El último día del 2020 el presidente Alberto Fernández definió su relación con Roberto Lavagna, uno de los referentes de la oposición, y el bloque de legisladores que le responden y que están dentro de un armado legislativo donde conviven con representantes del socialismo y del peronismo cordobés. Marcó diferencias y le bajó el tono a las críticas que el líder de Consenso Federal le hizo a su política económica.
“Yo hago una diferencia entre Roberto y los diputados que dicen representarlo, porque allí yo veo una conducta diferente. Veo una conducta más obstruccionista, una conducta más competitiva con el gobierno, más de competitividad política de esa que a uno no le gusta, donde a veces hay oposición por la oposición misma”, expresó en una entrevista con Radio 10. Claro. Conciso. Crítico.
Para ese entonces, en el cierre del año, más de la mitad de los legisladores que están en el Interbloque Federal habían votado en contra de la reforma previsional impulsada por el gobierno nacional. No fue el único revés. Graciela Camaño, unas de las diputadas más representativas del interbloque, tampoco acompañó el impuesto a las grandes fortunas.
Más atrás en el tiempo los mismos legisladores del interbloque marcaron su disidencia con la posibilidad de avalar la intervención y expropiación de la empresa Vicentin, y dejaron en claro que no iban a acompañar la reforma judicial que había pasado el filtro del Senado. Fernández no encontró en ellos el respaldo que esperaba en el primer año de gestión. Mucho más después de repartir cargos en el Gobierno para dirigentes de extrema confianza de Lavagna.
Antes de que comenzará a funcionar la administración del Frente de Todos, Fernández y Lavagna tuvieron un encuentro en el que el ex ministro de Economía le recomendó que le diera lugar a dirigentes de la oposición dentro de la estructura del Gobierno. Incluso, a integrantes de Juntos por el Cambio. El actual Presidente respondió con hechos. Nombró a dirigentes muy cercanos a Lavagna en cargos relevantes del gobierno nacional.
Carlos Hourbeigt, hombre de extrema confianza del ex ministro, fue nombrado en el directorio del Banco Central; Rodolfo Gil ocupó la Embajada en Portugal; Matías Tombolini, candidato a jefe de Gobierno porteño en el 2019 por el espacio lavagnista, fue designado como vicepresidente del Banco Nación; Marco Lavagna llegó a la dirección del INDEC.
Si bien no hubo un acuerdo político entre Fernández y Lavagna por el que uno le daba lugares en el gobierno y el otro respaldaba la gestión, la relación entre ambos no tuvo el rédito que el Presidente pensaba que podía tener. Difícilmente lo cuestione en público al ex ministro de Economía, pero la realidad es que esperaba un mayor respaldo de sus legisladores en el Congreso.
La cronología de los últimos meses marca un desgaste en el vinculo entre ambos. El 26 de noviembre Lavagna publicó un extenso hilo de tuits en los que cuestionó la gestión económica del Gobierno y realizó propuestas concretas. Fue una nueva crítica a la Casa Rosada. Una más en el final de un año complejo.
Utilizó sus redes sociales, el único canal por donde se comunica públicamente, para asegurar que la prioridad debe ser la creación de trabajo privado, y salir del estancamiento priorizando la inversión privada y la búsqueda de productividad. “10 años de estancamiento, incluso retroceso económico y la pandemia, han puesto a los argentinos todos en una difícil encrucijada”, sostuvo el texto que publicó y donde, con contundencia, señaló: “Se terminó la hora de las excusas”.
Fernández respondió en la entrevista radial donde definió su vinculo con Lavagna. “En verdad no fue una crítica. Propuso objetivos para la economía y no estamos muy en desacuerdo. Tuvimos miradas distintas sobre algunos aspectos durante el año. Pero creo tuvimos razón nosotros sobre las diferencias que tuvimos”, expresó. Fue una respuesta suave, sin intención de generar polémica, pero que sirvió para marcar un límite.
