acercamientos y distancias con Olivos y hasta expone cierta perplejidad y límites entre referentes de la oposición, según admiten en Juntos por el Cambio, frente a un cuadro social delicado en pleno verano. En las últimas 24 horas, el propio Alberto Fernández buscó darle un corte rápido a las declaraciones de Vizzotti, y poco después llegaban las definiciones de Kicillof que desdecían todo lo dicho desde fines de diciembre sobre el principal “vector” de contagio en el discurso oficial: los jóvenes.
El problema con Vizzotti fue doble. Uno, especular públicamente con una estrategia que está en análisis en algunos países de Europa, y que aquí según convenga es tomado para imaginar cifras siderales de vacunación en tiempo récord. El segundo, suponiendo que eso tenga andamiaje en el caso de la Sputnik V, reproducir un hábito de elegir un medio para un anuncio que demandaría una conferencia de prensa, para desarmar interrogantes y despejar incertidumbres.
De golpe, la viceministra planteó un tema, el Presidente debió frenarlo y la funcionaria revirtió sus dichos. Queda para especialistas el debate sobre la posibilidad de masificar la vacunación con una primera dosis y postergar la segunda, teniendo en cuenta los casos de vacunas con dosis complementarias y las que son de una aplicación y un refuerzo. Las idas y vueltas que planteó en torno de la Sputnik V solo añadieron sombras.
Lo de Kicillof también genera varias lecturas, incluidas la especulación electoral sobre una franja social que un sector del kirchnerismo considera propio en buena medida. El gobernador negó que el “problema” de los contagios sean los jóvenes y prefirió cargar otra vez sobre los medios. Llamativo: sus declaraciones mostraron que muchos gestos del oficialismo son parte del problema. Antes, conductas propias del poder que quebraron la consideración y respeto social sobre las medidas del Gobierno. Ahora, en escala menor, la desautorización del discurso presidencial.
El eje puesto en los jóvenes asomó prejuicioso y parcial, además de exponer un camino para buscar culpables. Eso por supuesto fue rechazado por fuentes oficialistas. La explicación, en cambio, buscó ser exclusivamente sanitaria, despojada de cualquier otra consideración. Es decir, una exhortación a los jóvenes en el supuesto de haberse transformado -como franja etaria con conducta uniforme- en el principal motor de contagios.
Si eso fuera así, Kicillof acaba de poner en crisis el criterio de la estrategia sanitaria frente a las nuevas cifras de contagios. Hace apenas diez días, el Presidente había colocado de manera expresa el foco en los jóvenes: “Son los que más se descuidan”, dijo. Y agregó a la despreocupación por ellos mismos, indolencia moral y colectiva, al señalar que complican mucho a los sectores de mayor riesgo por edad. Después, Sergio Berni dio un giro increíble y forzó un espejo con los jóvenes que fueron a la guerra por las Malvinas.
El gobernador fue tajante. “Es mentira que el problema son los jóvenes”, dijo después de un nuevo encuentro con intendentes de localidades de la Costa Atlántica. No evitó el juego de buscar culpables y de eludir cualquier responsabilidad propia. Apuntó contra los medios.
Tal vez haya pesado el alerta que para algunos políticos con recorrido largo seguramente exponen algunas reacciones juveniles de desafío a las restricciones. Lo hizo para dejar una advertencia genérica sobre la alternativa de imponer medidas más duras en caso de agravamiento del cuadro general. De manera paradójica, expuso ese discurso luego de destacar los esfuerzos por salvar la temporada de verano.
El encuentro de Kicillof con los intendentes de la Costa buscó, junto con el monitoreo de los efectos de las nuevas restricciones para la noche y la madrugada, recomponer la imagen de fisuras entre intendentes y funcionarios oficialistas y opositores. Preocupan la caída de reservas del circuito hotelero y particular y las perspectivas del sector gastronómico, en primer plano. Al menos eso parecería claro: la incertidumbre y las contradicciones tienen efecto social y económico visible cuando se acerca el foco a la realidad.
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