Siete días más tarde de esas declaraciones, Carlos Hourbeigt presentó su renuncia al Banco Central. No quiso hacerlo. Lo obligaron. Y lo dejó en claro en una carta que hizo pública. El Gobierno le pidió que dejara vacante ese puesto. Su lugar lo ocupó Diego Bastourre, ex secretario de Finanzas y dirigente muy cercano al ministro de Economía, Martín Guzmán. Fue una jugada de ajedrez interna que obedece al duelo de influencias entre el titular de la cartera económica y el del Banco Central, Miguel Pesce.
Fernández le avisó a Lavagna sobre el cambio y le aclaró que no tenía intenciones de sacar a ninguno de sus otros dirigentes cercanos de los puestos que ocupaban. A Hourbeigt le ofrecieron ser vicepresidente de la Comisión Nacional de Valores (CNV), donde estuvo como presidente durante entre el 2016 y el 2019, como parte de un acuerdo entre Sergio Massa y el entonces presidente Mauricio Macri. En buenos términos y durante una charla con el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, desistió de la posibilidad de volver a ese organismo.
Ni a Lavagna ni a Hourbeigt les gustó la forma en el Gobierno decidió el cambió de nombres. Fue abrupto, repentino. Sobre todo teniendo en cuenta que el decreto de su nombramiento tenía como fecha de caducidad el 2025. Ese decreto nunca fue revalidado por el Congreso y el dirigente lavagnista solo estuvo un año en el cargo. Las formas incomodaron y no cayeron bien.
Hourbeigt entiende que si vuelve a la CNV tendrá poco margen de acción y que no podrá ejecutar las políticas que pretende. Por eso no aceptó el nuevo lugar que le propuso el Gobierno. Además, asume que fue el fusible del pico de tensión que se generó en la relación entre Fernández y Lavagna. Su corrimiento fue una señal política y su rechazó al nuevo puesto, también. Un ataque y un contraataque.
En el lavagnismo pretenden no polemizar con el Gobierno. Aseguran que Lavagna suele comunicarse con el Presidente pero que sus propuestas nunca son tenidas en cuenta. Una situación similar a la que sucedía durante el gobierno de Mauricio Macri, ya que ex el mandatario de Cambiemos se reunió en más de un oportunidad con el ex ministro de Economía para pedir asesoramiento, pero nunca siguió sus pasos.
El Presidente no se quiere pelear con Lavagna. Lo pretende como aliado. El último día del año pasado se preguntó en una entrevista: “¿Quién no quisiera tener un hombre como Roberto en el Gobierno? Es un dirigente de mucho valor, pero ya me expresó que su voluntad es no volver a la función pública”. Fernández puede tensar la relación con movidas políticas como las que protagonizó Hourbeigt, pero no pretende romper el vinculo.
Los legisladores del interbloque parecen no haberse inmutado por las críticas de Fernández. “El Presidente nos dijo que nos oponemos por el solo hecho de oponernos. Eso es lo que piensa. No vamos a responder por respeto a la investidura presidencial, no corresponde polemizar”, fue la respuesta que Alejandro “Topo” Rodríguez, un incondicional de Lavagna, le dio a Infobae.
El interbloque Federal se formó luego de un acuerdo político entre Lavagna y el gobernador de Córdoba, Juan Schiaretti. Ambos aliados intermitentes de Fernández. Ese espacio legislativo les permitió tomar distancia de la gestión del Frente de Todos y, al mismo tiempo, convertirse en una fuente de negociación puertas adentro del Congreso.
Hace poco más de un mes el Presidente logró cerrar un acuerdo político con Schiaretti. Logró que el Frente de Todos y Somos Córdoba hagan una alianza en la elección municipal de Río Cuarto. La intención de este año es volver a jugar junto al mandatario cordobés en las elecciones legislativas. El Gobierno trabaja en la construcción de esa relación, vinculo clave en el año electoral.
Fernández quiere y necesita aliados que fortalezcan su gestión, y actúa en consecuencia. Mientras tanto, y pese a la estima que le tiene al ex ministro de Economía, tensa la relación en política con movidas internas. Ningún corrimiento en lugares estratégicos tiene una sola explicación como argumento. El desplazamiento de Hourbeigt del Banco Central no es la excepción.
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